Soliloquios, desconfianza y canciones infantiles
Tras ocho meses de gobierno interino, de arraigado cerrilismo alimentado por intereses bastardos, se otean hoy parecidos talantes y sinrazones. Cualquier sigla, todo líder que se precie, nutre los noticieros con un latiguillo tópico, falaz, irritante: “estamos trabajando para los ciudadanos”.
Mientras, alargan sine die el pleito que debe desembocar en un gobierno real, permanente, operativo. Dicen, y no les falta razón, que la interinidad actual daña la débil economía que sobrellevamos. Sin embargo, no se advierte ningún esfuerzo para sacarnos de esta situación putrefacta. Quieren lavar la cara al personal sin mancharse las manos, al modo de quien pretende hacer una tortilla sin romper huevos. Si no fuera inquietante, tal momento debiera venir orlado por cierto tipismo hispano no exento de ribetes esperpénticos. Algo así como el espectáculo del bombero torero político.
Abundan por estos parajes, y con tal ocasión, los soliloquios. Cuando negamos algo de forma obcecada, insistente, genuina, hilvanamos un discurso interno, inválido, sin fuerza. Se convierte en repique interior, eco enjaulado; constituye, en definitiva, un soliloquio, un mensaje nonato, oculto, del que solo conocemos sus efectos perversos. Ignoramos qué tesis quiere airear ni cuáles son sus argumentos raquídeos. Queda un susurro retórico tan hueco como inocuo e ineficaz. Ahora nos encontramos inmersos en tal escenario. A veces, no hay nada más allá de un silencio culpable o penitente. Esto, al menos, caracteriza a Rajoy, Sánchez y Rivera. Lo de Iglesias puede confundirse con un ascetismo aparentemente transformador, catártico. Pura apariencia como se desprende del pulso con las Mareas gallegas que, a la postre, le partieron el brazo.
Conocemos los encuentros -más bien desencuentros- entre PP y Ciudadanos para firmar unos acuerdos que permita a estos últimos un voto afirmativo en la investidura de Rajoy. Notamos desgana, aplicable al grupo pepero, y desconfianza lógica, que anotan los de Rivera. Cuatro años de rodillo malcrían a cualquiera y lo convierten en persona insoportable, engreída, prepotente. El PP olvida cerrado, poseído de no se sabe qué derechos o legitimidad, que necesita aliados, compañeros de camino. Sospecha, eso conjeturo, que Ciudadanos persigue conseguir determinado capital político a costa de embestirlo. Razón suficiente para interpretar los graves altibajos en las negociaciones. Poco les importa descubrir, al menos aparentemente, que ninguno desea sanear la vida pública, quizás menos el PP por los innumerables procesos que otea cercanos. A última hora, in extremis, se ha cerrado un acuerdo sietemesino. La urgencia del parto necesitó medios extraordinarios cuyas secuelas anatomo-fisiológicas no son apreciables, de momento. Ha concluido la primera etapa con resultado satisfactorio, si nos atenemos a revelaciones bastante optimistas. Veremos.
Sí, el PP es la Penélope que a ratos deshace lo que en otros, llevada por esa virtud llamada necesidad, construye o propone con total desencanto. Quiere que Ciudadanos y PSOE apoyen, de forma afirmativa o absteniéndose, una investidura poco trabajada y menos atractiva. Amenaza con celebrar la jornada electoral -tercera farsa- el mismísimo día de Navidad. Le falta tramitar propuestas serias, con enjundia, rigurosas, y le sobran artimañas. Resulta comprensible que anhele colaboraciones poco exigentes, pues sus rivales quedaron empequeñecidos por el 26J. No obstante, tensar la cuerda demasiado suele originar el efecto contrario, siempre perverso. Parece lógico que cada sigla pretenda un espacio notable, firme, consolidado, dentro del nuevo marco político. Este fondo obliga a rehusar cualquier acercamiento a un PP sucio, corrompido. Quizás menos que otras siglas merecedoras de un rechazo social más evidente pero salvas por la opinión pública. Este es el crisol de la desconfianza, venero de indecisiones, cebo del momento ambiguo, padre putativo de toda contestación. Prevalece, pese a su fama, un PP sin rival manifiesto hoy por hoy. Ciudadanos exige sin ambages el papel de bisagra. Por su parte, el PSOE ansía formar parte esencial del bipartidismo pero teme dar un paso en falso y ser engullido por Podemos. De ahí su ceguera cicatera, su ausencia, ya que Podemos le causa demasiado terror y por ello, dada la indigencia estratégica que revela, ofrece tan menesterosa capacidad de reacción.
La actual tesitura lleva a algunos a entonar repudiadas canciones, no sé si infantiles o infantiloides. Ciudadanos abrió el melón al proponer un personaje independiente, de consenso, para investirlo jefe del gobierno. La idea les pareció al resto absurda, poco democrática, un calentón primaveral debido a aquel bloqueo empecinado a que llegaron los partidos. Ahora, ahogados de nuevo por análogo inmovilismo, sin salida visible, el secretario general de los socialistas catalanes -reacio en ocasión anterior- lo propone no sabemos si como salida exótica o como ocurrencia ingeniosa, mordaz, algo extemporánea. Sea cual fuere su intención, enseguida consiguió un abigarrado coro de seguidores incondicionales. Así lo manifestaron al unísono PSOE y Unidos-Podemos; una identificación más que resulta inadmisible, acongojonadora, para socialistas juiciosos.
Vamos abocados a unas terceras elecciones porque nadie quiere mancharse sosteniendo a un PP corrompido sin límites y sin exclusión, por activa o por pasiva. Resulta ilusorio que se apoye la investidura de Rajoy sin pringarse. Uno puede ser patriota, responsable, pero no suicida. Cierto que las siglas tradicionales, todas, cuentan con episodios de dispendios calculados; es decir, sujetos a diferentes comisiones. Pese a tal sospecha, solo al PP le imputan profundas y extensas raíces delictivas. Sin ser falso el dato, no debe despreciarse el acorralamiento visceral, impúdico, a que son sometidos el señor Rajoy y su partido. Vale más caer en gracia que ser gracioso, dice cargado de razón un proverbio popular.
Quiero resaltar, en última instancia, con qué fuerza un joven periodista -tocayo mío- definió a Podemos partido democrático. Nulo de argumentos que le llevaran a lucubrar semejante conclusión, estoy convencido de que con la misma trabazón lógica (insisto, desconocida), precisaría, verbigracia, que el partido Nazi era fascista, antidemocrático y totalitario. Que yo sepa, a Corea del Norte se le denomina República Popular Democrática y ya ven. ¿Sería ese país su paradigma democrático?
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