¡Mi pueblo…!, por Pedro Arce Díez
Hacía ya casi dos décadas que no visitaba Quintana de Suso (Cantabria), un pueblecito con unas viviendas rurales con encanto y donde aún vivían 47 habitantes, la mayoría ya mayores, aunque año tras año iba perdiendo habitantes y muchas viviendas iban quedando vacías y algunas ya amenazaban ruina…
¡Pero me he visto muy gratamente sorprendido! Para llegar, ya la vieja y sinuosa carretera llena de baches ha dado paso a una carretera con rectificación de curvas, bien asfaltada y señalizada y al llegar a Quintana de Suso, un amplio aparcamiento me ha recibido, aparcamiento diseñado con mucho sentido común y con árboles que dan sombra a los vehículos; al lado de este aparcamiento, unos bancos y mesas ayudan al descanso del viajero e invitan a hacer pic nic. Por un momento he pensado que me había equivocado de destino; pero, no. El cartel lo dice claramente: Quintana de Suso, lugar situado en una zona montañosa de nuestra región, a 872 m. de altitud y he vuelto a comprobar su censo que, para mi sorpresa, ahora ya supera los cien habitantes y algunos antiguos vecinos han vuelto y varias parejas jóvenes se han afincado en el lugar y otras podrían hacerlo en un futuro próximo. Y quiero añadir que he tardado desde mi casa en Camargo, 47 minutos.
¿Qué ha pasado? Lógicamente la curiosidad me invade y me impulsa a visitarle e intentar hablar con los habitantes con que me tropiece…
Observo que en el núcleo de Quintana, el tráfico está restringido únicamente a sus habitantes y ahora entiendo lo del amplio aparcamiento. Nada más entrar en el pueblo, me encuentro con un señor que no me parece del lugar y le abordo; se llama Víctor, me dice que es moldavo y se vino a vivir aquí, rehabilitando una vieja vivienda que la ha dejado como un palacio, con mucho gusto y me dice que lleva años trabajando en este lugar, pues muchos de sus vecinos reclaman sus servicios para arreglar sus casas. Me dice que tiene tres hijos, dos de los cuales van a la escuela que ha reabierto sus puertas y el mayor ya va a Instituto de Puente la Vega, que es la capital comarcal, pues un minibús viene todos los días a recogerle a él y a otro seis chicos del pueblo, que completa con los de otros pueblos de la comarca. ¡Me quedo anonadado, pues la escuela había sido cerrada hace ya muchos años cuando se hizo la concentración escolar en Puente la Vega!
Me despido de Víctor y sigo mi camino, por calles perfectamente asfaltadas, árboles decorativos y coloridas flores, hasta encontrar un establecimiento público: Casa Tomás. ¡Entro…! Y tras pedir un café, observo que es bar, tienda, panadería, restaurante,… Hablo con quién me atiende, una señora de mediana edad, Cristina, que me dice que ella, su marido Julián y sus dos hijas Mirian y Mamen, ya se habían marchado a Torrelavega, pero que la crisis les hizo reflexionar y volvieron a su pueblo, rehabilitaron la vivienda de sus padres y han abierto este establecimiento donde venden de todo, como aquellas antiguas tiendas o cantinas de mi niñez, pero que hacen también el pan diariamente y que el local es punto de reunión diaria de los vecinos, ya sea a tomar el aperitivo, echar la partida o acabar el día conversando. Pero que los fines de semana especialmente atienden a decenas de personas en su restaurante y los de la familia no son suficientes, por lo que algunos familiares y vecinos les ayudan y así complementan su salario habitual. Quedo para comer allí mismo….
Y sido observando el pueblo, donde muchas viviendas han sido primorosamente rehabilitadas, donde la piedra, la madera, el ladrillo y la teja árabe le dan un aspecto magnífico; y me entero que todo ello es obra de Víctor, pues hace de albañil, fontanero, pintor y lo que le pidan.
Estoy intrigado por la pequeña revolución que ha sufrido este antiguo pueblecito de Quintana de Suso y me entero que el máximo impulsor del cambio ha sido su alcalde pedáneo, Evaristo, quien ha ayudado a muchos de sus vecinos a progresar; a su vecino José María y su esposa, les animó a instalar en su magnífica vivienda una casa rural, que casi siempre está llena de huéspedes. Todo el asfaltado del pueblo, el aparcamiento, la reapertura de la escuela y la construcción de una pista deportiva, la rehabilitación de la vieja bolera, la rehabilitación de la fuente, abrevadero y lavadero, la electrificación e iluminación de todo el pueblo, la instalación de wifi, el aparcamiento y muchas otras obras las consiguió en sus muchas idas y venidas al Ayuntamiento, al Programa del Leader, al Gobierno de Cantabria y a cualquier puerta donde le pudieran ayudar. Hoy está plenamente satisfecho y sus vecinos encantados, obteniendo todos sus votos cada cuatro años… Incluso cuando algún vecino tiene que ir al médico y no dispone de coche, un vehículo municipal viene a recogerles y les lleva al centro de salud de Puente la Vega.
La curiosidad me va picando y deseo conocer a Evaristo; le encuentro en su quesería que ya lleva varios años funcionando, junto con su hijo, su nuera y dos trabajadoras, que son de Quintana. Evaristo ya debe tener sesenta o más años, toda su vida se ha dedicado a la ganadería y tiene un buen rebaño de vacas, que pastan en la finca y de noche se refugian en el amplio establo donde está una sala de ordeño; venían a recogerle la leche en un camión y se lo pagaban a un precio irrisorio y por ello decidió transformar su propia leche en queso y además compra la leche de sus vecinos a un precio razonable y elabora un queso excepcional, que probamos con un buen vino que nos ofrece en su quesería y despacho de queso, miel, mermeladas, etc… que hacen algunos de sus vecinos, pues han descubierto que el entorno ofrece muchas oportunidades. El queso y la comercialización de otros productos ya lo lleva su hijo Marcelino, casado con María José y que tienen dos hijos que van a la cercana escuela; una vez a la semana, Marcelino hace una ruta con su furgoneta para repartir los quesos que le han encargado por Internet o teléfono y llega hasta Santander. Su hermano Manuel también ayuda con la ganadería y echa una mano con la quesería cuando es necesario.
Evaristo me acompaña hasta la escuela, donde una joven maestra atiende a 14 alumnos de distintas edades, que se encuentran felices en su pueblo; todas las semanas recibe la visita de los compañeros especialistas desde Puente la Vega y ella se encuentra muy satisfecha de sus alumnos y de todos los vecinos, pues la aprecian mucho y está pensando en adquirir una vivienda del pueblo, rehabilitarla y quedarse a vivir en Quintana.
En este lugar se ha afincado también un matrimonio joven que ha montado un negocio de tiempo libre, pues hacen marchas programadas por el entorno, tienen unos caballos para dar paseos y también ocho bicicletas de montaña. Están rehabilitando su casa con la ayuda de Víctor y la antigua cuadra la utilizan para su negocio, donde están los caballos y las bicicletas.
Sigo visitando todo el pueblo y mi sorpresa es mayúscula, pues da gusto admirar la arquitectura rural, las calles, las muchas flores que los vecinos han colocado para adornar su pueblo… Me dice el alcalde pedáneo que en Quintana no hay paro, que han vuelto muchos de sus antiguos vecinos y que se han instalado varios negocios que les permite vivir dignamente y que el año próximo tienen pensado concurrir al Premio del Pueblo más Bonito de Cantabria.
Al final, acabo compartiendo mesa y mantel con Evaristo en Casa Tomás; el menú del día no puede ser mejor y nos sumergimos en unas alubias rojas con chorizo que estaban exquisitas; de segundo, él pidió un bacalao a la riojana y yo una chuleta de Tudanca. El almuerzo se remató con un queso de su quesería y toda la comida se regó con un vino de Cantabria, pues hay que ayudarse unos a otros. Tuve la curiosidad de contar los comensales y eran 27, en un martes normal; Evaristo me dijo que los sábados y domingos aquello era una romería y estaban dando de comer hasta las seis de la tarde. ¡Yo salí más que satisfecho del lugar! Y di las gracias a Cristina, a quien alabé la comida y la animé a seguir por la senda de la amabilidad y calidad.
Aún dimos una nueva vuelta por el pueblo, observando cómo saludaban agradecidos a Evaristo todos los desvelos por sus vecinos y me contaba que si se promocionaban oportunidades a los habitantes de nuestros pueblos, si se les ofrecen servicios y se les atiende adecuadamente, tienen mucho futuro y una calidad de vida que puede ser envidiable. Quizás haya que incentivarles, ayudarles a rehabilitar las viejas viviendas, compensarles fiscalmente, hacerles deducciones en algunos impuestos, etc., de tal manera que sea atractivo vivir en el medio rural. Algunos de los jóvenes del lugar se encuentran satisfechos con los servicios del pueblo y encantados con el clima social existente. Y me dijo que casi todos los vecinos tenían huerta y que había venido un técnico para explicarles cómo podían optimizar sus producciones, conservar lo sobrante, hacer mermeladas, etc. y aún Ángel, Angelín para todos, ha construido un pequeño invernadero, lo que le permite tener mayor producción que vende en Casa Tomás, pues procuran consumir lo que se produce en el pueblo. Otro vecino ha comenzado a cultivar arándanos y le va muy bien y los hijos de Julián están pensando en plantar vides e instalar una pequeña bodega para producir vino… ¡A todos hay que animarles, ayudarles, facilitarles los trámites!
Me comentó que estaba en contacto con una pareja de jóvenes, que tenían un estudio de arquitectura y pretendían adquirir una vivienda, rehabilitarla y establecerse en Quintana, donde montarían su estudio; y que una de las cosas que más les gustaba es que aquí había una escuela para sus dos hijos pequeños; también las comunicaciones, el wifi y el buen ambiente que habían observado entre sus pobladores.
También me comenta Evaristo que tienen otros muchos proyectos que ya han comentado en las reuniones con los vecinos, pues aún celebran concejos; me habla del aprovechamiento de las partes más altas del pueblo, en zonas comunales, donde podrían pastar rebaños de cabras y ovejas; además el aprovechamiento maderero puede tener interés, incluso para su utilización racional en las estufas de los vecinos… ¡Qué ilusión pone el alcalde!
Como yo soy muy curioso, cuando me despido de Evaristo, sigo deambulando por Quintana, pues me encuentro muy a gusto; por el pueblo pasa un riachuelo y observo que tiene en su parte superior un arrumbado molino que sería deseable se rehabilitase y espero que lo hagan en el futuro. Hablo con otros vecinos, de todas las edades, observo a los niños jugar libremente por el pueblo, vuelvo a tomar una caña en Casa Tomás y me entero de que el padre de Cristina se llama Tomás, que no se había ido del pueblo y que aún vive, encantado de que su familia haya vuelto; me entero de que su nieta, Mamen, trabaja en el Ayuntamiento de Puente la Vega y que su hermana Mirian es más que amiga del hijo pequeño de Evaristo, Manuel. Con alguno de los ganaderos con quienes hablé, están encantados de vender su leche al hijo de Evaristo, Marcelino, que es quien lleva ya la quesería… Bueno, me senté al sol en un banco con tres ancianos que estaban de tertulia y me enteré de muchas más cosas y estoy seguro de volver pronto, pues el paisaje que se observa desde cualquier lugar de Quintana es sedante y embriagador y las gentes muy amables y hospitalarias y como si no tuvieran prisa cuando hablaban conmigo. Ya de vuelta para Santander, no muy lejos del pueblo, se encuentra Quintana de Yuso, quienes ya están en la línea de sus vecinos “de arriba” y van a intentar promocionar también a su pueblo, en vista de cómo les ha ido a ellos.
Entenderán Vds. que este relato tiene parte de realidad y parte de ficción, como lo es el propio nombre del pueblo, pues pretendo que reflexionemos, como Evaristo, qué se puede hacer por muchos de nuestros pueblos, con imaginación, tesón, esfuerzo y voluntad política…
Por eso, yo acojo a Quintana de Suso como, ¡Mi pueblo…!
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Comentarios(3):
Fabuloso articulo, gracias don Pedro
Es una bonita historia pero sí, se puede hacer solo hay que tener ganas e ilusión
Es una buena reflexión de cómo con un poco de ganas se puede cambiar la vida de muchas personas de un pueblo de montaña y no estar de congreso en congreso discutiendo como ayudar a las zonas rurales para después no hacer nada