Vocación y talento, combinación perfecta para la misería.
Escribir, vocación, talento, editoriales, distribuidoras y tiempo, demasiado tiempo para que el joven escritor pueda algún día convertirse en un escritor reconocido…
Escribir es algo complicado, muy complicado. Pongámonos en antecedentes: soy novelista, treinta y cuatro años y he publicado algunos trabajos (tres novelas y un pequeño ensayo). Comencé a escribir con más o menos quince años y mi primera novela la terminé con dieciocho. Desde luego, era una basura y por eso decidí no publicarla como me recomendó un profesor mío (que, por cierto, también leyó las primeras obras de Reverte).
-Te haré una recomendación –me dijo-. Toma y guárdalo en el cajón. Pero, ¿sabes algo? Nunca me equivoco: tú vales para esto. No lo dejes porque vales… nunca me equivoco.
Si este buen hombre de nombre César (profesor de Historia en la facultad) se equivocó o no sólo el tiempo lo dirá. Por ahora las cosas no marchan mal teniendo en cuenta que la mayoría de los escritores tardan más o menos un siglo o dos en ver su obra publicada. En mi caso fueron un par de años desde que me decidí hasta que vi impresa la primera novela. También quiero decir que jamás he pagado por publicar. Lo considero un enorme error: ¿para qué necesitamos a las editoriales entonces? Darse de alta como editorial no cuesta demasiado: simplemente hay que enviar un formulario relleno a no recuerdo qué lugar y listo: ya tienes la posibilidad de publicar. Claro… eso cuesta dinero y ahí es donde interviene la editorial, que tiene los mecanismos necesarios para que el libro llegue al público.
O no.
Una vez hemos publicado la novela nos topamos con la siguiente sorpresa: nuestro libro no está en los escaparates, tema fundamental para que el libro llegue al gran público. Y es que en nuestros infantiles ideales no contábamos con otro gran impedimento: las distribuidoras. Pongamos que nos publican mil o mil quinientos ejemplares: ¿cómo pretendemos que nuestro libro esté en todos los sitios? Hay distribuidoras nacionales (tipo Logista) y otras regionales… las regionales quizás estén mejor para las pequeñas editoriales –tengan en cuenta que no soy editor, sólo autor-… las nacionales prefieren distribuir a grandes editoriales (tipo Planeta) con grandes tiradas que, a la postre, serán las que den los mayores márgenes de beneficios…
Al final, nos encontramos con que, tras publicar, seguimos siendo unos totales desconocidos… pero seguimos escribiendo.
Y seguimos escribiendo pese a las dificultades. Un asunto que siempre comento pero que, casualmente, no he comentado: me dedico a tiempo completo a la literatura porque considero que una persona puede ser escritor. Ahí viene la pregunta obligada:
-¿Y de qué vives?
Me quedo con cara de “a ver qué digo” porque es cierto, no vivo de la literatura pero, a la vez, no realizaré en toda mi vida ningún trabajo externo por una sencilla razón: escribir novelas es, pese a lo que quieran afirmar algunos, una profesión seria y debería estar remunerada como toda profesión. La realidad es bien distinta: un escritor es escritor siempre a tiempo parcial y, desde luego, escribir no es la actividad fundamental porque no se puede vivir de ello. Los escritores son funcionarios, profesores o militares retirados en su mayoría. Huelga decir que no tengo nada en contra de ello, cada uno puede hacer con su tiempo lo que le venga en gana y todos tienen pleno derecho a intentar escribir y que su esfuerzo sea recompensado con la publicación. Pero, ¿y qué pasa con los escritores de profesión? Pues otra vez, y como reza el título de este artículo: complicado, muy complicado.
Y es que ni siquiera los bastante conocidos (no daré nombres) viven del porcentaje que las editoriales les pagan. Sí, también tienen otras profesiones y también los pintores que exponen y son conocidos también hacen otras cosas para poder comer y también los músicos y demás… El sistema está montado para que nadie (o casi nadie) pueda vivir directamente de esto. ¿Qué tenemos entonces? Un sistema editorial basado en aficionados o escritores ocasionales que no quieren más que ver reflejado su hobby en un papel. Los otros, los que sí se toman esta profesión en serio, tienen que tomarse la profesión un poco menos en serio y hacer de otro trabajo su verdadera profesión, de tal manera que sus obras no son todo lo “maestras” que deberían ser porque, dicho en una palabra, no tienen tiempo.
De esto derivamos y nos encontramos con otro impedimento: como el trabajo de escritor no está remunerado y vivimos en el capitalismo llegamos a la inevitable conclusión social: escribir no es un trabajo, sólo un hobby. Así, el escritor se encuentra con el rechazo social de su profesión amén del asunto de la doble profesión y de la falta de tiempo. Ya era así, por ejemplo, en tiempos de E.A. Poe, quién tampoco vivió de la literatura (tuvo varios empleos en revistas y demás asuntos poco novelísticos). Sí, en el S. XIX, por poner un ejemplo, ya se consideraba de poco caballero eso de cobrar por lo que se escribía, y escribir era algo reservado para nobles y burgueses, hoy en día las cosas han cambiado, sobre todo en los países anglosajones, pero no sucede así en España y los países latinos, bastante feudales a veces aún: vivir de la literatura se convierte en un imposible porque el mercado no está preparado.
De esto nadie tiene la culpa salvo los de siempre. Conozco a buenas personas e incluso son editores y tienen muchas dificultades para que sus libros sean comprados.
Lo sé, estoy desanimando a cualquiera.
Pero aún no he terminado.
Otro asunto que tiene que ver con la distribución de nuestros libros es el asunto de las grandes superficies. Lo copan todo y el mercado editorial está esclavizado por éstas. No hay posibilidad de tener un best-seller si no contamos con la distribución del libro en una gran superficie porque éstas se llevan un altísimo porcentaje de la venta en España. Y claro… ya se sabe: el que puede mandar manda y pincha y corta. Así, las grandes superficies prefieren tratar con grandes editoriales y prefieren títulos que puedan llegar a todos los públicos y que sean masivamente vendidos y no obras de autores que tienen que ver con eso que antaño llamaban rocambolescamente “literatura”. En las grandes superficies hay de todo menos literatura (excluyendo a los clásicos, claro): desde niños magos y sus sucesivas sagas hasta escritores suecos de gran éxito. Todo menos algo que tenga que ver con dar a conocer a nuevos autores que realmente merecen la pena.
En fin, les dejo por hoy no sin antes darles una pequeña recomendación: si quieren ser escritor traten de evitar la idea del suicidio.
Créanme, es difícil.
**Martín Cid es autor de las novelas Ariza (ed. Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (ed. Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (ebook) y del ensayo Propaganda, Mentiras y Montaje de Atracción (ed. Akrón, 2010).
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Comentarios(1):
Me gusta el final la vocación del suicidio