No la hagas y no la temas
Cuando se abra el melón de la Constitución habrá que dar la batalla de la didáctica, de la reflexión y del sentido común.
Vaya desde aquí nuestro respeto hacia aquellas personas de la monarquía española que han sabido estar a la altura de las circunstancias desde que el destino se llevó al “abuelo Patxi”, allá por el año 1975. “Cada uno será lo que quiera, nada importa su vida anterior”. Así es como reza el himno de la Legión española. Y así es como hay que considerar la imagen de la reina Letizia en la foto que hemos recibido hoy, con el puño levantado y en plena efervescencia comunista; en su día levantaba el puño porque creía en ello. Era comunista de salón y hasta sus propios compañeros de TV se sorprendieron del noviazgo con el entonces príncipe Borbón.
¿Por qué esa sorpresa? Pues porque hasta algún tiempo antes, todos los comentarios que hacía sobre la Familia Real no eran de lo más adecuado y muy alejados del concepto “cariñoso“, incluso del sentido común. En fin, la reina advenediza está pagando por sus pecados de juventud que — dicho sea de paso– son muchos aunque no sé si graves; realmente la gravedad del comunismo –además de los millones de crímenes contra la humanidad– es la propia ignorancia del individuo que cree en ello, lo defiende e intenta extenderlo. En pleno siglo XXI es lo más atrasado que un estudiante de secundaria puede imaginarse. No es cuestión de tirar la piedra y esconder la mano, pues todos tenemos pecados de juventud. Ya saben eso de: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Ha llegado mucho más lejos de lo que cabía esperar. En ocasiones, los advenedizos se salen con la suya aunque el cargo les quede grande. Lo ha evidenciado muchas veces y en situaciones muy diversas. Ya decía Max Planck que “El que ha llegado tan lejos que ya no se confunde, ha dejado también de trabajar”.
Se ha acabado su tiempo de gracia porque su felicidad es subterránea y la desgracia evidente. Mientras la reina de verdad sigue siendo emérita reina, a ella suele referirse el pueblo como “la advenediza” o “la asturcona”; bien es verdad que se hace con educación y se silencian palabras malsonantes, si las conlleva la intencionalidad. Que cada uno saque sus conclusiones. Recuerden cómo ha reaccionado la gente ayer y hoy cuando se ha dirigido a ella. Su penitencia parece que va a ser larga, como larga es la travesía del desierto. Sentiríamos los españoles que fuera transmitida esa imagen de arpía a generaciones venideras. Confieso que si, con motivo de una foto, aparto el brazo de mi abuela con tan mal genio, me da un bofetón que me viste de torero.
Debería besar por donde pisa doña Sofía, como escuché esta mañana a dos policías, y hacerlo así hasta el fin de sus días. Cuenta con la gran suerte de que su suegra es como es y con la de que su cuñada tenga la elegancia y saber estar que tiene y demuestra a diario. Me quedo con Elena, como creo que se quedaría la gran mayoría de españoles. Y lo haría con los ojos cerrados. Visto lo visto. Cuando se abra el melón de la Constitución habrá que dar la batalla de la didáctica, de la reflexión y del sentido común. Hasta entonces utilicemos la evaluación continua y la concreción de las áreas de mejora.
Desde mi punto de vista, la torpeza de la actual reina es no saber adónde pisa y carecer del arte necesario para ocupar el lugar que ocupa. Ya lo decía William James: “El arte de ser sabio consiste en saber a qué se le puede hacer la vista gorda”. Ayer, en la frutería donde acudo habitualmente, el comentario generalizado era que Felipe VI debería reeducarla para el cargo que ostenta, a la vez que se notaba una clara inclinación y adoración por doña Sofía, nuestra reina, reina madre y la eterna reina de España.
Por si alguien no lo recuerda, Khalil Gibran decía que “La dificultad con que nos encontramos para alcanzar nuestra meta es el sendero más corto para llegar a ella”.
Sé el primero en comentar