Las cuchillas de la infamia
Me parece una infamia colocar cuchillas en las alambradas que separan a Melilla de Marruecos por las que desesperadamente intentan entrar a España los inmigrantes.
Me parece una infamia colocar cuchillas en las alambradas que separan a Melilla de Marruecos por las que desesperadamente intentan entrar a España los inmigrantes. Y al parecer las terribles cuchillas no sólo están en la alambrada de Melilla sino también en Ceuta. No sé quién es el sádico al que se le ocurrió esa solución, que no es nueva, las cuchillas ya se instalaron en los tiempos de Zapatero, pero produce vergüenza que un país que dice ser civilizado sea capaz de tamaña salvajada.
Una cosa es regular la inmigración y otra muy distinta hacerlo de manera que atente los más elementales derechos humanos. Y esas cuchillas son un atentado a la integridad de las personas y a su dignidad, por eso me parece acertada la decisión del Fiscal General del Estado de investigar lo que está pasando en la frontera de Melilla.
Me resulta insoportable que nuestro país añada dolor al dolor de quienes se juegan la vida atravesando África para intentar llegar a Europa. Melilla es la primera frontera que los inmigrantes encuentran en su busca de una vida mejor. Y, saben, en mi opinión, la ética de un país también se mide por cómo se comporta con los inmigrantes.
De manera que, en vez de colocar cuchillas en las alambradas, lo que debería de hacerse es luchar contra las mafias que se enriquecen a cuenta del tráfico de personas.
Los traficantes obtienen pingües beneficios a costa de las esperanzas de quienes han tenido que huir de la miseria o de una guerra y haciendo un ejercicio de valor se juegan la vida en busca de una nueva vida.
Hace unas semanas veíamos como cientos de éstos inmigrantes encontraban la muerte en las playas de Lampedusa después que las pateras en que viajaban se hundieran a pocos kilómetros de la costa. Yo confieso que siento una profunda admiración por el valor que demuestran los que no se resignan, los que están dispuestos a jugarse la vida mientras buscan una vida mejor.
Nosotros en nuestra cotidianeidad a veces somos incapaces de tomar decisiones que no alcanzan ni una centésima de los riesgos que corren quienes huyen de los lugares más recónditos de África.
La sociedad española no puede permanecer indiferente ante la infamia que supone colocar cuchillas en la alambrada de Melilla. Si no alzamos la voz, si no nos avergonzamos, si no reclamamos que se arranquen esas cuchillas es que hemos perdido el alma.
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