El mayor fanatismo no proviene de la semilla política, que también, sino del abono orgánico (estiércol) aportado por los medios audiovisuales expertos en implantar una conciencia social ad hoc. Cuando un país acumula polvo en bibliotecas y librerías, cuando la cultura general suena a chino y la política no existe, surge el enjuague televisivo, la farsa democrática siempre corrupta y corruptora.
Este dicho, con el tiempo, iba perdiendo querencia y dinamismo. Hoy vuelve a ganar impulso, lozanía; tanto, que ni siquiera lo tuvo muchos decenios atrás. Recuerdo -en mis años infantiles- el uso frecuente del mismo, pero entonces escaseaban los limones y allí, ya enjutos, apenas contenían jugo.
Sánchez es un aventurero temerario, audaz. Su máxima transita, seguramente, por el dicho popular: “De perdidos al río”. Juega fuerte -al todo o nada- y le sale bien porque lo hace con capital ajeno. Empezó con nada y por ello nada puede perder. Como mucho se quedaría en la casilla de salida, pero con asignación pecuniaria.
No necesito convencer a nadie, supongo, de que el bien más preciado en una sociedad clarividente, segura y moderna es la democracia. Dicho sistema suele ocasionar sinsabores varios hasta darle consistencia no exenta de inseguridades. Como toda entidad, precisa mecanismos autónomos, independientes, compensadores....
El pasado domingo, oprimida la paciente sociedad por un confinamiento que esconde improvisación, arrogancia e ineptitud insólitas, temerarias, el general Santiago de la Guardia Civil suscribió un mensaje en verdad alarmante. Dijo que pretendían identificar noticias falsas y bulos “susceptibles de provocar estrés social y desafección a instituciones del gobierno”. Todo el equipo testigo se adjudicó esas palabras con un aplauso patético.
Mucho se viene conjeturando sobre los cambios medulares en el statu quo mundial a consecuencia de la pandemia. Contra toda evidencia, deben existir oráculos agoreros proclives al drama universal -tragedia encubierta- que lanzan llamadas, ininteligibles a una minoría, para corroborar si el hombre confluye o disiente del destino a que le lleva el caos o el azar.
¿Por qué presidente y ministros hablan cual cotorras para no decir nada? Sánchez e Iglesias terminarán sin crédito; uno por irresponsabilidad, por arañar el delito con diferentes visos, y otro por apostasía ética.
Tras China e Italia, hay que ser muy necios para despreciar las experiencias acumuladas por ambos países. Es la prueba axiomática, ineludible, de que nosotros solo aportamos credenciales para manipular el poder y su gozo.
Parece evidente que las sociedades iniciales no fueron constituidas por el hombre ser ontológico, puro, incomunicado, sino por sus sentimientos y emociones; en definitiva, por su intencionalidad e interdependencia.
Nadie, que yo sepa, renuncia a sus raíces ni al rasgo cardinal acumulado con siglos de vivencias, en ocasiones perfectibles. Tal coyuntura, me lleva a reseñar frases que acuñan el sello vaporoso distintivo de cada pueblo o zona, algo así como una etiqueta que proclama su peculiaridad. Mis recuerdos juveniles, plantean genialidades hoy errantes si no prescritas. Una de tantas era: “tiene hambre y sueña con bollos”.
Desde mi punto de vista, Vox ni es fascista ni extremado; es un partido que defiende con ardor principios estimados y que algunos desprecian, combaten, porque interesa destruirlos
No existe mejor razón ni enmienda que la propia realidad, a veces tozuda pero siempre clarificadora. Ocho quinquenios de sistema democrático, o su placebo, avalan cierta autoridad para analizar dicho tiempo de convivencia escasamente fructífero y equilibrado.
Winston Churchill afirmaba: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” y máxima tan inevitable constata que los políticos conforman la fisonomía de una sociedad.
Con frecuencia, las sentencias populares son auténticas herramientas de conducta individual y colectiva. Sin embargo, el personal se muestra opaco cuando conviene tomar medidas precisas para evitar el efecto pernicioso de aquello que la práctica lleva a una certidumbre plena.
Vaya por delante algunas premisas que ningún racionalista ecléctico debe obviar. Que comunistas -y si me apuran socialistas españoles de nuevo cuño- provean lecciones de democracia, constituye un sarcasmo.
Ignoro qué circunstancia, aparte una precipitación indecorosa tras la gestión picaresca antes y después del 10-N, ha llevado a Meritxell Batet a liberar los últimos días (27, 28, 29 y 30) de diciembre y los primeros (2, 3, 4 y 5) de enero para investir al señor Sánchez.
Sí, todos los políticos pecan -en mayor o menor grado- de chalanes. Un proverbio árabe asegura: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía”.
Con los apremios de la investidura, el campo se ha embarrado más si cabe y nos acercamos con celeridad al ridículo o a la quiebra del país. Tal vez, el hazmerreír lo hagamos desde hace tiempo, pero es preferible, o no, (¿quién sabe?) a que salte en pedazos este statu quo que ha logrado el mayor periodo de paz.
¿”Hay alguien”, en prensa y medios audiovisuales, capaz de servir al ciudadano? ¿Dónde queda aquel cuarto poder, contrapeso del Estado? ¿Dónde esa vocación cuasi misionera y deontológica? En esta coyuntura compleja, claramente decisiva, los medios eligen un acomodo espurio, pasan de puntillas (casi haciendo mutis) o se desentienden total y cobardemente no sea que el tsunami cercano los pille sin protección.
Definitivamente, hemos llegado al rediseño del Frente Popular. Antes, un PSOE marxista llevó a España (contra la opinión de destacados líderes, Julián Besteiro entre ellos) a una guerra civil cuyo epílogo acarreó centenares de miles de muertos y casi cuatro decenios de dictadura cuya verdadera maldad desconocemos por su imposible cotejo con aquella otra del sistema marxista alternativo, hipotético, verosímil.
Según la filosofía aristotélica, un ser puede presentarse en acto y en potencia. Desde ese punto de vista, cuando hablamos de tumbar gobiernos nos referimos tanto a un estadio de los mismos como al otro. Ciñéndonos a cualquiera de ellos, llevamos una racha que no me atrevo a adjetivas adecuadamente.
Que España se encuentra en una coyuntura tenebrosa no debe ser secreto para nadie. Más allá del problema económico emergiendo por el horizonte, nos asfixia el conflicto territorial ante la indiferencia tangible de unos bloques ideológicos que refuerzan su artillería dialéctica.
“Dicen que la Historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”. Esta frase dicha por un político francés desaparecido al principio del siglo veinte, emerge hoy (tal vez siempre) plena de actualidad. Acaso fuera más elocuente: “Quien evoca la Historia con ánimo de revancha, incita torpemente a provocar sus agrias vivencias”.
No he leído, ni lo voy a hacer, el contenido de la sentencia del Tribunal Supremo sobre qué supuestos criminales han cimentado su resolución. Me sirven como fuentes fidedignas informaciones y referencias de presuntos expertos en materia judicial. Sus opiniones las leo o escucho, pero solo suponen un elemento más de reflexión sin que ejerzan condicionante alguno que constriña mi propio criterio.
Que toda sigla pretende conseguir la máxima venia -sinónimo de acatamiento- en periodo electoral es una verdad evidente. Asimismo, me parece inmoral, ignominioso, si para lograrlo deja jirones éticos y estéticos. Ocurre con todas ellas, y sin excepción
Cabría pensar si gobernantes e individuos que ostentan parigual poder en la oposición, pronuncian asimismo esa frase fetiche cuando advierten titubeos deslegitimadores. ¿Creen acertar paralizando toda acción social como fórmula efectiva? No. Ni se lo plantean porque su arrogancia les impide mostrarse cautos, modosos.
Acepto que -pese al menoscabo histórico perpetrado por apetencias extemporáneas, quizás anhelos imposibles- se exhume a Franco y se vuelva a inhumar donde acuerden. Lo que deniego es su utilización ideológica, venga de donde venga.
Sería absurdo hacer una breve apostilla acerca del famoso cuento “Pedro y el lobo” cuya moraleja debiera poseer un enorme recorrido pedagógico. Viene a colación recordarlo por la coyuntura política actual. Muchos, algunos desde el pasado abril, teníamos la mosca detrás de la oreja, ese cosquilleo sutil de estafa, de repetición electoral.
Queda lejos de mi intención, salvo el epígrafe, referirme a la comedia de Rojas Zorrilla, escritor del siglo XVII. Cierta es, sin embargo, la semejanza entre argumento y situación política actual en este país desdeñado.
Nuestro presidente en funciones tiene siete vidas como los gatos; más aún, resurge de sus cenizas cual ave Fénix. Eso sí, son pavesas fraudulentas hechas de mentiras, de argucias, sin conciencia ni escrúpulos.
Ignoro si es bueno, regular o malo, pero mi capacidad de asombro -pese a los años que pasan y pesan en la experiencia individual- aún está ilesa; es decir, intacta.
Les aseguro que no pretendo iniciar un juego donde se ponga a prueba la rapidez mental o el descubrimiento ocioso, pintoresco, de personajes populares. Mi objetivo, aun con similares efectos, consiste en presentar protagonistas del acontecer político destacando de ellos sobre todo expresiones inauditas, chocantes.
Días atrás presencié densos debates de investidura para presidir la Comunidad de Madrid. Nada nuevo ni sobresaliente bajo el sol; ese astro manoseado, mustio (luz y taquígrafos), cuando parecido ritual sustenta el Parlamento Nacional.
Hermenéutica es un método particular de interpretación. En Grecia clásica no se daba un paso político-social importante sin consultar los oráculos, auténticos hermeneutas del acontecer previsible.
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