¿Quién es quién?, por Manuel Olmeda Carrasco
Les aseguro que no pretendo iniciar un juego donde se ponga a prueba la rapidez mental o el descubrimiento ocioso, pintoresco, de personajes populares. Mi objetivo, aun con similares efectos, consiste en presentar protagonistas del acontecer político destacando de ellos sobre todo expresiones inauditas, chocantes.
Quizás no aparezca quien, en buena lid, debiera formar parte importante de mi selección. Quede claro que, salvo error u olvido, no he creído oportuno mencionarlos y -de forma consciente, voluntaria- los he obviado porque alzaban el vuelo con escasa entidad. Reconozco sobrados atributos en quienes están, pero también pudieran evocarse méritos menos ostensibles de otros que seguramente, ignoro si por suerte o por desgracia, pasarán inadvertidos.
Tal vez alguien piense en qué injusta aventura nos metemos haciendo juicios de valor sin conocer a los señalados. Cierto. Sin embargo, Edmund Husserl resuelve tal aprieto cuando aplica los criterios de su fenomenología trascendental. Husserl mantenía la tesis de que al sujeto (ora “sujeta”, según terminología de uso izquierdoso e inclusivo), le es imposible conocer el ser fuera de vivencias perceptivas e intencionales, ajenas al mundo de las ideas. Fundamento del conocimiento constructivo, el ente se identifica solo a través de sus manifestaciones, de sus fenómenos. Siguiendo dicho principio, no es necesario un conocimiento previo a la hora de analizar al individuo. Basta con advertir ciertas señales para conseguir juicios acordes con su esencia.
Reitero una vez más que mis opiniones se refieren exclusivamente al político, nunca a la persona. Esa dualidad paradójica, armazón argumental que se reivindica a veces como evidencia definitiva, no cabe en mí ni como excusa. Haciendo un minucioso repaso, hay una política que me causa admiración, sentimientos encontrados, hechizo. Carmen Calvo me cautiva desde que, siendo ministra de cultura con Zapatero, dijo aquello: “El dinero público no es de nadie”. Presiento que debe tener un vasto bagaje formativo; por esto mismo, ciertas expresiones suyas hieren el basamento lógico y sentido común constitutivos de mi andamiaje cerebral.
El clímax de la frescura -lejos del aspecto meteorológico- lo proporcionó la señora Calvo hace casi un año. Alguien le adujo la curiosa oposición de dos declaraciones de Sánchez sobre si era rebelión o no los episodios perceptibles del independentismo catalán. Ella respondió: “El presidente nunca ha dicho que hubiese rebelión en Cataluña, lo dijo Pedro Sánchez”. ¿Hay “frescura” o no en semejante dualidad paradójica? Ni los sofistas realizaron tantos excesos laberínticos una vez oída tan iluminada reflexión.
Al compás de los buenos vinos y jamones, doña Carmen mejora con el tiempo. Ahora mismo es casi imposible superar la “bondad” de sus efervescencias dialécticas. Lleva a la par, en perfecta consonancia, porfiar sobre nuevos intentos de Podemos para resolver una investidura lejana. Al ofrecimiento de cuatro opciones para formar un gobierno de coalición, Calvo les responde: “El gobierno de coalición está rechazado y rechazado queda” mientras les propone un estúpido acuerdo programático. Además, lleva desfondada, con burda alternancia, el tema del Open Arms que le origina críticas mediáticas furibundas por frases poco solidarias e inacción gubernamental. Me asombra, asimismo, la notable hipocresía fraterna de acomodados izquierdosos con la inseguridad y dinero ajenos. Su palabrería jamás consume patrimonio propio.
Podemos, avaro y certero al maná populista, advierte -por boca de su portavoz adjunta- que debiera ser obligación de cualquier gobierno democrático sufragar con cargo al erario público la recogida de migrantes. En franco (perdón) litigio, Carmen Calvo anuncia que el Open Arms carece de permiso para rescatar personas y que puede ser multado. Podemos, partidario absoluto del estatalismo marxista, aquí sí defiende la propiedad privada -el barco- costeada con fondos públicos. Son capaces, utilizando parecidos argumentos, de defender o censurar a muerte un mismo efecto público-privado.
El presidente en funciones consumió ayer su ocio vacacional mientras España se incendiaba por la polémica del Open Arms y Canarias ardía de fuego e injuria. Hoy, cinco días después, retomaba el Falcon para hacerse la foto entre fieles servidores y tierra quemada. Vergüenza. Luego, terminales mediáticos definidos, amplifican cajas de resonancia -diapasones incluidos- para linchar a la Junta andaluza por su presunta negligencia al tratar el mortal brote de listeriosis. Semejante oprobio me trajo a la mente aquel incendio en Guadalajara que dejó once muertos alrededor de un caos organizativo terrible durante dos jornadas. Mientras altos cargos de la Autonomía manchega pasaban el fin de semana ajenos al incendio, Zapatero se fue a China cuando tenía más cerca los cerros de Úbeda. Al fin y al cabo, para lo que procuraba, igual servía uno u otro destino.
Pablo Casado -sin que se note mucho- previo a auparse al gobierno de la nación debe someter a algunas huestes hostiles en el País Vasco y Galicia, sobre todo. Disciplina no es sinónimo de intransigencia y conseguir crédito cuesta sacrificios, sinsabores. Su mayor déficit, probablemente fundamental, consiste en ofrecer un exquisito afán de conciliación, de apertura, con quien evidencia no merecerlo. Tal vez, y pese a lo dicho, pudiera considerarse virtud sustantiva para conducir los tiempos que corremos. Albert Rivera, por el contrario, raptado por un tacticismo suicida al querer protagonizar una oposición precursora, se muestra desdeñoso, cargado de irreflexión. No se puede ser tan esquivo con el PSOE, tiquismiquis con Vox, ni tan artero con el PP. Me parece un yerro colosal desdibujar esa tarea bisagra que le ha asignado hoy el ciudadano. Él verá.
Vox -si el nuevo bipartidismo, con bisagra incluida, a repartir entre PSOE, PP y Ciudadanos, fracasa- se convertirá en gobierno sin remisión posible. Un análisis empírico de lo que viene ocurriendo en Europa, niega otra disyuntiva. Ahora bien, si el equipo antedicho gobernara con acierto, Vox (al igual que Podemos) se desintegraría poco a poco en partidos colindantes o quedaría reducido a sigla testimonial de compleja pervivencia financiera. Tiempo al tiempo.
Ada Colau, deficiente e inepta política, alcaldesa de Barcelona por obra y gracia de algunos catalanes, del PSOE y de Valls (dirigente extinto a temprana edad, por propios y abultados méritos), al parecer ha convertido dicha ciudad en sucursal del Bronx neoyorquino
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