“¡Ahora, consulta! ¿Después...?”
DURAN Y LLEYDA .-Con un gran articulo el diputado de toda la vida que no ha sido ministro, todavía, se desmarca totalmente del camino emprendido por Mas y que desde el principio este catalan no lo veía
Sin duda en Catalunya vivimos una de las etapas más interesantes y trascendentes de nuestra historia. Como nación que somos, no sólo hemos adquirido mayoritariamente plena conciencia de nuestro derecho a decidir, sino que ahora, además, existe un verdadero clamor para ejercerlo. En Unió Democràtica hemos defendido siempre este derecho desde nuestro primer día de existencia el año 1931. Es natural, pues, que siempre hayamos impulsado y firmado todas las resoluciones del Parlament y del Congreso que reivindicaban este derecho. También es evidente que, hoy día y codo con codo con otros partidos, Unió reclama el derecho de ejercerlo mediante una consulta libre y democrática. En eso no hay ninguna diferencia entre la estrategia de CDC, de ERC, de ICV-EUiA y la de Unió. Incluso, la del PSC se ha acercado considerablemente. Una consulta que, a nuestro parecer, se tiene que hacer de manera legal y con plena libertad para debatir todo lo que haga falta, y no sólo con amplias mayorías políticas sino también de la sociedad civil. He aquí que una persona tan representativa de Unió, como el expresidente del Parlament, Joan Rigol, está haciendo un trabajo extraordinario para alcanzar este objetivo, amparado completamente por Unió y dirigido por una persona que yo mismo propuse al presidente de la Generalitat.
Esta referencia a la legalidad y a la voluntad de sumar cuántas más adhesiones mejor no es, cómo decía, ajena a la estrategia de Unió. Al contrario, darán fe una revisión de la hemeroteca que analice nuestras aportaciones al pacto con ERC y nuestros posteriores posicionamientos públicos. Esta estrategia ha contribuido a recurrir varias etapas de este camino hacia la consulta. Nosotros hemos dicho siempre que las cosas las queremos hacer bien y de una manera escrupulosamente democrática. Hacer las cosas bien, hoy por hoy, significa proceder de manera ordenada, sin confundir etapas, con el máximo diálogo. Y hacerlas de manera democrática quiere decir que la sociedad catalana no sólo tiene que poder votar, sino que también tiene que poder debatir y escoger sin coacciones ni imposiciones. La democracia exige respetar todas las opiniones y garantizar el derecho a expresarlas y defenderlas, con plena aceptación por parte de todo el mundo de aquello que salga de las urnas.
En un artículo reciente de Rafael Nadal, uno de los analistas significativos de este diario, se decía que "los que se manifiestan partidarios del referéndum, pero contrarios o escépticos con la propuesta independentista, contraen una gran responsabilidad ante sus partidarios y el conjunto de los ciudadanos". Esta reflexión -que respeto y no comparto- nos está diciendo implícitamente que, si defiendes el derecho a decidir y la consulta -cómo es nuestro caso-, tienes que reivindicar también la independencia. Pues no es así. Son dos cosas diferentes. Defender el derecho a votar en la consulta que deseamos y ejercer el voto en una determinada dirección son dos cosas diferentes, a pesar de ser obvio que, para facilitar la segunda, ahora hay que priorizar la primera. El mismo articulista lo dice a continuación de la cita ya reproducida cuando habla de "la unidad catalana que tiene que hacer posible la propia consulta y las condiciones de máxima pluralidad y transparencia". Pues bien, esta máxima pluralidad exige que se puedan defender otras opciones que, sin ser antiindependentistas, no necesariamente participen de la viabilidad u oportunidad de la independencia.
Unió Democràtica es del todo consecuente con estas premisas. Ahora, lo que importa es ir recorriendo de manera acertada los pasos que tienen que llevarnos a la convocatoria de una consulta legal. En este momento, en Catalunya, no tendríamos que dividir energías discutiendo sobre las opciones diferentes que se tendrán que votar. Lo que hace falta es que el máximo de fuerzas posibles apoye la celebración de la consulta. Por muchas presiones que pueda haber y por muchas ganas de ir deprisa que algunos puedan tener, nuestra legitimidad radica en la capacidad de hacer las cosas de manera ordenada y democrática. El futuro de Catalunya no se puede decidir por el éxito de una o de cien manifestaciones, sino por la fuerza de las urnas y de los votos.
Y cuando se tenga que decidir, Unió ayudará a que, llegado el momento, un sector amplio de la sociedad que no quiere rendirse ni desaparecer como nación tenga otras opciones que no sean la secesión o la asimilación y sumisión. Lo hará, como ya lo venimos haciendo desde nuestro primer día de existencia. Históricamente, Unió ha defendido siempre un entendimiento con el resto de pueblos de España, en el que esté plenamente reconocida y garantizada la soberanía de Catalunya. Lo hemos formulado muy claramente cuando reclamamos una España plurinacional, pluricultural y plurilingüística con un modelo confederal. Sin embargo, de la misma manera que Miquel Coll y Alentorn decía que "no sentimos la histeria del separatismo", también hemos dejado muy claro que el separatismo no nos da miedo si esta fuera la única posibilidad -siempre que fuera viable- de defender los derechos de la nación catalana. Eso sí, sin ignorar nunca ni la cohesión del cuerpo social, ni el hecho de que para un socialcristiano no hay nación sin personas y que estas son el centro de toda decisión política. ¡También de esta! Eso sí, estas bases doctrinales no sólo no nos impiden ser respetuosos con la voluntad de las mayorías, sino que nos obligan.
Pero ahora toca centrarnos en hacer posible la consulta. Defenderla ante el clamor político de la sociedad catalana tendría que ser una obligación para todos los partidos democráticos e, incluso, para los que, como el PP y otros, rechazan cambios con respecto a la situación actual. Y también sería bueno que desde España no se nos obligara a tener que escoger entre la independencia o una situación actual recentralizadora, uniformista y asfixiante. No podemos plantear el debate en estos términos. Y sería muy inteligente que desde fuera de Catalunya, con visión de futuro y sentido político, se trabaje también por un modelo de articulación efectivo y real que permita dar respuesta a las aspiraciones de Catalunya. La posibilidad de una tercera vía parece difícil si en el otro lado no hay nadie, pero puede convertirse en un camino fructífero si se puede encontrar el punto de equilibrio entre las legítimas aspiraciones nacionales de Catalunya y los lazos efectivos y las diversas utilidades de todo tipo, resultado de muchos años de historia compartida, pero no siempre feliz.
Soy consciente de que hoy estamos descaradamente en una confrontación de sentimientos, tanto desde España como desde Catalunya, de la que no se pueden sentir ajenos sectores políticos españoles y catalanes y que al mismo tiempo hace mucho más difícil encontrar una solución. Los sentimientos son muy importantes. No sólo no se pueden ignorar, sino que los tienes que tener muy presentes. Ahora bien, los políticos no existimos para administrar simplemente sentimientos legítimos y justificados. Se tienen que respetar tanto como racionalizarlos. Por eso existe la política. Mi compromiso político y comunitario no se traduce en subirme a la oleada de sentimientos, sino en intentar conducirlos hacia una salida viable que en la práctica represente el bien común para mi comunidad y no sólo una intensa llamarada -en este caso intensísima- que lo perjudique. Por lo tanto, nunca criticaré los sentimientos de la ciudadanía, pero me desesperan -para no calificarlo de otra manera- los políticos que no saben hacer nada más que alimentarlos primero y aprovecharse después.
Hoy lo importante es que las diversas opciones no nos tienen que debilitar en el objetivo irrenunciable de decidir nuestro futuro por nosotros mismos. La celebración de una consulta es más necesaria que nunca. Y si nos enardecemos de querer hacer las cosas bien y de manera democrática, también será hora de poder ir formulando opciones más allá del blanco o negro, sin que por el hecho de expresarlas nadie tenga que ser condenado a nada, ni despreciado, ni calificado de manera negativa. Un país que aspira a decidir en libertad, la primera libertad que tiene que garantizar es la de debatir con serenidad y respeto.
Si garantizamos esta libertad -y se garantizará, porque Catalunya será democrática o no será-, y si desde fuera de Catalunya se actúa de manera inteligente y con visión de futuro, es obvio que las opciones de nuestro país no pueden ser sólo de blanco o negro. Hay quien dice -y no le falta razón- que esta estrategia es inviable porque una de las partes no quiere el diálogo. Como también hay quien dice que desde nuestra casa hay quien tampoco desea el diálogo porque su objetivo es la independencia, sí o sí. Admito las dificultades intrínsecas del diálogo cuando uno no quiere dialogar. Pero me tendrán que admitir que las dificultades son tanto o más relevantes en una independencia no pactada. La declaración unilateral de independencia, de la cual hablaba el sábado otro significativo articulista de este diario, Juan José López Burniol, es respetable y más viable que la pactada. Pero durante años y años dejaría Catalunya aislada en un mundo cada vez más interdependiente, donde sólo las grandes unidades regionales tienen posibilidad de supervivencia. Dicho esto, no quiere decir que los sentimientos a los cuales hacía referencia antes ignoren, e incluso desprecien, mi observación. Pero llegará el día que se entenderán independientemente que el tiempo político nos arrastre a los que matizamos más allá de los legítimos y comprensibles sentimientos.
¡Pero, de eso, ya hablaremos! Ahora lo que toca, el objetivo común, es sumar esfuerzos para que Catalunya ejerza su derecho a decidir. Y aquí los de Unió Democràtica no han fallado y tampoco fallarán.
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