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Opinión 09-05-2020 17:30

Lingüística política, por Manuel Olmeda

Sánchez es un aventurero temerario, audaz. Su máxima transita, seguramente, por el dicho popular: “De perdidos al río”. Juega fuerte -al todo o nada- y le sale bien porque lo hace con capital ajeno. Empezó con nada y por ello nada puede perder. Como mucho se quedaría en la casilla de salida, pero con asignación pecuniaria.

 

 

El martes presencié la parte nuclear del debate que terminó por aprobar un cuarto estado de alarma. Como siempre, percibí esa falsa hegemonía moral e intelectual que, de forma exclusiva, se atribuye la izquierda. Contra esta corrupción del conocimiento social al socaire de aquel rotulo postizo, se impone una técnica eminentemente pedagógica. Ante la penuria ideológica de la izquierda -no socialdemócrata- en el marco capitalista europeo, se ha impuesto esta política de bloques para (regulando las emociones) obtener réditos electorales. En España, dicha estrategia ha conseguido un desarrollo inusitado, eficaz, lucrativo, ante la ininteligible candidez de una derecha siempre humillada al trapo. Debe abandonar “el tú más” para rebatir discursos postizos con esa humildad que conlleva reconocer errores y ratificar rigurosos compromisos para subsanarlos. Si quiere convencer, apartar insidias, conseguir el poder, la derecha tiene que “explicar, enseñar” su proyecto sin complejos ni miedos y “dejar las cuentas claras” cuando sea atacada.

Casado y Arrimadas deben exponer, rigurosa e insistentemente, las incoherencias de quienes dicen A y obran Z. Pero necesitan algo imprescindible: dar ejemplo. No menciono a Abascal porque él ya lo hace. De momento, los dos primeros (desde mi punto de vista) han cometido sendos errores. Casado, después del chorreo argumental para no apoyar el cuarto estado de alarma, debiera haberse inclinado por el NO. Le ha pesado excesivamente el voto negativo de Vox ante la futura implicación que esa izquierda medio extrema -sanchismo- y extremísima (Podemos) le hubiera imputado. Un partido de gobierno se obliga a mostrar consistencia, entereza y no indefinición. Arrimadas ha empezado con mal pie. Si sigue esta trayectoria le auguro otro fracaso, ahora definitivo.

 

Sánchez es un aventurero temerario, audaz. Su máxima transita, seguramente, por el dicho popular: “De perdidos al río”. Juega fuerte -al todo o nada- y le sale bien porque lo hace con capital ajeno. Empezó con nada y por ello nada puede perder. Como mucho se quedaría en la casilla de salida, pero con asignación pecuniaria. Sabe que no ha conseguido La Moncloa y la desea por tiempo indefinido. El coronavirus ha demostrado su absoluta incapacidad, pero lo superará confinando a todo el país, poniéndolo a su servicio y auxilio. La cuarta prórroga era para él imprescindible porque, en este desastre sanitario y económico, ya le quedan pocos balones que echar fuera. Contará con unos u otros hasta encontrar la salida que le permita saldar esta pandemia como éxito propio, extraordinario; ayudado, claro está, por los medios audiovisuales generosamente subvencionados. La vinculación ERTEs y Estado de Alarma supone otra trampa burda de Sánchez que ha venido bien, como excusa, a PP y Ciudadanos.

 

Pero concretemos vocablos de uso inexacto cunado no pervertido. Confinar significa recluir a alguien dentro de límites, cuando es “alternativa sanitaria a falta de mascarillas, test y otros accesorios anti pandemias”. Suelen utilizarla de forma rigurosa, plena, países donde los políticos son salvajemente desprevenidos, torpes, desaprensivos; es decir, salvo error u omisión, solo España. Luego, tras dos meses, manifiestan que esta medida (sacrificio para todo individuo y economía) da los resultados previstos. ¿Vais de guasa? Política se refiere a arte con que se emplean los medios para alcanzar un fin, pero deriva en “artimaña emotiva que utilizan abundantes indocumentados para vivir del cuento”. Muchos han prometido dejarla tras un tiempo prudencial y estoy convencido de que se jubilarán políticos. Rufián, verbigracia, aseguró que en dieciocho meses dejaría su acta de diputado para irse a la república catalana. Era diciembre de dos mil quince y las Cortes se constituyeron en enero de dos mil dieciséis. Todavía, “y lo que te rondaré morena”, pulula por el Parlamento español.

 

Quizás el vocablo más manipulado, sobre todo por la izquierda totalitaria, sea democracia. Democracia encarna una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. Después del espejismo fanático se imponen los hechos y la realidad: Deporte social convocado cada cuatro años, en condiciones normales, cuya aportación consiste en introducir una papeleta -en urna prescrita- al objeto de elegir un partido que te representa segundos y olvida hasta la próxima convocatoria. Evidentemente lo de “poder político ejercido por los ciudadanos” consiste en puro aporte retórico. Delito político es el que establecen los sistemas autoritarios en defensa de su propio régimen. Comprobamos, asimismo, que también en democracias extrañas, de frontispicio, tácita o expresamente, retoman similares (aunque renombrados) delitos o diseños para preservar intereses oscuros y espurios, cuando no pisoteando derechos individuales. Si se diera tal rasgo, democracia y dictadura serían sinónimos. ¿Está claro?

 

Tal vez el mayor asenso social se halle en la palabra verdad, esa que Platón identificaba con la belleza capaz de arrebatar lo egregio al individuo, incluyendo un alto distingo ético. Verdad indica conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Hoy, no obstante, farsas, trapicheos, corrupciones, mentiras puras y duras, revestidos todos ellos con sayos que pintarrajean -o lo pretenden- una realidad inverosímil, distorsionada, tienen el objetivo de influir en la sociedad para motivarla a determinados fines. Ahora, mentira ha sufrido un cambio eufemístico: posverdad. No saben ya qué innovar para ocultar tanta argucia. Existe un segundo vocablo muy evocado por estos políticos que aguantamos y sufrimos: trabajo. Trabajo, en su acepción sexta, significa esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición a capital. De las doce acepciones, este gobierno social-comunista tiene especial afecto a esta porque cuelan la fábula de la hormiga (ellos) y la cigarra (oposición). Eso sí, nuestros políticos, al menos poco activos, no pierden de ojo el capital. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

 

Termino con dos vocablos básicos: capitalismo y comunismo. Capitalismo es sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado. Constituye el sistema ideal, pues exige una sociedad necesariamente libre y economía saneada para evitar su desaparición. A su sombra, y como efectos colaterales, aparecen democracias aparentes cuyos coautores las reprueban maliciosamente porque quieren ser los dueños y señores de su alternativa. Ayer se dio un viernes excepción porque el acuerdo sobre los ERTEs del gobierno con el “capitalismo empresarial” ha merecido el aplauso incluso del comunismo más rancio. Todo vale si nos beneficia, deben pensar. Comunismo es el sistema político basado en la lucha de clases y en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. Conforma, sin rodeos, capitalismos de Estado, dictaduras, que precisan sociedades tiranizadas. El capital lo atesoran las élites gobernantes, mientras viven con holganza sus afines; el resto padece esclavitud, miseria y olvido porque acaban siendo innecesarios. Analicemos la Historia y nuestra propia experiencia. Juzguemos detenidamente mensajes y maneras, dichos y hechos. 

Madrid es ya fijación, una china molesta en el zapato de la izquierda política y mediática.   

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