Las adaptaciones cinematográficas
A lo largo de nuestra carrera como cinéfilos aficionados hemos podido contemplar joyas del guión histórico tales como Troya o la más reciente Goya, firmada por Milos Forman (el mismo que ya hizo otro alegato al suicidio colectivo en su oscarizada Amadeus).
Hay adaptaciones y adaptaciones: esté o no de acuerdo el señor Umberto Eco con la de su novela, lo cierto es que El Nombre de la Rosa es una “cosa” más o menos digna del texto (más o menos, siempre teniendo en cuenta la menor complejidad del mundo cinematográfico). Luego tendríamos que entrar en categorías tipo Buñuel (y no me refiero cuando adaptó a Galdós sino Un Perro Andaluz, una versión libre de La Odisea): no hay respeto por la historia y mucho menos por el período histórico que, se supone, vienen a representar. Si en Troya ya vimos como los marines norteamericanos tenían su claro antecedente en las hordas griegas, en Las Bolena (por ejemplo) pudimos comprobar que Enrique VIII era poco menos que un mojigato (tradúzcase si place por “calzonazos”) en manos de la primera rubia de bote que se cruzaba en su camino. ¿Lo del anglicanismo? Sólo una cuestión de faldas en manos de un buen guionista.
Ahora, y ya más en nuestro país, podemos ir al cine y disfrutar con una cosa (esta vez sin comillas) que han titulado Lope. Leía en el ADN que el asunto había sido más o menos así: una de las protagonistas dice que no es un documental y que no hay que ser fiel a la historia. Bien, la cosa pintaba mal hasta que añade el director que Lope de Vega había sido (las comillas son importantes) “la primera rockstar de la historia”. Añade luego que Lope de Vega tenía envidia de Cervantes (creo que fue precisamente al revés, pero ellos sabrán) y demás asuntos que nos esperan en la cálida sala de cine. Sí, amigos míos, la Historia por fin toma forma y la forma por fin toma cuerpo en un Lope de Vega con barbita de dos días al que le faltan unas buenas gafas de sol (total, “esto no es un documental” que dijo alguna) y un buen reloj suizo que luzca impunemente mientras vapulea anglicanos en medio de la batalla de Troya (o del espacio, que lo mismo da).
Y es que he sido un acérrimo enemigo de la Historia hasta hace apenas un par de días (es una metáfora). Me preguntarán por qué (o no, pero lo diré de todas maneras). Mentiras y demás… que si la Historia la escriben los vencedores (aquí tenía mucha razón, la verdad)… que si tal que si Pascual. Sí, la Historia está escrita por los vencedores, pero no es suficiente. Me explico: no contentos con darnos una crónica partidista (y un tanto idiota) del período que les ha tocado, tratan (y a veces incluso lo consiguen) de teñir el resto de la Historia con sus tesis de “burricie subida”. Sí, podemos discutir si toda la Historia de la Humanidad es interpretable bajo el sesgo del materialismo histórico o del idealismo, pero quizá sea ésta una discusión demasiado peregrina para estos tiempos tan rápidos que corren: debemos discutir y vaciar a la Historia de todo contenido para así poder clamar finalmente: nosotros somos mejores, no temáis.
Los griegos son vistos como un atajo de malolientes bestias con barba y ciertos “descuidos” velados, no como los creadores del Partenón ni de la filosofía griega (ni de la escala musical, ni de la lógica ni de una largo etcétera); los nazis como unos estúpidos culpables de todos los males del S. XX que poco menos que se volvieron locos cual drogadicto en paro y volvieron loca a una nación por inexplicables causas aún por desvelar (preguntaremos, pero dicen que los Expedientes X se han cerrado); los musulmanes como terroristas ávidos de sangre y siempre dispuestos a inmolarse por un bocadillo de jamón serrano; los romanos están bien (porque a algunos les interesa parecerse a ellos, claro, a los mismos que producen las películas y que pretenden ahora erigirse en imperio).
El cine, señoras y señores, ha servido para adoctrinar a toda una generación y hacerles ver la gran verdad: los hombres que construyeron el Partenón eran bastante más tontos que nosotros, que hacemos casas de ladrillo que se caen a los dos días, sí, pero que tú puedes comprar porque ahora las casas no son (como en la antigüedad) patrimonio sólo de unos pocos. Ya no construimos en piedra pero tenemos poderosas armas (no como las lanzas griegas) con las que podemos exterminar más rápido (¿mejor? eso ya no lo sé).
En este proceso de adoctrinamiento el cine juzga un papel fundamental por haberse convertido (desde su nacimiento) en un fenómeno de masas sin parangón en la Historia. Las gentes van al cine y, de paso que se entretienen, aprenden las verdades de esos períodos oscuros como la cultura griega o el Imperio Romano… tiempos en los que la incultura brillaba y no había (como ahora) películas como Lope que nos contasen la verdad.
Pobres gentes. ¡Qué mundo tan feliz!
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