Noticias de Cantabria
Opinión 15-04-2020 11:08

¿Precintar la Moncloa?, por Manuel Olmeda Carrasco

 

 

Conviene siempre, pero más en ocasiones que pudieran resultar incómodas, conceptuar el significado de vocablos con especial alcance, tal vez disputa. El epígrafe -que profiere también mi pensamiento junto a gran parte de españoles, estoy seguro- me lo sugirió un buen amigo ilicitano, Jesús, a instancias mías. Precintar, nos aclara el diccionario, implica “colocar un precinto en un objeto o lugar para evitar que sean abiertos antes de tiempo o por una persona indebida”.  El término tiene una dualidad evidente en sí mismo, fuera de toda intención subjetiva. Utilizamos la misma expresión para resaltar algo beneficioso, pero también como reseña o circunstancia que nos pone, tal vez debiera ponernos, suspicaces. Los tiempos inducen a escudar invariablemente un empleo u otro, en términos generales, porque la coyuntura social así lo requiere. Dicho esto, no es óbice, sin embargo, que paseemos el contrario de puntillas manteniendo idéntico escenario.

 

Durante casi toda mi existencia, “precinto” tuvo connotaciones garantes, ventajosas, selectas. La exquisitez mostraba invariablemente una etiqueta de calidad bajo precintado adherido, inseparable, que lo autentificaba. Creo extendida la experiencia mayoritaria de todos nosotros. Antes, el precinto indicaba mercancía interesante (al menos) en su interior; además, revelaba pureza, estreno, primera mano. A veces -sin ostentar ningún aditamento externo- superando lo prosaico, lo material, constatábamos sin fórmula concreta la pericia solvente de algún conocido o las castas virtudes de alguna moza en edad requerida. Tal vez, el desliz, la ligereza, el espejismo, fueran concebidos por la cercanía entre lisonjero y elogiado, si bien su fracaso fuera escaso, si no nulo.

 

Aunque los tiempos no han envilecido el pretérito don de precinto, se advierte ahora un uso regular con carga semántica muy diferente. Antes había una coexistencia inclinada a favor de lo apreciado. Ahora sigue habiendo el mismo entendimiento, pero sometido a un extravío penoso, presuntamente delictivo. Confinar, en su acepción segunda, expresa: “Recluir algo o a alguien dentro de unos límites”. Razonando un poco, sin esfuerzo, concluiremos el malicioso paralelismo existente entre precintar y recluir (confinar). Si nos atenemos a los hechos, a nosotros nos han precintado dicen para evitarnos males mayores. Algo parecido a la noticia que recoge Informaciones, diario alicantino: “Precintado un juzgado de guardia en Alicante, por un posible caso de coronavirus, para evitar riesgos”. Por cierto, lunes y martes se desprecintaron las actividades laborales para no paralizar la economía, obviando los riesgos humanos. Veremos resultados.

 

El lector sagaz habrá percibido, en la cabecera, un complemento retórico desgajado de una metáfora y una sinécdoque. Moncloa, metafóricamente, se refiere al gobierno que ocupa sus instalaciones. Aplico, asimismo, la sinécdoque cuando del mismo tomo la parte medular, elitista, con cara (en propiedad, jeta), mientras señalo tácitamente el todo, las numerosas y onerosas yemas que enraman el gobierno a posteriori: artistas, bufones, decenas de miles de entidades lucrativas (autodefinidas sin ánimo de lucro), asesores, medios, periodistas, personas subyugadas, etc. una multitud derrochadora e inútil para reportar al ciudadano el mínimo bienestar o ninguno. Ignoro, y temo que sea un auténtico misterio indescifrable, cuánto dinero cuesta al erario público “las inyecciones” asignadas a esta caterva, cuyo exclusivo cometido consiste en culturizar la propaganda e higienizar con artificio tanta suciedad. Mención aparte merecen los medios entrenados para contrarrestar los débiles hostigamientos de la derecha y conducir, corromper, el dilema social. Sí, los medios han sido germen esencial en esta democracia esperpéntica.

 

Remedando una frase célebre, ni quito ni pongo rey, pero defiendo mi presente y el futuro de los míos. Nadie duda ya de que este gobierno tuvo un natalicio gestado con frialdad reprimida por ambos progenitores. Sánchez e Iglesias se odian intensamente; tanto, que pretenden disimularlo extremando carantoñas postizas, inexcusables. La pandemia no ha traído ninguna novedad, acaso solo agregue divergencias conocidas de antemano y que sendas egolatrías incrementen afanosas. Más allá de palabras, ajustan una alianza cuyo único elemento común es el apoyo recíproco. No hay otra solución, van juntos o disuelven el artefacto montado contra los españoles y en el que, a marchas forzadas, Iglesias acapara demasiado poder ante la indolencia de un Sánchez engreído, altivo, pero bobalicón.

 

Verdad es que antes de la pandemia, Sánchez e Iglesias, tuvieron poco tiempo para destapar talantes absolutamente dispares; es decir, para emerger lo adivinado por una sociedad sin aprendizaje ni juicio, porque era evidente: el gobierno de coalición fue una burla, un sostén urgente si deseaban aferrar el poder. Este maldito virus, ha destapado imprevisión, negligencia, abandono del personal sanitario y de orden, incuria, errores; en fin, inutilidad, ineficacia. Resulta irritante la requisa diaria de la TV para, tras horas y horas de arengas ridículas, no decir nada; solo argucias y fraudes, palabras constantemente incumplidas. Faltan UCIs, mascarillas, test, EPIs, respiradores, camas, etc. vemos, crispados, un entorno desalentador, catastrófico. El confinamiento riguroso y la respuesta ejemplar, sacrificada, del personal sanitario, fuerzas de seguridad, ejército, junto al personal de los grandes almacenes, son únicos protagonistas del éxito conseguido hasta ahora. ¿Y el gobierno? Está entretenido pensando cómo ejecutar la próxima propaganda. Por ejemplo, repartiendo pocas mascarillas que no resolverán nada.

 

No obstante, insisto, los medios audiovisuales, pese a permitir irresponsablemente Liga, acto de Vox y manifestación feminista (madre del cordero y la primera razón del resto), defienden al gobierno que los subvenciona generosamente. Con honrosas excepciones, las TV, públicas y privadas, justifican negligencias y magra gestión del ejecutivo ante lo que aparecía por el horizonte y que la OMS advirtió. Argumentan que los países de nuestro entorno cometieron los mismos descuidos. De acuerdo, pero ¿acaso mal de muchos tiene que ser consuelo de tontos? como dice un adagio popular. Por otra parte, nos comparamos con los países adyacentes solo en lo negativo. Todavía no he oído a la Sexta, verbigracia, comparar nuestra democracia con la alemana, danesa o cualquier otra de las que tienen una calidad infinitamente superior contando con menos políticos, asesores y medios públicos. Denunciando estas diferencias es la forma de cimentar aquella deontología primigenia del cuarto poder y contrapeso político, génesis auténtica de un periodismo tan aludido como postergado por los mismos comunicadores.

 

El gobierno nos tiene recluidos saltándose la normativa, según voces autorizadas de conspicuos constitucionalistas. De facto, estamos en un Estado de Excepción pese a lo anunciado por Sánchez; es decir, está legitimando que el fin justifica los medios. Según esta premisa, ¿es conveniente precintar La Moncloa para evitar el abismo nacional? El interrogante requiere respuestas juiciosas e inflexibles.

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