Bipartidismo y tricefalia, por Manuel Olmeda Carrasco
No existe mejor razón ni enmienda que la propia realidad, a veces tozuda pero siempre clarificadora. Ocho quinquenios de sistema democrático, o su placebo, avalan cierta autoridad para analizar dicho tiempo de convivencia escasamente fructífero y equilibrado.
Cierto que pudo ser peor, pero solo el fanatismo sectario ve logros donde hubo, asimismo, notables frustraciones. Muchas, demasiadas; tangibles y -sobre todo- de índole inmaterial. Postergaron e incumplieron aquellos augurios prometidos, cual maná renovador, y que terminarían por llevarnos a una tierra ilusionante, libre. Sin embargo, tardaron poco en perfilar un rumbo tramposo, endeble, corrompido. Desde el primer momento, algunos (aleccionados por la Historia) vimos bruscos movimientos maliciosos, adivinatorios. A costa de infinitas ansias emancipadoras, nos colaron de rondón apartados constitucionales que debieron profundizarse con tiempo y sin ventajas adscritas a supuestos peajes consignatarios.
Mi escepticismo irredento me permite preguntar: ¿puede admitirse que algunos tengan libertad para hablar sin límite de cambios constitucionales mientras a otros se les califique, conculcando la suya, por sugerir algún tema delicado a fuer de atentatorio, según los primeros? La izquierda, extrema o no tanto, refuta, mostrando aparentes fundamentos, cuestiones vertebrales de unidad nacional y monarquía. No obstante, insultantes, corrosivos, escupidores (aquí, todos menos Vox), etiquetan a quienes alegan la inviabilidad económica del Estado Autonómico. Aquello perturba únicamente a espíritus sensibles, patriotas -o patrioteros, al decir de personajes adictos al púlpito- y a una familia con ¿derechos? ancestrales. El marco autonómico, tortura a quienes pretenden refugiarse en el presupuesto público sin importarles a qué costo social. Soy partidario de la descentralización administrativa, pero reniego del atropello y derroche que encierra el autonomismo. Defender la unidad nacional e institución monárquica encaja para conformar un debate de praxis histórica.
“Finalmente aceptamos la realidad acaso porque intuimos que nada es real”, sentenciaba Jorge Luis Borges en algún momento de circunspección y desconfianza. Sospecho que España está plagada de individuos cuyo talante se asemeja, hasta confundirlo, con el del célebre escritor argentino. Nuestro aborigen pudiera, además, encontrarse inmerso en anguloso fatalismo, tal vez acomodada indolencia. Estos polvos habilitaron el fraude consentido cuando nos han dado gato por liebre. Pedimos democracia y la farsa ha dejado una cleptocracia efectiva, incluso carísima, asfixiante. Prefiero evitar nombres porque la lista sería interminable y porque el común es consciente de quienes firman su contribución, especialmente. Como maliciaba en anterior reflexión, no hubo solución de continuidad entre carroñeros extinguidos por un régimen y aquellos que afloraban con el venidero. Cambian los modos, pero penamos parecidos sinvergüenzas.
Suárez, pese a su cimiento ideológico, dio una lección de liberalidad democrática a especímenes que posteriormente exhibieron ascendencias antifascistas -etiqueta entonces y ahora legitimadora- como si democracia y antifascismo no fueran con demasiada frecuencia divergentes. La gente comulga cada vez menos con ruedas de molino y empieza a advertir que fascismo (nazismo) y antifascismo son caras de la misma moneda ideologizada. Él trajo contra viento y marea el pluralismo político preciso para construir una verdadera democracia. Pese a todo, el tiempo degradó su obra y, a poco, aparecieron dos partidos autonómicos de derechas (CiU y PNV) junto al tópico tándem partidario (PP y PSOE) que falazmente representaba a vencedores y vencidos en la Guerra Civil. Ambos concedieron excesivas prebendas a CiU y PNV al tiempo que iban radicalizando sus posturas soberanistas. Por cierto, las izquierdas subsumidas en un bloque de intereses, siguen adscribiéndose al bando perdedor cada día renacido y renovado.
PSOE y PP, PP y PSOE velaron únicamente por sus intereses personales o gregarios olvidando de forma humillante a quienes decían servir. Nos llevaron a la situación actual permitiendo el adoctrinamiento identitario y lingüístico, trasfondo necesario del grave problema separatista que nos acucia. Además de conferir importantes traspasos correspondientes al gobierno central, educación y sanidad marcaron una línea que jamás se debió franquear. Ahora, sobre todo por parte del PP, utilizan un histrionismo inmoderado en vez de confesar su culpa alícuota y acometer un propósito de enmienda riguroso. En su lugar, tienden a lavar iniquidades de todo tipo sin corregir actitudes ni efectos. A lo largo de casi cuarenta años, sin excusa ni pretexto, se han cebado en emponzoñar -con nuestra aclamación estúpida- aquel venero de libertad forjado no sin dificultades, pero ahítos de ilusión.
Este contexto lamentable puso fin al bipartidismo y a la necedad colectiva. Los españoles, no por agudeza sino por desconcierto y desesperación, buscan cual -enfermo desahuciado- soluciones alternativas a las rutinarias, incluyendo aquellas que exaltan medidas desacordes con eso inconcreto que llaman corrección política. Algunos, conocidos a través de la Historia, son temibles porque pretenden tiranizar la sociedad camuflando sus verdaderas intenciones. Cuando escucho a políticos o comunicadores (si son comunistas acérrimos) glosar con arrobo el sistema democrático y sus adyacencias, me entra una amarga hilaridad irrefrenable. Así, en esta coyuntura perpleja, nacieron Ciudadanos, Podemos y Vox. Seguramente, al final, el ciudadano se vinculó a Paul Auster cuando dijo: “La realidad no existe si no hay imaginación para verla”. Personalmente, pese a lo expuesto, desconfío de la imaginación nacional, pero los indicios de engañifa, de latrocinio, eran tan evidentes que pareciera milagroso consignarlos como desapercibidos.
Semejante escenario, junto al absurdo proceder de líderes mediocres, ha traído la política de bloques y el acoplamiento de gobiernos imposibles. Me recuerda aquella ley física de fuerzas concurrentes cuya resultante era cero. En efecto, hemos conseguido un gobierno tricéfalo; es decir, acéfalo. PSOE, Podemos y ERC totalizan una mezcla heterogénea a expensas de intereses partidarios si no electorales. Los dos últimos jamás debieron llegar al poder. El primero -salvo sus líderes opacos, ya acastados-por esa vocación antisistema y el segundo por repudio a lo español. Cuando alguien manifiesta la unidad del mismo, constata a gritos su divergencia. No llevan dos meses y ya muestran grietas alarmantes. Discrepan en la reforma penal, política migratoria y despenalización de piquetes huelguistas. Lo mismo ocurre con el problema agrario; mientras unos intentan soluciones, otros ofrecen la sensata reflexión: “seguid apretando, lleváis razón”. Curiosamente, mientras se falsea una voz rigurosa en esta unidad quebradiza, hay ministerios que son la casa de “tócame Roque”. Sin ánimo peyorativo, el gabinete tricéfalo constituye otro esperpento nacional.
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