Qué viene el lobo, por Manuel Olmeda Carrasco
Sería absurdo hacer una breve apostilla acerca del famoso cuento “Pedro y el lobo” cuya moraleja debiera poseer un enorme recorrido pedagógico. Viene a colación recordarlo por la coyuntura política actual. Muchos, algunos desde el pasado abril, teníamos la mosca detrás de la oreja, ese cosquilleo sutil de estafa, de repetición electoral.
No recuerdo -antes, ni en estos años de democracia presunta- tanta pantomima burda, basta, ayuna de calidad. Han convertido varios exteriores y el Parlamento en auténticos escenarios donde la tragicomedia iba desarrollándose acompasada de diálogos insulsos, vanos. Los protagonistas con frecuencia olvidaban su papel y torpes incoherencias, a veces revestidas de yerros, se enseñorean del entorno. Pese a las apariencias, destaca un personaje que, a poco, recogerá vítores o silbidos de forma preeminente y será juzgado por los ciudadanos cuando llegue el momento de repartir nuevos papeles.
No me atrevo a identificar al pastor del cuento con Pedro Sánchez porque, en sentido estricto, este no es pastor salvo que ambicione dirigir groseramente, a capricho, el figurativo rebaño social. Sospecho tal probabilidad como causa suficiente para compendiar actitudes de difícil aceptación si semejante hipótesis no fuera esencia de su carácter. Unos meses han bastado para ir conociendo al personaje. Atiborrado de vanidad, sin desdeñar cierta secuela chulesca, compone un estilo, una hechura, alejados de cualquier moderación. Resulta normal, dados estos aspectos definitorios, que saque a relucir actitudes patrimonialistas mientras concibe la mentira flaqueza imprescindible del político, más si es presidente. De ahí el uso excesivo del Falcon, de los helicópteros Súper Puma, amén de la mentira impresionable y actualizada en cada momento. Reconocerán conmigo, al menos, alguna curiosa coincidencia entre ambos Pedros.
El lobo, es la representación rancia del miedo. Intuyo, desde ahora, que este animal espeluznante tomará diferentes formas para asustar al ganado metafórico; es decir, al pueblo español. Parece que la izquierda (más o menos extrema) obsoleta, decadente, en la UE, pretende utilizar el miedo como método de captación electoral. Norbert Elías, famoso sociólogo alemán, en su obra “El proceso de civilización” expresaba: “Las coacciones fundadas en nuestros deseos, acaban imponiéndose a ellos alimentando nuestros miedos. Cualquier proceso de civilización se asienta en esta invisible mudanza”. Ya en mil novecientos noventa y seis, el felipismo sacó a relucir el dóberman para referirse al PP. Luego, unos y otros, utilizaron técnicas electorales “a cara de perro”, siguiendo las tesis de Elías. No cabe la menor duda del extraordinario rédito que se obtiene con tales campañas impúdicas e ignominiosas ante una sociedad árida, que se nutre solo de medios audiovisuales.
Pese a lo dicho, hay un político que hace del miedo argumento sempiterno, ideal, para conseguir sus objetivos. Sánchez cimienta su buena estrella en dos factores: el miedo y la engañifa, condimentados con altas dosis de egolatría. Recuerdo a un indocumentado tertuliano paseando el verbo hechicero, aunque anodino, por diferentes cadenas. Su afectación -ya secretario general del PSOE- le obligó (o le obligaron) a abandonar todos sus cargos, también como diputado. Poco después engatusó a la militancia acechando el recelo sobre la élite Federal, pidiendo la unión del débil para derrotar al fuerte. Gracias al temor, terminó por ser de nuevo secretario general en mayo de dos mil diecisiete. En junio, celebró el XXXIX congreso del PSOE, donde no dejó rastro del viejo Comité a la vez que se rodeaba de un sanedrín fiel. Mientras trastocaba una élite por otra sumisa, el afiliado (como el arpa) veíase olvidado, silencioso y cubierto de polvo.
La condena del PP por la Audiencia Nacional como partícipe lucrativo (multa de doscientos cuarenta y cinco mil euros) en los comienzos del caso Gürtel permitió al PSOE (a los medios afines) aumentar el diapasón acusando al PP de partido extraordinariamente corrupto en Europa. Olvidado el caso Filesa (mil millones de pesetas en financiación ilegal), pactaron todos los partidos políticos, ajenos al gobierno, una moción de censura que llevó a la Moncloa a Pedro Sánchez. Ante la negativa (ERC) de aprobar los presupuestos, las cortes se disolvieron a principios de marzo. Eran convocadas nuevas elecciones para el veintiocho de abril con un partido flamante, Vox. Sánchez, hizo emerger una vez más el miedo. Hablaba del “trifachito”, de la foto de Colón, conformado por PP, Ciudadanos y Vox. Ayudado por medios cercanos o a jornal, se aireó la farsa de que probablemente venciera el fascismo en España. Solo este temor pueril y la ley electoral permitió al PSOE tener ciento veintitrés diputados.
Tres meses de mentiras, farfolla e histrionismo, bastaron para poner en evidencia el cinismo del presidente en funciones. Ha pasado del alienante “Up es socio preferente para formalizar un gobierno progresista” a vetar a su líder de forma inicua, repugnante, terminando, a los postres: “no dormiría tranquilo con personas cercanas a Iglesias en el gobierno”. Esta tajante frase equipara a UP con un peligro seguro. Al final, Sánchez y yo estamos de acuerdo, con la diferencia de que yo jamás “blanquearía” a la extrema izquierda. Sánchez engañó a Iglesias y sigue sin saldar el débito de la moción de censura.
Ahora, después de entretener al personal, luego de gozar unos meses más la Moncloa, saca a pasear una aprensión virtual, pero efectiva. Da muestras claras de echar culpas fuera por el bloqueo político. Bien por inexperiencia, bien por indigencia patriótica, resulta que todas las siglas, conjunta o individualmente, son responsables de una repetición electoral gravosa, detestada. El PSOE, dicen, “ha cumplido con su obligación trabajando sin descanso para conseguir un gobierno progresista”. Los españoles sabemos, creo, cuál es la verdad. Sánchez pide ahora, en un alarde de arrogante altanería, “una respuesta más clara para evitar futuros bloqueos”. Asimismo, siembra un miedo que provoca ese mensaje tácito: Yo o el caos. Vaya jeta tiene don Pedro.
Todo lo expuesto sugiere una conclusión: el uso del miedo como elemento recurrente, inductor hacia un determinado partido, en la contienda electoral. Mi consejo es que quien desee votar el día diez de noviembre lo haga sin coacciones morales o emotivas. Por un complejo proceso psíquico, personal y grupal, evocación y realidad llegan a formar parte con frecuencia del mismo sujeto ontológico. Por este motivo, no hay que temer al lobo evocado por Pedro en el cuento, tampoco al que alguno -cegado de alarma, artera e indecentemente- pretende introducir en precampaña, porque al lobo no se le evoca, no viene, ha llegado ya. Y Sánchez lo sabe
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