Doctrina y doctrinarios, por Manuel Olmeda
El Parlamento, ahora, diluye desavenencias entre doctrina y doctrinarios. Oyendo a distintos líderes, uno es incapaz de discriminar cuándo el interviniente sustenta doctrina o se reviste de doctrinario.
Ignoro si las pugnas entre concepto, acción y cátedra (más o menos intachable), han disparado hasta el clímax divergencias sempiternas. Pertrechado de curiosidad e interés, temo que sea así. Dejando aparte las acciones, ubicadas en zonas inteligibles, empíricas, concepto y cátedra deambulan intangibles tolerando licencias expansivas acordes a su multiplicidad. Tal marco suele aprovecharse por individuos parcos en escrúpulos para conseguir dividendos fortuitos e inmerecidos. Bien solos o con ayudas generosamente retribuidas, logran una solvencia inusual, injustificable. Verdad es que, de forma lenta, los censuran incluso acompañantes leales desencantados con tanto atropello y grotesca supremacía. Cuando alguien tiene sueltas las costuras ideológicas, resulta enrevesado que los demás comulguen, no ya con piedras de molino sino con el clásico pan ácimo.
Doctrina indica “enseñanza que se da para instrucción de alguien”. El concepto queda inscrito en la epistemología del conocimiento y, por tanto, requiere un método atractivo, motivador. Surgen, al menos, dos dilemas hoy por hoy irresolubles: Falta de avidez ideológica y profesores capaces de mitigar o compensar tan importante ausencia. El primer problema se intenta resolver desviando los cuerpos dogmáticos hacia arrabales vaporosos, tal vez extravagantes, estúpidos. Para resolver el segundo sería necesario descubrir políticos capaces de garantizar un único testimonio (solo uno) que muestre el mínimo sentido común. Quien puede, no quiere y deja libre el campo a aventureros infames. Así hemos llegado a este erial que amenaza con dejar una España desequilibrada, atrasada, con respecto al resto de países europeos punteros.
Nos movemos todavía con mayor iniquidad en la cátedra doctrinaria. Doctrinario monopoliza una concepción repugnante, corruptora en sí misma. Aclara: “persona que sigue de forma dogmática doctrinas o ideologías”; es decir, que somete la praxis a ambas, que antepone retórica a servicio. El doctrinario prodiga -dilapida, incluso- ingentes esfuerzos en propaganda hueca, aunque sugerente. Sirve a la entidad política o religiosa como experto mercadotécnico, pero envilece, al mismo tiempo, en el primer caso su propia ascendencia social. Sé, y acepto sin alegatos, que libertad y fe legitimen voluntad o juicio para ilustrar el camino que conlleve al individuo a metas satisfactorias. Los probables errores cometidos en cualquier aspecto pueden subsanarse con sentido crítico si es que se tiene. Analizando el marco actual, esta hipótesis resulta remota.
Inercia e imputación son aliadas para atribuir vicios, salidas de tono y mezquindades solo a políticos cuando existen otros actores que avientan, con rutinaria e impúdica insistencia, dicha plaga. El personal, por pitos o flautas, rechaza la monotonía de las sesiones parlamentarias cualesquiera que sean sus discursos, notorios fuegos dialécticos llenos de cinismo cuando no de agresividad. Luego, agitados, dogmáticos, eligen los púlpitos mediáticos preferidos cuya misión consiste en reforzar ese papel doctrinario perfilado tácitamente en programas extraños, oscuros. No hay excepción, todos practican el arte del camelo utilizando cruzadas falsas contra el rival al objeto de desprestigiarlo aun fortaleciendo la inobservancia del deterioro democrático. Resulta bastante curioso que medios audiovisuales, tertulianos y prensa de papel, utilicen un único lema como argumentario grupal. Significa la consigna convenida para destruir al disidente.
Los medios (firmes doctrinarios) fundamentan percepciones teledirigidas, deslucen disidencias atentatorias contra las “verdades” oficiales convertidas en axiomas irrefutables. Son, definitivamente, creadores de opinión y, en mayor medida, sunamis electorales. He aquí la razón que impulsa a lograr su control, quizás exigirlo a golpe de talón. No obstante, algunos -tal vez los menos- prefieren mantener puentes con todas las fuerzas políticas porque el poder se muestra bastante arbitrario, veleta y exclusivo.
Definirse resulta desastroso a medio plazo, aunque al poder, como explorador de un mercado concreto, le interesan medios con gran audiencia. El buen doctrinario, en sentido peyorativo, detesta la libertad de expresión ajena. Este afán dominante, exclusivista, antidemocrático, tiene un reflejo inmediato tras las declaraciones de Felipe González sobre el gobierno y la respuesta de este, removiendo un GAL vetusto a tropel, por boca de distintas siglas que se suman a Sánchez en momentos críticos, mientras -si saboreamos tiempos bonancibles- guardan alguna distancia artera, histriónica, de boquilla.
El Parlamento, ahora, diluye desavenencias entre doctrina y doctrinarios. Oyendo a distintos líderes, uno es incapaz de discriminar cuándo el interviniente sustenta doctrina o se reviste de doctrinario. Probablemente mezcle ambos escenarios para aprovechar las contadas ocasiones, si es oposición, en que pueda “agenciarse” algún titular. A veces, con demasiada frecuencia, la Cámara sirve de trinchera para lanzarse desde ella chungas displicentes y vituperios nada fraternales como sostiene un distintivo que conforma el lema oficial de la República Francesa: libertad, igualdad, fraternidad, y que tan buena acogida ha tenido por la izquierda moderada europea. Atiborrado de precedentes, quien provoca se siente provocado; el susodicho, es víctima lesa e injusta; el golpista, pasa por actor pasivo; en fin, quien se extrema intenta transvasar a un segundo su marca innata.
Tezanos -siempre difuso, cuando no contrahecho- sumiso doctrinario enturbia la paz del PP al inquirir, en su última encuesta, si prefieren a Casado, Feijóo o Almeida candidatos a la presidencia, suponiendo un hipotético adelanto electoral. Tal movimiento me resulta sorprendente, curioso. Puede que el PSOE esté sopesando adelantar elecciones ante una coalición indigerible para el BCE o dañina si Podemos regurgita las condiciones europeas. Considerando muy probable esta opción, interesaría descabezar en vísperas al PP, único partido que despliega el papel de alternativa. Ahí podríamos encontrar también la agudeza (no cabe mayor contrasentido) de conjuntar a Vox y PP con el latiguillo de extrema derecha. ¿Acaso Podemos puede considerarse árbitro de moderación? Sobra desfachatez y suciedad. ¡Ojo! El cretinismo, como ayer el miedo, empieza a cambiar de bando.
No parece que la pretenciosa “nueva realidad” haya conseguido ningún cambio sustantivo, pues sigue ofreciendo a todos los niveles viejas ruindades y desenfrenos. Habría nueva normalidad si cambiaran dialécticas y rituales políticos, pero -a lo que se ve- aumenta el encallamiento, asimismo encanallamiento, en las relaciones grupales y privativas. Crece no solo el grosor del vocablo sino los rictus coléricos, utilizando tácticas guerracivilistas que consiguen (igual que un imán y de forma irresponsable) ordenar las cargas emocionales. Así consiguen formar grupos compactos, discordantes, que impiden cimentar políticas de prosperidad ciudadana. Sánchez no tiene doctrina, es un doctrinario fementido e hiperbólico, un buñuelo de viento. Veremos qué medidas adopta cuando acusemos la crisis galopante que se cierne sobre España.
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