Noticias de Cantabria
Opinión 03-03-2021 15:08

Papel y poder de los mitos Por Manuel Olmeda Carrasco

Es evidente que los mitos, comunes a civilizaciones destacadas, tuvieron originariamente un componente religioso. A poco, se fueron humanizando apareciendo una compleja colección de dioses, dioses menores y sus hijos: titanes, ninfas, héroes, que sirvieron al hombre para salvar barreras y abandonos.

 

 

Desde siempre, el ser humano mortal ha intentado una conexión trascendente o eterna. Probablemente tal demanda fuera origen del mito en amplias y variadas perspectivas. Los primeros de ellos, anexos a esa necesidad imperecedera, debieron ser rituales religiosos y funerarios acordes con manifiestas avideces inmortales. Así se desprende de distintos objetos (que pudieran servir para la hipotética “mudanza”) encontrados en necrópolis con más de tres siglos de antigüedad. No en balde, los mitos siempre pretendieron —en forma de relato imaginario— explicar el origen de las cosas o códigos conductuales. Parece incuestionable el apoyo y amparo que debió sentir el hombre, confortado por aquellos, para minimizar angustias y evocaciones, sospecho todavía livianas, connaturales a la especie.

Es evidente que los mitos, comunes a civilizaciones destacadas, tuvieron originariamente un componente religioso. A poco, se fueron humanizando apareciendo una compleja colección de dioses, dioses menores y sus hijos: titanes, ninfas, héroes, que sirvieron al hombre para salvar barreras y abandonos. Nuestra cultura greco-romana fue cuna de mitos valiosos para lograr concordia en aquellos tiempos sombríos. Ignoro si Zeus, Afrodita, Dionisos o Cronos, dioses del mundo, amor, holganza libertina y tiempo en Grecia compensaron algo a los griegos aliviando angustias vitales similares a las presentes, guardando distancias debidas. Desconozco, asimismo, si Minerva —diosa romana de la inteligencia— realizó iniciativas destacadas (para bien o para mal) guiando decisiones e ingenios cabales. Temo que su tacañería estuviera en línea con el momento actual.

Perdida toda pureza social, pero no suspicacia, aquellos mitos diligentes, benefactores, gratuitos, se han transformado en quincalla, fantasía inmoderada y onerosa. El hombre conformado por un estadio real, irrebatible, (vida terrena) y otro hipotético (trascendencia que evita la razón del absurdo vital) es víctima por igual de “santones” —denominación particular y actualizada de los mitos— surgidos al socaire. Casi a la par emergieron unos y otros exclusivamente personalizados, con mayor o menor brillo porque la seducción proviene de un arraigo secular no de su valor, a duras penas objetivable. Fuera de aquella época clásica, el Sacro Imperio Romano Germánico convirtió la Edad Media en un sincretismo mitológico al conjugar lo terrenal y lo religioso imbricados según exigiera la coyuntura. Señores feudales y eclesiásticos destacados compartían poder y pleitesía; herencia acorde con los usos consuetudinarios, pero con incipientes signos de repudio.

Verdad es que la Iglesia Católica ha concentrado el mito religioso en un solo Dios. Tal observación, condensadas las zozobras, roto el cautivador arrebato de tiempos pretéritos, ha hecho que cambiemos —tal vez maticemos— ciertos perfiles sin abandonar ninguno de los contenidos clave. La Iglesia, que como institución se convierte en puro contrasentido, sigue indicando aquel camino religioso para idealizar una vida perpetua, alentadora dentro de su límite terrenal. El escepticismo surge (aparte diluir apremios espirituales) al comprobar que hoy no hay Olimpo, que aquellos dioses sin tacha han mutado en hombres menguados de virtudes; incluso llenos de extravíos mundanales. ¿Niego así la existencia de religiosos íntegros, consagrados por completo a sus congéneres? En absoluto, expreso unos sentimientos firmes, sólidos, aunque opuestos a los observados por mis deudos maternos, con alguna excepción.

Cuando la vida se circunscribe a un horizonte inmediato —a veces incierto, decadente, caótico— el individuo desorientado se entrega a mitos comunes, anodinos, si no frustrantes. Cada cual echa mano de los que le ayudan a vislumbrar ilusorias realidades o subsistencias legendarias. ¿Quién no se sintió Pedrín (compañero de Roberto Alcázar), el guerrero del antifaz o el capitán trueno, en sus años infantiles? Con los tiempos, acabado el ardor émulo, aparecían personajes de carne y hueso capaces de ayudarnos a recorrer de forma virtual senderos y trochas. Elogiamos a deportistas, toreros, cantantes, etc. en fin, personajes preclaros cuya admiración y ejemplo mitigan hambres íntimas, aunque luego resultaran difíciles de digerir y provocaran amargos desencantos. Finalmente, a cierta edad, uno solo siente apego por Esculapio, dios romano de la salud.

Quede claro que mis estimaciones son aplicables —de forma singular— a quienes nacimos en los cuarenta o cincuenta del siglo pasado; individuos marcados, casi a fuego y mayoritariamente, por un estoicismo vigoroso, cauto. Aquellos viejos mitos que satisfacían nuestra infancia provenían de héroes de viñeta, junto a descripciones, principios e iniciativas que nos impregnaban los allegados con humildad no exenta de paciencia y entrega. Ahora (perdida toda influencia, sometida al efecto devastador de una reacción involucionista), la sociedad se decanta por abandonar los mitos para instruirse con prototipos indigentes e indocumentados que llevan irremisiblemente a la miseria y al caos absoluto. Lo curioso es que son modelos superados, caducos, obsoletos, cuyo fracaso se sigue ocultando, con eficacia insólita, de manera incomprensible.

Etiquetas: progresista, facha, antifascista; conceptos: progreso, feminismo, cambio climático, extremo; personajes: Iglesias, Sánchez, Bárcenas, Hasel y una extensísima baraja, conforman a la sazón celebridades, estrellas, que provocan obtusos índices de acatamiento o movilización. Quizás pueda advertirse, al fondo, un elevado índice de cretinismo. He expresado en varias ocasiones, y lo repito, que los regímenes totalitarios, tiránicos (aparte los de nuevo cuño), poseen un cimiento socialista. Lenin y otros cabecillas bolcheviques provenían del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Mussolini era afiliado al Partido Socialista Italiano. Hitler era miembro del Partido Obrero Alemán, con posterioridad Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. El capitalismo, a lo sumo, ha producido sistemas autocráticos de mayor o menor crueldad según el proceder del caudillo autócrata. Espero que la Historia esté ayuna de controversia argumental. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Me parece increíble que un individuo juzgado y condenado pueda provocar manifestaciones que terminan en barbarie y saqueo. Comparto la falta de futuro que se cierne sobre un amplio sector de la población, pero ¿por qué asentar esas reivindicaciones en la libertad de alguien y encubrir su germen real? ¿Por qué no se intenta detener gestiones politizadas e ineficaces en áreas correspondientes a salud y economía? ¿Por qué no se pone coto al enorme despilfarro en nepotismo y “puertas giratorias” de empresas públicas? Estos mensajes, según compendios elementales de la praxis revolucionaria, serían lemas razonados en manifestaciones que motivaran la mejora de sus expectativas, pero no (que también si fuera preciso) pedir libertad de expresión, verdadera zanahoria colgada al extremo del palo. ¿Alguien entienda que el PSOE —coaligado con Unidas Podemos, partido de extrema izquierda— pida al resto un cordón sanitario contra Vox? Estos mitos recientes, políticos, “democráticos”, nos llevarán al abismo.

 

Sé el primero en comentar