Estado alquilado, por Alfonso Campuzano
La sensación que tiene el ciudadano de la Institución Monárquica española – árbitro partitocrático, que no comulga con ninguna fuerza política, pese a que, si la dejan, pone el dedo en la llaga que más duele–, precisamente desde 1982, es que la agenda real está secuestrada por el Gobierno de alterne –que es quien marca su aparición o desaparición dentro o fuera de nuestras fronteras–, donde cada uno arrienda la parte institucional que más le interesa para prorrogar lo máximo posible su estancia de aposento en la sellae curulis monclovita.
El jefe del Estado, como cabeza visible de la Institución Monárquica española, según la Constitución’78, no tiene capacidad para decir lo que se debe hacer para enmendar ciertos errores cometidos contra los españoles. Sin embargo, el jefe de Gobierno de alterne sí está en su derecho de poder torcer la línea escrita de cualquier discurso del monarca, no así si se tratara de una República, al estar afiliado a su mismo partido político.
Es un hecho habitual –primero durante la Dictadura y segundo durante la Partitocracia actual–, que las gentes de las regiones beneficiadas se han colgado el cartel de víctimas para seguir mamando de las restantes. Eso sí, muy bien dirigidas por partidos políticos deshonestos, incluso delincuentes, fundamentalmente para que no se note lo que se queda entre las uñas que pueda afianzar su patrimonio familiar.
Suman ocho decenios ya, a priori, en que tales regiones continúan siendo la niña bonita de la Administración central, favorecidas, tanto en macroinversiones como macrosubvenciones, porque cada vez que abren la boca con el quejido acostumbrado, el ministro de Hacienda de alterne –con tal de intentar silenciarlas, sin conseguirlo totalmente, sin escarmentar–, lo que hace es aumentar el alimento de un monstruo durante una temporada, porque han descubierto un pozo sin fondo que las beneficia siempre en perjuicio de las demás. Con ello se ha pretendido mantener una desorientación social mediante una manipulación propiciatoria, y revisionista, que no conduce hacia el deseado bien común.
De ahí que cada Gobierno de alterne se deba genuflexionar y, si llega el caso, tener vaselina a mano. Porque ya lo explica muy bien el refrán español: Quien alquila el culo no caga cuando quiere, que bien aplicado a la política española viene a decir que, desde hace más años de los que se piensa, existen acuerdos sotto voce que impiden progresar en infraestructuras a ciertas regiones, quizá debido a su situación geográfica, más o menos industriales, en beneficio de otras.
Es así como la Institución Monárquica, en soledad, y a modo de ducha escocesa, sufre una persecución partitocrática que no lo merece ni tan siquiera los españoles. Nada más hay que remitirse a las cumbres internacionales de jefes de Estado –sin que el rey emérito Don Juan Carlos I o el actual rey Don Felipe VI aparezcan–, donde se deja ver el jefe de Gobierno de alterne, en sustitución, para hacerse la foto, con la pretensión de elevarse un peldaño, como protagonista sin serlo, porque no le corresponde, y aparentar la representación de una República virtual en lugar de la una Monarquía parlamentaria.
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