Sobre el teclado, por el Dr. Alfonso Campuzano
Toda nueva tecnología siempre ha sido bienvenida porque –gracias a ella–, la evolución humana ha permitido que se adapte hacia alguna actividad en progresión exponencial, a la vez que desencadenando nuevos retos diarios –en cualquier ambiente laboral–, sin percibir sus consecuencias, no ya eventuales, sino definitivas e infinitas.
Todo conocimiento genera un progreso beneficioso, pero también desconocido, tal que si se produce un estancamiento, o un sabotaje, del que difícilmente se pueda escapar, incluso para los más avispados, puede originar un retroceso tanto inimaginable como indeseable, pues el propio planeta azul tiene varias experiencias acumuladas.
Los procedimientos tecnológicos actuales utilizan la digitalidad –totalmente virtual–, manifestada en un mundo paralelo que, tras cualquier error, desaparece a la vista, mientras que la analogidad se manifiesta en el plano de la existencia humana y no desaparece tan fácilmente.
Habida cuenta de que los cajeros bancarios están concebidos para interactuar mediante pantallas digitales, donde se escribe sobre un teclado fabricado en metal, o de plástico, donde quedan grabadas las huellas pasadas, presentes, futuras, donde a nadie se le haya ocurrido que la higiene es primordial para no transmitir enfermedades infectocontagiosas.
Y, ¿qué decir de los dependientes carniceros, fruteros, pescaderos, etcétera, que después de haber tocado la mercancía, continúan enguantados, utilizan el datáfono para cobrar lo expedido, una maquinita que, a continuación, se la ofrecen al cliente para que teclee su número secreto?
Por otro lado, están las pantallas digitales de los terminales que manejan ciertos operarios, ya sean repartidores, u otra clase de control, en los que el receptor tiene que firmar con el dedo, sin saber cuántas personas han tocado dicha pantalla, aparte del portador.
Hace años, utilizar un bolígrafo/rotulador propio era una solución para no tocar el ofrecido al público, que ignoraba cuantos dedos lo habían tocado, hasta que, como colofón, apareció en escena el puntero electrónico cableado hasta una pantalla en la que firmar, ya sea en bancos, supermercados, sin que a nadie se le ocurra limpiar después de cada operación, ni tampoco ofrecer una servilleta húmeda desinfectante.
Si bien es cierto que, en el mercado, y desde hace varios años, ya existen bolígrafos que tienen en el polo opuesto un plástico duro u blando para poder utilizar en diferentes pantallas digitales.
En conclusión, por parte del interesado, queda la opción de sospechar de cualquiera, antes de tocar objetos públicos, ya sea el teclado, ya sea el puntero electrónico, limpiarlos mediante toallitas húmedas –propias o cedidas–, o bien percutir con un bolígrafo o lapicero propio, estando atento, muy atento.
Y esto, en plena pandemia de SARS-CoV-2 –antes COVID-19, y vulgarmente llamado coronavirus–, no cabe la menor duda de que hay que concienciarse, y concienciar a los demás, de esta situación, que cada día se normalizará más, aunque parece ser que, pese a haber sido comentado anteriormente en cada lugar donde ha ocurrido, y ocurre, nadie se daba por aludido hace una veintena de años.
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Comentarios(1):
Bien detectado y explicado. Sigue con Salud .Abrazo Manolo