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Opinión 19-01-2020 10:06

Decir "A" y hacer "Z" o culpables los demás, por Manuel Olmeda Carrasco

Sir Laurence Olivier inquiría con sentido común: ¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo?

 

 

Falaz es quien miente de vez en cuando, pero no afecta a su índole natural; el figurante transmuta su vida, lejos de vivirla, en constante farsa. Capital, sindicalistas y políticos, se recrean colocándose máscaras que ocultan, no solo huellas evidentes de suaves (o no tanto) taras éticas o intelectuales sino rostros roqueños, inalterables. Diría que resulta improbable encontrar otros colectivos con parecidos ahíncos. La terna, de por sí protagonista, se deja arrastrar por los políticos, sin ocultar cierta sumisión por parte del dúo con perfiles económicos. Así debiera ser, pero los imponderables -que siempre costea el pueblo llano- dificultan el punto de equilibrio, allegando desencuentros, sin que ninguna contingencia venga a socorrernos. Semejante coyuntura vehemente, permite a cualquiera de ellos salir indemne imputando a los demás sus propios errores. ¡Encima de impostores, cínicos!

Estamos inmersos en un mundo donde la comunicación audiovisual, sobre todo, constituye el Templo de Delfos cuyo oráculo, compuesto por informadores sectarios, marca lo reciente mediato y el futuro. Ambos sufren enfoques sistemáticos desde estas esferas con objetivos perfectamente delimitados. Hoy, para ser alguien relevante en cualquiera de aquellas categorías (capital, sindicalistas y políticos) precisa tener a su disposición cadenas de radio y televisión que le permitan hollar el reposo familiar. Los tiempos presentes incorporan técnicas de conocimiento bastante discutibles a tenor de los resultados. Inclusive, no existe distinción clara sobre qué sistema didáctico recae tanto fracaso, tanta mediocridad. Ciñéndonos al área del conocimiento político, el actual se nutre exclusivamente de planteamientos y contenidos audiovisuales. Surge así el interés de la izquierda por controlar estos medios.

Alguien empieza a maliciar -y yo no opongo reparo alguno- gestos totalitarios en el inicio del gobierno Sánchez. Adolf Hitler (clónico de Stalin) manifestaba: “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”. Pedro, el presidente, ajusta su estrategia a tal máxima desde “las primeras castañas”. Empezando por “un gobierno de desbloqueo”, cuando él fue único y definitivo bloqueador, hasta “gobierno progresista” mientras atesora el mayor inmovilismo registrado en cuatro décadas, pueden ir descubriendo mis amables lectores cuántas argucias ignominiosas, adoctrinadoras, sean capaces de anotar. Por mi parte, aunque procuro estar al corriente, he perdido la cuenta. No crean ustedes que dicha realidad proviene del descuido o de la indolencia, en absoluto; es consecuencia de un trámite irrealizable. Llamaría misión casi imposible cuantificar las falacias vertidas por tan insólito personaje; es algo incomprensible en Europa, menos su justificación.

Miembros del gabinete próximos a él, su Sanedrín personal, siguen satisfechos la farsa propagandística superando, no ya solo líneas rojas sino la lógica más razonable. Ábalos, ese maestro con apenas escuela, o sin ella, dice con osadía: “El PP está solo en compañía de la extrema derecha”. Mensajes de este tenor (mientras blanquea la extrema izquierda, esa que ha vituperado y seguirá haciéndolo) debilitan todavía más nuestra caricaturesca democracia. He elegido dicha frase como botón de muestra, pero hay decenas de personajillos -léase, verbigracia, el señor Simancas- cuya contribución a la sociedad no pasa de dar titulares insolentes, estrafalarios, mitológicos. Tampoco los partidos enemigos (los vocablos rivales, antagonistas o adversarios, yacen bajo tierra desde hace unos años) se imponen devolver una a una todas las insidias, bien como reintegro bien como márquetin.

Sir Laurence Olivier inquiría con sentido común: ¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo? Sánchez, o sea el gabinete, aplica con soberbia la moraleja que puede extraerse de los interrogantes del célebre actor inglés. Anuncia, fuera del incremento a pensionistas y funcionarios, que va a restituir las conquistas sociales perdidas con Rajoy y sus famosos recortes (inicia la falsedad repartiendo estopa). Para sufragar ese adeudo, piensa subir los impuestos “a ricos y grandes empresas”, (sic). Según todos los cálculos económicos, la recaudación supondría el once por ciento a cuyo resto deben responder trabajadores y pymes. Es decir, el grueso lo pagarán los de siempre. El contribuyente, cada día menos ciudadano, sospecha y teme lo peor, pero calla.  ¿Escrúpulo, indolencia, convencimiento? Sospecho que indolencia y tragaderas, estas con seguridad cuando se vota al PSOE tras las amargas experiencias financieras de González y Zapatero. A no tardar, veremos de nuevo otro desastre.

Lo que no es moderación es barbarie. “Aún no asamos y ya pringamos”, reza un dicho popular. En efecto, la toma de posesión del nuevo ejecutivo (miembros y miembras) alumbró una estupidez mayúscula al prometer dos de ellas guardar en secreto las deliberaciones del consejo de “ministras”. Sin embargo, lo demencial viene de la directora del Instituto de la Mujer cuando propone sodomizar al hombre para hacerlo igual a la mujer. ¿Podemos esperar algo mínimamente razonable con estos mimbres? Eso antes de andar; cuando empiecen a coger callo, durezas mentales, viviremos en continuo e interminable disparate. Lo inmediato trae dos noticias alarmantes. La última, el “sabroso” comentario de Celaá: “No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”. ¿Quiere decirme esta “experta” educadora a quién pertenecen hasta su mayoría de edad? ¡No me lo diga!, al Estado; y después, también. Puro marxismo-leninismo aderezado con dosis de “hegemonía” gramsciana.

Algo más lejana, la crítica indocumentada, capciosa, de Iglesias al Tribunal Supremo. Por cierto, el artículo siete del Acta, para elegir eurodiputados, de veinte de septiembre de mil novecientos setenta y seis dice: “Hasta la entrada en vigor de un procedimiento electoral uniforme, y sin perjuicio de las demás disposiciones de la presente Acta, el procedimiento electoral se regirá, en cada Estado miembro, por las disposiciones nacionales”. Por su parte, el Reglamento Interno del Parlamento Europeo de diciembre de dos mil diecinueve, en su Capítulo uno, Artículo uno, uno, insiste: “El Parlamento Europeo es la asamblea elegida de conformidad con los Tratados, con el Acta de veinte de septiembre de mil novecientos setenta y seis relativa a la elección de los diputados al Parlamento europeo por sufragio universal directo, y con la legislación nacional adoptada en aplicación de los Tratados”. Me extraña que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, en clara judicialización de la política con todos los elogios del gobierno español, se pronuncie sin aparente basamento legislativo, sobre la inmunidad de Junqueras, Puigdemont y Comín, no declarados europarlamentarios por las Instituciones españolas correspondientes, según ley. Lo de Iglesias y el “varapalo” al Tribunal Supremo, carece de calificativos normales, contenidos. Culpables indiscutibles PP, Ciudadanos y Vox.

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