Las verdades de Pedro Sánchez y las otras
Por cierto, señor Sánchez, no hay nada más reaccionario que “no es no”. Niega toda eventualidad dialéctica y progreso. Opongo esta respuesta a su afirmación, “es más reaccionario que el anterior”, sobre el nuevo gobierno. Tenga por seguro que mi verdad vale tanto, o tan poco, como la suya.
Cientos de estudiosos han destinado su existencia a explicar el cosmos, en definir vocablos, angustias y ciclos vitales; la vida. Verdad, vocablo, constituye uno de esos interrogantes. Ofrece tanta complejidad, tantas perspectivas, que -desde Grecia clásica a nuestros días- predomina la idea de su negación. André Maurois aseguraba: “Solo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”. Sintetiza con acierto cuantos esfuerzos se han gestado para afirmar dicho término. Al mismo tiempo surgen, inapelables, verdad subjetiva y verificabilidad; prescribiendo la primera el ámbito inmaterial y la segunda el medio físico. Lo expuesto reporta el viejo tópico de que, como mucho, uno expone su verdad pero puede alejarse infinitamente de otras diferentes u opuestas sobre idéntico motivo. Hoy rememoro algunas “verdades” vertidas -con mayor o menor tino- por individuos que alcanzaron algún grado de poder, sin que entendamos el porqué, sus merecimientos.
Así, Pedro Sánchez (extraviado e incompetente exsecretario general del PSOE), en reciente e insólita entrevista, se atrevió a afirmar palabras de hondo calado. Allá van algunas. “España es una nación de naciones”. “Cataluña y País Vasco son naciones dentro de una nación: España”. Algo semejante alumbró su antecesor, “la nación española es un concepto discutido y discutible”, y que el eco actual trae consigo la hecatombe socialista consecuencia inevitable de tan aparatosa carencia programática. Quien traiciona el principio de universalidad no tiene cabida en la izquierda socialdemócrata. Sí en la izquierda radical; aquella que tras defender el derecho de independencia somete, una vez alcanzado el poder, a las diferentes repúblicas. Evoco el recuerdo de Hungría en mil novecientos cincuenta y seis y Praga en mil novecientos sesenta y ocho pese a lo preconizado por Lenin respecto al derecho de autodeterminación. De golpe, ambos políticos aborígenes (discutidos y discutibles) beben -sin que lo sepan seguramente, o sí-la rancia pócima del leninismo trasnochado y terrorífico.
Dijo, pecando de ingenuo o de sincero necio, “me equivoqué al tachar a Podemos de populista”. Su papel, ahora, cimienta el Caballo de Troya. Tal declaración, amén de esta: “El Comité Federal fue una vergüenza” muestra a las claras qué grado de indigencia doctrinal y personal despliega quien lideró el partido modernizador de un país hosco, atrasado, mísero. Carlos IV y Fernando VII, reyes felones, actuaron con Napoleón de similar manera. ¿Hacia dónde nos hubieran conducido sus erráticas ideas y su infinita ambición? Pese al autorretrato, aún tuvo arrestos -quizás osadía- para anunciar intentos de recuperar el PSOE. Sigue confiando en una militancia adiestrada, ilusa, y en fieles lugartenientes obcecados, irreflexivos. Vano intento, pues el PSOE en sus manos sería una confluencia irrisoria, otra más, de Iglesias. Sánchez, emulando a Garzón, firmaría la defunción de este partido centenario y vertebral para España.
“El país necesita unos medios más plurales” fue otra de las sentencias ofrecidas por un personaje ajeno o enajenado. Más allá de confesión inoportuna, lamentable, refleja el poderoso instinto censurador de quien no admite ninguna opinión nociva, tal vez distante del propio credo e incluso denuncia de pruritos abarrotados de incierta superioridad. Toda encarnadura totalitaria teme la libertad y chirría frente a la de prensa. Aparentaba ser dueño de un talante liberal dentro del sectarismo que trascendía sin escrúpulos cuando participaba en mesas de debate político. Parece impulso común e inevitable. Dictadores, aun demócratas, desean acallar como sea aquellas voces discrepantes que se caracterizan por verter críticas razonables al poder. Constituye una nota típica de sistemas e individuos totalitarios; cuanto menos, huérfanos de hábitos liberales.
Pablo Iglesias, raptado por la loa reverencial de su ¿contrincante? devenido en apologeta, se dejó apuntar campanudo: “Pedro Sánchez ha dicho la verdad, pero demasiado tarde”. Tal frase me encaminó al epígrafe y primer párrafo; era preciso aclarar que no existe verdad fuera de uno mismo. Don Pablo, que respira absolutismo incluso por los poros lingüísticos, la elevó a expresión incontestable. Con igual intensidad hubiera defendido su defenestración si le perjudicara o pusiera en duda sus intenciones. Porque eso sí, líder, adláteres, cuadros, simpatizantes, son intachables, virtuosos, lapidarios, casi intangibles. Además, en un no va más místico, Podemos corona su venida siendo partido milagrero al resucitar el contubernio, no judeo-masónico sino mediático-financiero. Muchos lo ignoran pero -allá, por aquel lejano franquismo- dicho vocablo, contubernio, se mantuvo bastantes años en el hit parade político.
Aparte estas “verdades” formuladas por dos probos representantes de la casta, hay cuantiosas más porque como dijo Gandhi “la verdad es lo que te dice tu voz interior”. A mí me dice la mía que Pedro Sánchez ha pagado su propio funeral; que Iglesias no presidirá nunca un gobierno; que Podemos es una oficina vip de colocación; que Errejón, matizando su discurso, tiene futuro únicamente en el PSOE. Me susurra también que al PP le esperan tiempos difíciles, de zozobra. Por su parte, el PSOE concreta un programa exhaustivo, socialdemócrata, convergente, o desaparece ahogado por un radicalismo quimérico e irracional. Ciudadanos necesita defender con pasión su espacio programático; es decir, debe asumir, exigir, un papel bisagra en las nuevas formas de gestión institucional alejadas de independentismos y partidos laboratorio.
Por cierto, señor Sánchez, no hay nada más reaccionario que “no es no”. Niega toda eventualidad dialéctica y progreso. Opongo esta respuesta a su afirmación, “es más reaccionario que el anterior”, sobre el nuevo gobierno. Tenga por seguro que mi verdad vale tanto, o tan poco, como la suya.
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