Meditaciones en torno a VOX, por Manuel Olmeda Carrasco
Desde mi punto de vista, Vox ni es fascista ni extremado; es un partido que defiende con ardor principios estimados y que algunos desprecian, combaten, porque interesa destruirlos
Confieso que tengo predilección por ver en la Sexta (al rojo vivo) los debates políticos. Al mismo tiempo, manifiesto que no comulgo con el presentador ni con los tertulianos habituales porque, para ser presuntamente marxistas, la “dialéctica” brilla por su ausencia. Desde luego, niego ser masoquista y pretendo únicamente constatar que ellos, sin otro incentivo, sin propósito de enmienda, abrazan una marcada trinchera absurda, un maniqueísmo necio y contrahecho. Observando cada día el talante del presentador, asimismo polemistas de igual o similar sesgo, podríamos asociarlos a una frase que escuchamos en la película Alacrán enamorado: “No le gustas, pero no te odia. Esa es una diferencia que un nazi como tú no entiende”. Así es, solo nazis, totalitarios, alimentan odios hacia personas ajenas a sus convicciones o afectos. El resto asume con delicadeza discrepancias, inquinas, sin obligarse por ello a triturar la concordia social.
Sin embargo, en este mundo caótico siempre encontramos un porqué; nada sucede porque sí, aferrado al acaso transitorio, contingente. La política, como otros sistemas dinámicos deterministas, tiene como comportamiento rígido, perenne, el ciclo causa-consecuencia por lo que un lance actual determina definitivamente el futuro. La plataforma televisiva mencionada, arremete (retiro embiste, mi primera intención, para ofrecer un vocablo generoso) sin tapujos, mientras utiliza vergonzosas estrategias, contra Vox, PP y Ciudadanos. Vox, sin contar adversidad ni estrella, siempre queda bautizado de extrema derecha con atributos tendenciosos, repelentes. Cuanto menos antidemocráticos, si no le auguran invariablemente cara al ciudadano un futuro aterrador, sangriento, inhumano. Con PP el diapasón baja varios tonos porque sería poco creíble que se le acusase de antidemócrata, u otros epítetos ominosos, cuando su devenir gubernamental ha coronado con suficiencia, sin ostentaciones, el examen preceptivo. Otros, ni por apuesta.
Ciudadanos, según (con)venga, recibe el aplauso más lisonjero o la andanada menos justificable que socaba su ya hundida imagen. A veces interesa aglutinarlo con la derecha y la “extrema derecha” para envenenar el aura de centralidad que exhibió en su génesis y que sustrajo votos al PSOE, consiguiendo un éxito notable. Coyunturalmente, con el mismo impulso, prodigan, encarecen, sus esencias moderadas para ver si confundiendo envoltura y sustancia abomina de Vox. Si la izquierda consigue ese triunfo se eternizará en el poder porque habrá abierto una fisura de imposible conciliación en la derecha. Mantuve meses atrás, y me sigo manteniendo, que la crisis de Ciudadanos (como airean medios cuyo pie tullido conoce el común) no se produjo por su negativa a apoyar al PSOE, no; fue por asumir un comportamiento displicente con Vox y poner en jaque a gobiernos autonómicos, como lo prueba el aumento de votos conseguido el 10-N por dicho partido.
No hay día en que la izquierda gubernamental, pedrista concluyente o extrema, junto a sus acólitos independentistas (catalanes y vascos), reprima su virulencia dialéctica contra Vox. Decía Tennessee William: “Creo que el odio es un sentimiento que solo puede existir en ausencia de toda inteligencia”. La frase merece hacerse extensiva a cualquier intento de vituperar, deslucir, al rival; incluso ubicándose más allá del presunto eje de simetría, como sucede con Podemos. Al final, ese dardo certero se complementa por la efectividad que producen los complejos de PP y Ciudadanos cuando se les mienta alguna iniciativa de maniobra con Vox. Deduzco que todos, sin exclusión, sienten un temor indomable a que seduzca al electorado, menos afín inclusive, por coherencia; esa cualidad tan extraña, desde hace algún decenio, en el quehacer político. PSOE, PP y Podemos al último segundo, quieren pescar sin mojarse posaderas ni chapotear la ética pública. Tal proceder, y el hartazgo del individuo, traen consecuencias.
El eslogan tóxico por excelencia, proveniente del PSOE, insiste en que PP y Ciudadanos pierden “su virginidad” cuando pactan con Vox. Sin embargo, Sánchez acepta a Podemos “como animal de compañía” para que no se lleve el juego monclovita. Además, suscribe la comitiva formada por independentistas y Bildu que desempeñan un papel vertebral dentro del escenario gubernativo. Todo esto y más, sin pestañear, haciendo gala de cinismo y palabrería sin límites. Dentro de unos meses cumplirá dos años al frente de la Moncloa y, en puridad, lo único que ha hecho es desenterrar a Franco. EREs, indicios o presentimientos de nepotismo, derroche, bloqueo de diversas comisiones, abusos, oscurantismo, etcétera, etcétera, llegan a calificarse de pequeños escollos propios de cualquier democracia. Incierto. Tal vez lo fueran si confrontáramos lo expuesto con la probable quiebra de la unidad nacional, arrinconar una solidaridad autonómica aventada, acuerdo para romper la caja común de la Seguridad Social y, sobre todo, el abierto intento de controlar las distintas ramas del poder judicial en cualquier actuación o esfera.
Sí, Vox surgió por la indigencia de un PP apático, desideologizado y débil. No es un partido ultra, extremo, ni populista; auspicia una ideología conservadora con el objetivo de oponerse con rigor y firmeza a una izquierda, más o menos socialdemócrata, que ha fracasado en Europa. Encima, a día de hoy, mantiene impoluta la inocencia ética y estética negada para el resto de siglas. Probablemente ahí estribe la razón que les asiste para enlodar su temprana existencia. El aparente aprecio mostrado por Marine Le Pen, presidenta de Agrupación Nacional, y Mateo Salvini, secretario federal de la Liga Norte, felicitando a Santiago Abascal por su éxito electoral, no implica necesariamente ninguna afinidad previa o posterior. Cierto es que medios concretos advierten aproximaciones irrefutables cuando niegan, con mayor vehemencia, acciones de mutua devoción entre siglas oriundas y regímenes iberoamericanos dictatoriales. C´est la vie.
Vox no está contra las agresiones a mujeres, impugna la terminología oficial y los chiringuitos que patrocina, porque hay diferencias astronómicas entre dichos y hechos. Tampoco es verdad que tenga actitudes xenófobas o racistas cuando propone con preferencia una migración razonable, sensata y legal. El mal llamado pin parental es la defensa matizada del derecho a las libertades individuales y familiares, mientras se opone a la dominación y manipulación que intenta llevar a cabo la izquierda materializada aquí por un gobierno social-comunista, totalitario. Tutela y justifica, con entraña democrática, una Constitución que ha traído cuarenta años de paz. Respecto a su pugna contra el Estado Autonómico, le auguro millones de apoyos (al menos tiene el mío) y la prueba taxativa es que ningún partido político se atreve a proponer un referéndum para aprobar o no su supervivencia. Desde mi punto de vista, Vox ni es fascista ni extremado; es un partido que defiende con ardor principios estimados y que algunos desprecian, combaten, porque interesa destruirlos. Esto, y una ambición desmedida, lleva a los autores -en un tótum revolútum- a calificar postiza e indignamente a toda la derecha como el trifachito, que no derecha “trifálica”. Por cierto, ¿qué proceso intelectivo o emocional le llevaría a usar semejante vocablo? me pregunto.
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Comentarios(1):
Criticas a la Sexta, pero seguro que adoras al Jimenez de 13tv, y no digamos nada al oytro Jimenaz, losantos, un autentico taliban de la derecha, donde en los debates al pobre Carmelo Encinas se lo comen con papas, moderador incluido, cuando interviene, eso es para vosotros democracia, ¿no liberales? que sabreis vostrosl lo que es eso. La Sexta es una television, que vale, puede tirar un poco ala izquierda, pero a ninguno de derechas se le miega su replica, vete tu a 13tv y no digamos nada a intereconomia, a ver si te dan derecho a replica, cuando mienten o no contrastan las noticias como bien pudo probar el Gran Wooming.