Eternos herederos
Los actuales partidos políticos españoles, asienten o nieguen la evidencia, son herederos de aquellos que se conjuraron, incluso bostezando, para iniciar una tortuosa Transición, no tan maléfica cuando ya dura cuarenta años, y continúa evolucionando, pese a los agoreros de turno, que nunca faltan.
Unos partidos políticos que no han sabido ni saben explicar convenientemente a la sociedad actual, toda sin exclusión –se desconoce si lo sabrán explicar hasta que no lo intenten–, que los tiempos que vivimos, acompañados de libertad de expresión, sí de libertad, ante el inminente futuro neblinoso que se aproximaba para poder convivir dentro del espacio europeo, han sido consecuencia de la actitud premonitoria de unas lánguidas Cortes, llamadas franquistas.
Tales Cortes no tenían ninguna obligación política ni siquiera moral de seguir una hoja de ruta virtual, más o menos aceptada, aunque si adaptada a los tiempos; sin embargo, mediante un seppuku, se sacrificaron para poder alumbrar un horizonte elegido en el que se vislumbraba ya como una Partitocracia, que no una Democracia, logrando escribir una página memorable para la Memoria Histórica española.
No obstante, el camino recorrido hasta la fecha ha estado sembrado de socavones, difíciles de asimilar, protagonizados por partidos que eufóricamente se hacen llamar progresistas, aunque continúan estancados, mientras velan sus armas decimonónicas, mientras miran constantemente por el retrovisor, mientras recuerdan a cada instante cómo llevar a cabo su gran revancha cuando tienen mucho de qué olvidarse, mucho de qué avergonzarse, tanto de robos como de crímenes, sobre todo aquellos que vieron el cielo abierto para llevar a cabo su venganza vecinal sin que nadie lo impidiera.
Está en la Memoria Histórica, no reconocida, que atropellos se cometieron en ambos bandos durante la fratricida Guerra Civil, no podía ser de otro modo, nadie estuvo libre de pecado, sobresaliendo quienes actuaron con innegable fanatismo anticlerical, como incontestables ṭālibān –antes de que la sociedad española oyeran hablar de ellos–, destruyendo inmisericordemente gran parte de patrimonio cultural religioso de todos los españoles, mediante la crueldad, el fuego y el linchamiento.
Renegar de la Historia, fomentar su olvido, intentar reescribir el pasado en plan vengativo, es ideario de mezquino oscurantismo para con los antepasados, porque los fallos judiciales de épocas pasadas no se pueden reexaminar sectariamente ni mucho menos alterar e invalidar, nunca jamás, aunque se pretenda, sobre todo porque no tiene ningún valor actual, porque las acciones sociales que se juzgaron en su día han evolucionado, y en nada se parecen.
Los jueces, mediante la Ley de Memoria Histórica de 2007, están cambiando nombres de calles y avenidas, que sirve exclusivamente para que todos los contribuyentes paguen más impuestos y, sobre todo, los negocios que en ellas se encuentran, que es como dar patadas en su mismo culo o sobre el de los vecinos.
Unos partidos políticos que, desde tiempo inmemorial, no han conseguido averiguar quienes continúan teledirigiendo los escatológicos intereses de la organización E.T.A., que rompió unilateralmente el pacto social de convivencia al nacer durante la Dictadura y ampliar sus instintos criminales durante la Partitocracia; que ha sido vencida; que no se ha rendido ante notario; que no ha entregado sus armas; que aún debe indemnizar a los familiares de sus víctimas con su esfuerzo físico.
Unos partidos políticos que han tolerado que no se haya reseteado, sino que, le han concedido permiso, mediante el buenismo políticamente correcto, para que se disfrace de cabeza visible, para que asalte instituciones con discursos revanchistas, para que maneje sus dictatoriales y minoritarios hilos hacia el resto de los españoles, postrados en genuflexión, mientras solicita privilegios sin mostrar signos de arrepentimiento, después de haber organizado tres mil seiscientos atentados; novecientos cincuenta y cinco asesinatos; dieciséis mil extorsiones; diez mil atracos; ochenta y seis secuestros; con un coste económico valorado en veinticinco mil millones de euros, y pagado con los impuestos de los contribuyentes españoles.
Unos partidos políticos que no han querido ni sabido gobernar para todos los españoles, sino que han sido tan intolerantes, que lo han hecho sólo para sus votantes, de ahí que el resto alternativamente se haya sentido excluido, pese a que se ha utilizado, y muy mal, la gestión del dinero público.
Unos partidos políticos que se han alternado no sólo en el poder, sino también en los casos de corrupción como si se hubieran planteado una carrera deportiva irrefrenable sólo para llenar su faltriquera y disponer de un patrimonio económico particular que jamás habían soñado.
Unos partidos políticos adictos a formar alianzas antinaturales con unos partidos incompetentes para poder conservar la llave del poder. Por tanto, todos, absolutamente todos, sin excepción, deben pedir perdón a los españoles por su irresponsabilidad durante la Transición.
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