La laureada de Valladolid
La Laureada de San Fernando colectiva, con la que está arropado el escudo de la ciudad de Valladolid, es un símbolo que honra, tanto el valor como la abnegación, de una gesta heroica, que no individual, sino colectiva, que fue concedida el 17 de julio de 1939.
Es posible que no haya un sólo ser humano que desprecie o trate de desprestigiar una condecoración militar, ya sea concedida en tiempo de guerra o de paz, a no ser que carezca de sentimientos, de ética, aunque sí sobrado de mucho batiburrillo plagado de resentimiento que le impide evolucionar hacia un futuro mejor, persistiendo en mirar hacia atrás con ira desenfrenada, mientras arrastra toda la bazofia que entresaca de su disco duro de cortas miras y nulos terabytes.
Con los símbolos no se juega y, menos aún, con las condecoraciones que, para quienes las reciben, han sido habitualmente conseguidas después de haber dejado algún jirón de su vida en un más que probable empeño social, mucho tendrían que decir, siempre que no hayan dejado de existir. Cuando tratan de destruir un símbolo ciudadano, la sociedad está rodeada de infinidad de ellos, algo muere de cada uno.
Es cierto que, con cada régimen, sin justificación razonada, se han ido acumulando errores políticos garrafales, entre ellos, cambiar el escudo/emblema español, y ahora, siguiendo con esta retorcida tradición eminentemente política, se pretende continuar haciendo más de lo mismo con el fin de retroceder unos cuantos años más hacia las cavernas.
La Laureada de San Fernando colectiva, con la que está arropado el escudo de la ciudad de Valladolid, es un símbolo que honra, tanto el valor como la abnegación, de una gesta heroica, que no individual, sino colectiva, que fue concedida el 17 de julio de 1939. Su prestigio y categoría vienen avalados por las rigurosas exigencias necesarias para iniciar el expediente de concesión y el trámite estricto que conlleva. Pese a la connotación de su concesión preconstitucional es una condecoración centenaria que, como todas las distinciones castrenses, no saben de regímenes ni tienen por qué saber.
Ningún integrante de generaciones posteriores a la contienda fratricida, como la actual, tiene responsabilidad alguna sobre este máximo galardón militar y sería un gravísimo ultraje hacia aquellas personas que, con su sangre, la consiguieron, porque si pudieran, aparte de revolverse en sus tumbas, serían capaces de levantarse y arrear más de una colleja, por no decir otro calificativo, a quienes con su osadía e insensibilidad intentan faltarles el respeto hacia sus personas y su obras.
¿Qué delito ha cometido la ciudad de Valladolid, y sus gentes, para que algún que otro insensato excéntrico pretenda arrogarse la insana proposición de retirar una condecoración militar concedida por unos hechos que no vivió y que se atreve a juzgarlos? Para ello debería tramitar, como poco, un expediente en regla que llevara a un procedimiento judicial para la retirada del escudo aduciendo ¿qué causas?, porque no es un titular físico que pueda haber cometido un hecho delictivo, que haya realizado un acto/manifestación contraria a la Constitución, a las Instituciones, o que haya atentado gravemente a los intereses de la Comunidad de Castilla y León, sino que es una colectividad que actualmente disfruta de la recompensa ganada por otros en su lugar.
Hay que odiar mucho, incluso a sí mismo, para tal pretensión.
¿Acaso Valladolid tiene que renegar de la Historia de sus títulos, otorgados desde el siglo XIV, como son: Muy Leal, Muy Noble, Ciudad, Heroica, Laureada, además de haber sido una de las tres capitales del Imperio español, durante cinco años del siglo XVII, porque alguien esté en desacuerdo con unas hazañas en las que no participó como protagonista? De entre todos ellos, nada menos que seis, se pretende desacreditar, por rencor y a traición, la Laureada colectiva que esta ciudad ostenta con inusitado orgullo. La Historia tiene la palabra.
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