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Opinión 21-12-2019 09:30

El chanaleo, por Manuel Olmeda Carrasco

Sí, todos los políticos pecan -en mayor o menor grado- de chalanes. Un proverbio árabe asegura: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía”.

 

 

La RAE, en su acepción primera, define chalán así: “Que trata en compras y ventas, especialmente de caballos u otras bestias, y tiene para ello maña y persuasiva”. Tales palabras resultan esclarecidas por dos rasgos. Primero, puede advertirse un matiz peyorativo al trascender cierto efluvio pícaro, embustero, estafador. Segundo (y más velado, aunque intuitivo), ese acierto -semánticamente a trasmano- de que porfía con bestias. Encontramos aquí, alrededor de dicho sustantivo, a quien despliega parecido quehacer y conducta: el político. Parecen hechos a medida, porque para desempeñar ambos oficios se necesitan requisitos especiales, tremendos, ajenos a la gran mayoría de gente convencional. Pido disculpas a los chalanes por tan injuriosa comparativa, pero el contexto era propicio, me venía al pelo.

 

A partir de ahora, cualquier renglón apuntará básicamente a los políticos, colectivo que, en España al menos, suspende; es decir, necesita corregir, optimizar, lo que ellos llaman sin recato servicio al ciudadano. Sería injusto e inexacto no urgir también a nuestra sociedad a que extreme, como mínimo, reflexión y cordura. Nunca hay un solo culpable cuando la coyuntura, fruto de interacciones personales o grupales, presenta una cara favorable e incluso espeluznante. Un proverbio árabe asegura: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía”. No puede refutarse nada a tan sabio precepto, solo el hecho de su rechazo u observancia. Personas vinculadas a mi entorno amistoso-familiar dicen observar con alivio cambios casi imperceptibles, pero esperanzadores, en esa credulidad ancestral, enojosa, nociva. Las peculiaridades cotidianas, necedad, fatalismo y sinrazón, específicamente en campañas electorales, me llevan a la duda frecuente, ingrata.

 

El chalán -ese individuo que encubre el discurso prudente, juicioso, tras una retórica desaprensiva- no tiene que ser necesariamente emanación vital, ineludible, de una inmanencia proverbial. Inclusive, a veces, construye vencido por avideces crematísticas esa herramienta infernal que le lleva a pervertir cualquier actividad. El chalan constituye, en términos generales, una especie corruptora porque conduce voluntades a un destino personal y social incierto, destructivo. Primero, y es su mecánica inicial abiertamente, contamina el lenguaje para desorientar al posible comprador o usuario. Luego sacrifica reglas y desazones para conquistar un éxito que le suele satisfacer en cuanto a rentabilidad material, pero huérfano de gratificaciones éticas y estéticas envicia al personal relamiéndose envilecido con ese sabor repugnante. Conforma el desquite que las sociedades sin rigor crítico, estúpidas, se cobran para compensar su inmoralidad.

 

Sí, todos los políticos pecan -en mayor o menor grado- de chalanes. La génesis se debe al ínclito Zapatero. Aquellas nefastas “Ley de Memoria Histórica” e innecesaria “Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género”, que despreciaba la equitativa “Ley Orgánica de Medidas Concretas en Materia de Seguridad Ciudadana, Violencia Doméstica e Integración Social de los Extranjeros”, trajo no ya la controversia sino el enfrentamiento entre los bandos de la Guerra Civil y entre hombres y mujeres. Vestir a unos santos mientras se desnuda a otros, además de despótico e inmoral, origina peligrosas frustraciones. Solo la corrección política y el chalaneo de los medios, que han irrumpido censores, inmoderados, en la vorágine, permiten lecturas complacientes de ambos terremotos nacidos, al amparo de la inepcia, para satisfacción de dos lobbies con intereses espurios: republicano extemporáneo y feminista.

 

Ignoro si llega a pandemia, pero estoy convencido de que el chalaneo es una delicada epidemia nacional extensible a varios rangos del poder. Siempre, desde el espacio librecambista, las relaciones de compra-venta se gestionaron a través de diversas reglas o leyes exclusivamente economicistas. Sin embargo, dicho esto, en política y áreas próximas (campos especiales de aquella interacción) el chalaneo domina el método u ordenanzas que rigen tales vínculos. Hoy se ha llegado a tal punto que existen auténticos peritos en el arte de la engañifa, del timo social. Una sentencia popular clarificadora desenmascara todo artificio, eso que se da en llamar realidad virtual: “Oradores vanos, mucha paja y poco grano”. Necesitamos no ya horas de observancia sino mente crítica para contrarrestar los efectos perniciosos aparejados al regate semántico. Me abstengo de examinar las inquietudes de servicio que dicen ofrecer vacuamente unos y otros, pero siempre a un precio abusivo.

 

Confirmo que, siendo una plaga generalizada, la izquierda se atribuye con éxito el modo agitación y propaganda para conquistar el poder. Sánchez consigue hoy por hoy un récord meritorio en retorcer hasta el paroxismo el discurso de por sí sumamente pueril, jactancioso e impostado. ¿Legitima la farsa cualquier acción posterior consecuencia, probable, de ella? No, nunca. De aquel lejano eslogan “España no merece un gobierno que mienta” hemos pasado a un presidente insólito (para algunos, ocupa y, para todos, en funciones), fulero donde los haya. Su última campaña electoral se afianzó sobre compromisos inquebrantables. Él jamás pactaría con Podemos, independentistas ni Bildu. Qué hace, pues, Carmen Calvo perorando: “El gobierno se forma con los datos de las urnas” ¿De qué urnas habla, señora, de los votos adjudicados a Pedro Sánchez o, tal vez, de los conseguidos por el presidente en funciones? Esa naturaleza bina que la “vice” se sacó de la manga tiempo ha, puede salvar la legitimidad ética del 10-N y maridajes posteriores.

 

Ayer, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó una resolución sobre la inmunidad de Junqueras que proyecta el chalaneo del poder legislativo. ¿Puede explicarme alguien por qué los diputados han de ser inmunes fuera de su estricta actividad parlamentaria? Si el respectivo órgano no concediera el suplicatorio, tal privilegio se convertiría de hecho en impunidad coyuntural o definitiva. Cualquier constitución democrática basa su legitimidad en la igualdad de derechos y deberes. ¿Cómo puede entenderse que la voluntad de unos pocos expresada en las urnas preceda al sentido común y a la Constitución aprobada por cada sociedad? Además, en este caso, había procesos abiertos con anterioridad a la condición de eurodiputados ya que la instrucción empezó en octubre de dos mil diecisiete y la fase del juicio oral a principios de dos mil diecinueve; por tanto, de facto, se estaría aplicando (a destiempo) una inmunidad perversa, ad hoc. Cierto, no soy experto en leyes; aun así, ni los propios magistrados se ponen de acuerdo a la hora de desentrañar dicha resolución. Soberanía y democracia son términos demasiado serios para aventurarse en laberintos que puedan resquebrajar el bien a proteger.

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