España entre el moje y la alerta, por Manuel Olmeda Carrasco
Que España se encuentra en una coyuntura tenebrosa no debe ser secreto para nadie. Más allá del problema económico emergiendo por el horizonte, nos asfixia el conflicto territorial ante la indiferencia tangible de unos bloques ideológicos que refuerzan su artillería dialéctica.
Luego perviven magulladuras de siglos, necrosis malignas, sin aparente toma de conciencia ciudadana. Lejos, pero cronológicamente cercanas, divisamos divergencias pertinaces provenientes del dogmatismo maniqueo. Al final, este escenario nos lleva -obviando cualquier esfuerzo- al despeñadero. Ignoro, ya que hay movimientos sociales antagónicos, si el individuo es consciente o mira medio chispo, aturdido, a cuanto acontece a su alrededor. Las encuestas constatan ese caminar errático, propio de quien abandona toda esperanza por encontrar la salida del laberinto en que nos encontramos. No es para menos con los guías que hemos puesto al frente.
Sobre el verbo “mojar” y el sustantivo “moje” hay variados conceptos literales y otros figurados, destacando entre el primero un sinónimo de uso frecuente: “untar”; es decir, introducirse en una dependencia o negocio de forma sutil, ladina. El segundo alienta menos la corrupción indefinida que provocan ambos vocablos entrecomillados. Aunque moje es una comida típica y exquisita de La Mancha (que yo suelo saborear con frecuencia) cuya base es tomate de bote, atún y aceitunas -negras preferentemente- existe propensión a equipararlo con tejemanejes oscuros, ruines, punibles. Llevamos años rumiando la convicción de que, en mayor o menor medida, toda sigla participa de estas Bodas de Camacho en que han convertido una democracia ansiada, cabal, cuando se gestó. Así es. El festín, repugnante por gula desordenada con ribetes sicalípticos, mitiga un fondo de atropello sin límite ni propósito de enmienda.
Vemos con asombro, tal vez con indisimulado encono, cómo partidos que surgieron para restringir (incluso desterrar) viejos y nuevos desenfrenos acumulados por PSOE y PP en decenios, reproducen parecidas componendas aun sin haber tocado poder pleno. Cuando la sociedad, siempre constreñida por un talante lacayo y adulador, manifiesta espinosas imputaciones contra cualquier sigla patria, a priori hemos de poner en reserva todo aserto porque -sin menoscabar la presunción de inocencia- antes o después podrá constatarse su certidumbre. Conocemos de sobra la culpabilidad a pachas del bipartidismo que durante años y años ha manejado el país a su antojo y beneficio. Hoy sufrimos la vigencia innoble e insolidaria de presuntos derechos forales propios de regímenes antidemocráticos. A la vez, soportamos la mancha del independentismo catalán que se va extendiendo generosa y groseramente por otras autonomías hacia un falso feudo que les puede aportar pingües ventajas cuando reparte recursos el FLA.
Cierto, salsa y componenda aúnan sus tipologías para enfangar día a día una democracia ya subvertida, irreconocible. Me es penoso soportar frecuentes evocaciones a ella por fariseos del púlpito; menos aun si militan en la extrema izquierda por su doble impostura. Comparan (abriendo fosos de concordia) etapas históricas inmediatas con la actual, pero callan las enormes diferencias que nos desconectan con naciones de nuestro entorno. Comparemos cantidad y calidad de cargos, asesores, coches oficiales, empresas públicas auténticos nidos de nepotismo, vinculación de poderes que debieran ser independientes, talante democrático, etcétera, etcétera. Solo así comprenderemos hasta qué punto han corrompido -y no es la primera vez- sistema tan esperado por el individuo a través de los tiempos. Acreditan sin ambages el viejo refrán: “Entre dicho y hecho hay mucho trecho”. Y este pueblo torturado desde hace siglos, a verlas venir.
Hace años, un PSOE exangüe y un candidato indigente conquistaron el poder con eslogan artero, pero eficaz: “España no merece un gobierno que mienta”. Su candidato ahora, presidente en funciones, además de estafador no dice una verdad ni cuando rectifica. Asimismo, traiciona, olvida, a quienes le ubicaron en La Moncloa; básicamente a Iglesias. Sus excesos, su megalomanía, nutren una actuación itinerante, llena de avances y retrocesos cual Penélope dando largas a la indecisión. Es el personaje del “ni sí, ni no, sino todo lo contrario”. Su hazaña penúltima -la última probablemente esté ya cociéndose- ha sido proponer en su programa electoral, bajo presión del independentismo, la naturaleza plurinacional de España. Prepara el terreno, si consigue ser presidente efectivo, para reconocer las aspiraciones nacionales catalanas previo apoyo de ERC y, aunque ahora hace ascos, de JxCat si lo necesitara.
Arropado por una bandera nacional, que en Cataluña desprecia, si este oportunista pactara, tras conocer los resultados electorales, con UP, ERC, PNV y otros, logrando un gobierno que ellos llaman “progresista”, el caos económico tardaría meses en dar la cara. Veríamos entonces si pica, o no, sarna con gusto, aunque fuera demasiado tarde. Prevención y enfermedad siguen este orden; por tanto, se precisa cautela previa para no cometer errores complejos de remediar a futuro. Franco, junto a una retórica consistente sobre el independentismo que los hechos burlan, son los únicos capitales políticos que puede ofrecer a los españoles más allá de los imperecederos fuegos artificiales.
Casado desea primero liderar el centro-derecha español, asentar su autoridad al frente del PP y liquidar los reinos de Taifas levantados en Autonomías poco adictas, cuando no rebeldes. Bajada de impuestos y resolver los enigmas económicos que se aprecian en el horizonte, no pasa de un voluntarismo seductor, imperativo, pero postizo. Creo que prefiere recoger la inmensa cosecha que le pondrá pronto el PSOE en bandeja. Un político hábil, y él lo es, tiene las ideas claras: primero, catarsis; luego, gobierno. Ciudadanos ha defraudado mucho en las negociaciones posteriores al 26-M. Pretendió abarcar mucho, olvidando su papel bisagra, y semejante debilidad le puede pasar una factura penosa. Esperemos un cambio radical en la estrategia, o en el liderazgo, porque es un partido absolutamente necesario.
Unidas Podemos, tiene un papel comparsa difícil de encajar pese a esas declaraciones fatuas, absurdas, casi estúpidas, de Iglesias: “Sería bonito ver a Irene presidenta de España” al tiempo, pone meta a su quehacer político: “Una vez que haya conseguido gobernar”. Nunca. Te jubilarás en UP si antes no te mandan al gallinero. Vox, constituye una incógnita molesta para todos. Más España, evidencia una erupción infantil, de momento. No obstante lo dicho, mantengámonos alerta, pongamos remedio antes.
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