Noticias de Cantabria
06-08-2010 09:18

Tiempos de cambio

Decía cierto libro (el primero de ellos, el más famoso) que hay un tiempo para todo: para nacer, para morir. Y tomaba cierto grupo musical de cuyo nombre no quiero acordarme esta famosa cita para componer su más famosa canción que rezaba (traducción libre con mi inglés poco apañado): todo cambia, hay un tiempo para nacer, un tiempo para morir… todo cambia.

Sí, estimados lectores, todo cambia y a veces lo hace a velocidades vertiginosas que nos hacen mirar en derredor y preguntarnos: ¿qué ha pasado aquí? Hace no demasiado tiempo “luchábamos” por unirnos a Europa en una idea que parecía de futuro… ya saben, competir con los EE.UU. de América, estar todos los países al mismo nivel y una serie de utopías multicolor que, me temo, no van a cumplirse. Y es que lo que antes era bonanza se ha tornado desencanto gracias a algunos que, en sus nada sanas intenciones, han pretendido sacar tajada del asunto.

Leía el otro día un periódico, que empieza por A, continúa con B y termina con C, y las declaraciones de un torero llamaron mi atención: “Para mí, Cataluña ha muerto” (Joaquín Bernardo). Desde luego, si se lee la entrevista al completo entendemos claramente que se refiere a la Cataluña taurina y no a la región (Dios me libre de emplear otra expresión al referirme a este lugar) llamada Cataluña.


En ese mismo diario encontrábamos más información que, por lo menos para mí, era desconocida. La industria taurina se había desarrollado tras la Guerra de la Independencia y se había erigido en producto nacional precisamente para contraponer el carácter español más recio e iracundo con el más racional y pomposo de los franceses. Así la industria tomó forma y los ganaderos se convirtieron en auténticos armadores en tierra. Sí, todo cambió.


Y siguió cambiando hasta que, parece ser, los tiempos han dicho basta y han decidido que el producto nacional deje de existir. ¿Por qué? ¿Plantean los anti-taurinos catalanes una independencia metafórica a partir de un hecho sin relación aparente? ¿Buscan los catalanes acercarse más si cabe a esa Europa de nórdicas costumbres y férreas normas de convivencia? ¿Fue un simple golpe de efecto mediático? La verdad: un poco de cada casa y humo en la de todos. Cataluña aprovecha los vientos progresistas que vienen de Europa y los interpretan a la manera casera: sí, toda esta moda de prohibir, prohibir y legislar (prohibiendo) proviene de una Europa acostumbrada a prohibir.


Ahora les contaré algo gracioso para no ponernos trascendentales. Es famoso que en Noruega (país en el que parece ser que empezó este desagradable asunto) se prohibió el alcohol de farmacia para limpiar el instrumental porque… (los va a sorprender) los dentistas noruegos se bebían el asunto. Entonces las autoridades decidieron prohibirlo y, aquí está lo gracioso de la situación, subir el impuesto en las bebidas alcohólicas para, ya de paso, sacarse unas pesetas o euros o maravedíes arguyendo que los noruegos bebían demasiado. Siguieron bebiendo los noruegos, y ahora se fletan barcos llenos de bares para un fin semana en el que los buenos y sanos y amplios noruegos pueden beber tranquilamente en aguas internacionales a precios menos prohibitivos.


Otra sublime anécdota en este sentido (aunque algo más antigua pero igual de beoda) es la prohibición de la absenta en la patria de la Ilustración. Corrían tiempos felices para taberneros y borrachos cuando, ¡oh, Roberspierre no lo quiso! La cosecha de uva se perdió y miles de bohemios se quedarían sin su licor favorito: le vin. Entonces los fabricantes de bebidas inventaron algo tan francés como lo anterior pero algo más fuerte y barato. Dícese: se podía caer redondo en menos tiempo y por menor precio (además, el tabernero mantenía su porcentaje). Resultado: la absenta se extendió rápidamente y en pocos meses todos estaban acostumbrados ya.

Pero… como nada permanece y todo cambia que dijo el filósofo, sucedió que la cosecha del año siguiente no estaba tan podrida como la del anterior y regresó el manjar burdeos pero… las gentes francesas continuaron bebiendo ese verdusco licor y buscando al Hada Verde en el fondo de sus botellas. ¿Cómo se soluciona esto? Necesitaban algo que convenciese al populacho de que beber absenta era peor que la peste, por lo que los más listos del lugar (los Talleyrand y Richelieu ) emplearon un suceso para convencer al pueblo de que volviese al vino: un muchachote local había asesinado a su esposa y a sus hijos tras beber un vaso de absenta.

Solucionado: la absenta era mala y se prohibió su fabricación. Las gentes volvieron al vino porque no se conocía a nadie que, bebiendo vino, hubiese asesinado a su mujer y a sus hijos. Lo que sí se callaron en el famoso “crimen de la Absenta” es que sí había alguien que asesinó a su familia bebiendo vino: el mismo de la absenta. Y es que no contento con una copa de absenta el muchacho en cuestión bebía varias botellas de vino al día. Obviaron el dato y lograron su propósito y los fabricantes de vino vivieron felices y comieron perdices y bebieron sauvignon.


No voy a extenderme más por hoy y les dejaré algunos deberes para el día siguiente: ¿quién salió beneficiado en ambos alcohólicos casos? Prohibir es un desastre para la mayoría, se pierden empleos y se destrozan familias enteras… pero es un gran negocio para otros.
Sean felices y no beban absenta, que es mala para la familia.

**Martín Cid es autor de las novelas Ariza (ed. Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (ed. Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (e-book) y del ensayo Propaganda, Mentiras y Montaje de Atracción.

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