Cordones democráticos y lazos amarillos, por Manuel Olmeda Carrasco
Aunque el español tiene una memoria efímera, cambiante y selectiva, espero que tengamos presentes (incluidos socialistas recalcitrantes) los extremos que Sánchez aireó de Podemos e independentistas, sin ninguna concesión, antes del 10-N. Podemos, además, le quitaba el sueño. Pero hete aquí que el resultado electoral fue un desastre. No disminuyó tres diputados, malogró treinta pues esperaba obtener ciento cincuenta. Al gurú Redondo, en esta ocasión, le abandonaron los estros y el talegazo ha sido de récord. Pero Iván -eficaz y previsor, quizás algo diabólico- voluntaria o instintivamente tenía un plan B. Bastaron horas para instigar otro fraude: el abrazo Sánchez-Iglesias, que evitaría a ambos caer fulminados, para aguantarse firmes. Pedro, dispone de un rearme corpóreo que le permite mantenerse en La Moncloa. Pablo, puede seguir impostando un talante democrático imposible si hubiera traspasado a Irene un liderazgo injustificado, arbitrario. La plebe, aquellos “lumpen” desprovistos de conciencia de clase que dijo Iglesias en sus tiempos dorados, le descubriría donde esconde la bola del trile. El abrazo, digo, rubricó un benefactor comensalismo, jamás el afán de servir a los españoles.
Mentir no solo es decir lo contrario de lo que se piensa; constituye además un proceder, una evasiva personal, que supera el concepto estricto. Sin embargo, pese al hecho y a decires inexactos, la mentira tiene las patas muy largas; tanto, que carece de fisionomía concreta o conocida. Debido a tan compleja deconstrucción y escapatoria, advertir a un mentiroso cuesta lucubraciones y sorpresas sin fin. Yo, escéptico redomado, ducho en el comportamiento pícaro de cualquier político sin restricciones, he sufrido el aguijón moral, antiestético, de la mentira excusada tras biombo grato, fiable. A mí, a muchos conciudadanos capaces de deslindar virtud y ceguera, se nos engatusa una vez; lo que preocupa es la ingenuidad manifiesta del conjunto. Creo de dominio público el natural farsante de Pedro Sánchez, quien domina como nadie el arte del enredo. Pues bien, ha engañado a militantes del PSOE, en aquel vodevil que supuso su vuelta a la secretaría general, al propio partido, a Iglesias y a España entera. Todavía sigue haciéndolo.
Responsable único del 10-N, pierde seiscientos mil votos, las elecciones, y ahora aspira, con sumisos que achican agua, seguir hundiéndonos en el lodazal. Se coaliga con la extrema izquierda, el independentismo avieso e insolidario para terminar en los brazos cómodos del retazo terrorista, todos ellos desdeñados anteayer. Al tiempo, él, un coro adjunto y la ronda que le acompaña por intereses concretos, pergeñan un gobierno “progresista” cuyo contexto escapa al común. Probablemente porque sean ellos los únicos que progresan; por tanto, el concepto sea patrimonio de una élite preclara, patricia, afín a la casta gobernante, tal vez mediática. Una especie, ya viva, viene colonizando, usurpando, por completo el hábitat social favoreciendo su contaminación: periodistas y medios que venden su decencia (decoro) profesional por un plato de lentejas. Son los auténticos responsables de la corrupción semántica y por ende del desconcierto ciudadano, pasto de traficantes ideológicos.
Se han puesto de moda los cordones sanitaros ahora llamados (tras el eufemismo insultante, canallesco) democráticos. No parecen muy demócratas los intentos de dejar a Vox sin representación en la mesa del Parlamento mientras se quiere dar voz a partidos minúsculos, aun con esta Ley Electoral que los cobija. Se le acusa de extrema derecha cuando no se ha definido rigurosamente el término “extrema” en relación al apelativo derecha e izquierda. ¿Dónde está la divisoria? ¿Quién la marca? ¿Por qué Podemos llega como izquierda sin más y a Vox lo consideran extrema derecha? Se ha llegado a tal grado de desfachatez que Andoni Ortuzar, presidente del PNV, ha dicho sin inmutarse: “Lo que no podemos hacer es echar al PSOE en brazos de la derecha”. ¿Acaso dicho nacionalismo cabalga hacia el centro o la izquierda? Precisaríamos recordar los principios ideológicos divulgados por su fundador, Sabino Arana, llenos de racismo y xenofobia. Comporta un apunte ridículo de la manipulación con que políticos y medios tratan el lenguaje.
En la campaña oficial, esa que duró ocho días, Sánchez juró y perjuró que jamás haría pactos con Podemos e independentistas. El fracaso electoral le debió llevar a la dimisión, pero hizo lo contrario: pactar una legislatura con otro perdedor. Decía necesitar un “vicepresidente” que defendiera la democracia, que reconociera a España como Estado de Derecho y que no se perseguía a nadie por sus ideas. Sin embargo, la rama catalana de Podemos (Colau) sigue hablando de presos políticos. Aquella declaración constituyó una exclusiva apriorística e inconsciente de intenciones pues, en aquel momento, adornaban su gobierno dos vicepresidentas. Adelantándose a los acontecimientos, daba a Iglesias la vicepresidencia ejecutora porque Calvo y Calviño carecen de entidad operativa. Su ambición supera no solo la vela personal sino el insomnio de cuarenta y cuatro millones doscientos setenta mil españoles, según su certero cálculo en campaña electoral. ¿Puede aprovechar alguien semejante escenario? Sí, la industria farmacéutica.
A veces, el lenguaje habitual es sustituido por otro, denominado lenguaje de signos, mucho más consistente. Un lazo amarillo o chapa al estilo Rufián (valga la expresión), comporta la declaración taxativa de presos políticos dentro de un país antidemocrático. Al mismo tiempo, incoherencia de ERC, “partido garante de las libertadas ciudadanas”, que se deja comprometer, convenir castamente, por un gobierno liberticida. Pero este insulto a la inteligencia del español, incluso catalán, viene eclipsado por el sarcasmo de barones y peones de brega socialistas cuando claman: “Con independentistas no” al tiempo que, bajo cuerda, “con máxima discreción”, enseñan -impúdicos- unos gayumbos inmundos. El proceder político no ha cambiado nada pese a opiniones teóricamente fundamentadas. Angélica Rubio, directora de comunicación con Zapatero, dice: “Han cambiado los tiempos políticos. Ahora hay una política de enfrentamiento, de violencia, llevada a cabo por políticos jóvenes”. Eso, más o menos, ya lo dijo Ortega hace un siglo porque los tiempos cambian, pero los políticos no.
Termino con algunos interrogantes que me importunan. ¿Por qué se aprueba el decreto contra “la república digital” si acoge una nueva “ley mordaza” para controlar internet? ¿Por qué se abstuvo Podemos si tanto defiende los derechos ciudadanos? ¿No estará enseñando una “patita” ahora que, presuntamente, formará parte del gobierno? ¿Por qué Iceta exige a Sánchez que el catalán se enseñe en toda España? ¿Por qué el partido de Colau se abstiene siempre cuando quiere decir sí? Respóndanse ustedes.
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