Mirando a Europa y a un lugar llamado mundo
El ruido de los cláxones, la gente corriendo de un lado a otro, tacones, empujones, gritos, risas, música, lloros, humo…
Así son las ciudades en hora punta: ¡un caos! He aquí la cuestión: ¿ciudad o campo? Para gustos. El que ha tenido la suerte de patearse muchas ciudades y pueblos, tanto dentro como fuera del territorio, sabrá que cuanto más se viaja más se aprende. En los libros que han escrito muchos viajeros, que no turistas, dicen que los nacionalismos, los racismos, y demás adversiones injustificadas de la raza humana, se curan viajando.
Esto se debe a que cuando alguien se adentra en una cultura y se siente un extraño, valora que los ‘locales’ le traten bien, agradece una simple indicación para llegar a un monumento, incluso una sonrisa de un camarero cuando le sirve un té le transporta al nirvana. Todo se exagera gracias a ese estado de alerta en el que nos sumimos cuando estamos fuera de nuestras fronteras. Un viajero no es más que un niño curioso que recorre todos los rincones en busca de cosas nuevas, se hace mil preguntas, parece que lo quiere saber y entender todo. La mente se abre, empieza el proceso del aprendizaje y la adaptación al medio. Entonces, toca amoldarse a las costumbres de esa gente que veíamos en los documentales de la 2, que nos quedan tan lejanos pero tan cerca al mismo tiempo.
Muchas veces uno se ve en la tan didáctica situación de ser ‘el raro’, el blanco, el occidental… El extranjero. En esos momentos tomamos consciencia de que no somos más especiales que la gente que nos rodea, nos damos cuenta de que somos algo insignificante en esos lugares y que si caemos enfermos o nos vemos envueltos en una revuelta no vamos a ser tratados de forma diferente al resto. Esta sensación de “ser el último mono” nos viene muy bien para aprender que la humildad abre puertas y que la arrogancia es una jaula alada con paredes.
Después del periplo toca regresar al nido con una sensación agridulce en la boca. Viajar se puede convertir en una adicción, porque el saber no ocupa lugar y porque la sabiduría sí da la felicidad. Al llegar a casa nos sentimos más críticos con lo que nos rodea y queremos llevar a la práctica otras formas de obrar que hemos aprendido en esos viajes. Algunos llegan a ciudades encorsetadas, ornamentales, que sólo se saben mirar al ombligo y que hablan de la gente por apellidos, como si eso les diera un aire más destacado y notorio.
Hay ciudades y ciudades, al igual que pueblos y más pueblos, pero todas ellas muy diferentes las unas de las otras. Estos lugares donde confluyen el cemento y los parajes verdes están ocupados por ciudadanos y administrados por políticos, a elección de los primeros, claro. El discurso de los viajes viene a colación de una situación que está sucediendo en un parque de Santander, donde se ha decidido que hay que arrancar los árboles “viejos” para sustituirlos por unos más jóvenes. ¿Por qué? Porque son viejos. También porque quitan luz y alguna cosa más.
Volvamos a los viajes… No hace falta salir de España, El Parque de El Retiro (Madrid), El Parque Guell (Barcelona), El Parque de los Jesuitas (Salamanca). Ahora cojamos el avión… Hyde Park (Londres), Volderpark (Amsterdam), Central Park (Nueva york)… Todos ellos, que están en el ranking de parques urbanos más impactantes del mundo, tienen una característica: son bosques en la urbe. Sí, ellos actúan como pulmones verdes en las ciudades, sirven para ese reencuentro con lo natural, son lugares frescos para huir de todos esos ruidos feos que enumeraba al principio de este artículo. No es que quiera vivir como los hobbits, pero sí me gustaría que se repensaran algunas acciones y, en este caso, miremos a otras ciudades, a los que están considerados parques emblemáticos y aprendamos un poco de eso de ser europeos y ciudadanos de un lugar llamado mundo.
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Comentarios(1):
Me imagino que este articulo viene a cuento de la cantidad de arboles quitados aunque se pongan otros mas pequeños para no quitar la vision de paisaje en segun que sitios.En Santander no apreciamos tanto el valor del arbolado porque vivimos en un lugar privilegiado de naturaleza por doquier con playas,prados ,montaña y el respetar en algunas ocasiones estos arboles centenarios no se le da el mismo valor que en ciudades mas de asfalto