La líbido y el poder
Hoy, los demócratas conceden regalías a amigos. Por el contrario, los talantes dictadores siguen atesorando honores para sus conquistas amorosas. Surge la pregunta que da título a una película de Gómez Pereira: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo”? Así estamos
Todos conocemos, en mayor o menor grado, la relación estrecha entre poder y magnetismo sexual (El pobre es un donjuán de secano, hubiera dicho Gómez de la Serna). Esta interacción no viene determinada por ninguna atracción genuina al resto de seres orgánicos. Forma parte del botín, de la sumisión ante los vencedores, señores de vida y haciendas. Ellos toman cuanto desean y permiten a la tropa transgresiones, excesos, que recompensen la victoria; tal vez la fidelidad ciega. Ocurre así desde que apareció el bípedo, supuesto racional, denominado hombre. Otras especies se dan al instinto solo para procrear. El homínido busca y encuentra, básicamente, satisfacer deseos primarios cuya concepción de naturales no minimiza la carga licenciosa que arrastran. Detesto esa inclinación moralista que pudiera entendérseme al socaire de lo anteriormente expresado. Quiero divulgar vicisitudes históricas equiparándolas, en lo común o en lo diverso, con las actuales. No entro ni salgo a concluir juicios de valor; expongo hechos incuestionables del ayer y del hoy.
Nuestros monarcas medievales, aun quienes ostentaban el remoquete de “católicas majestades”, retozaban alegres, febriles, con mozas de diverso linaje que el Marqués de Santillana entronizaba en la vaquera de la Finojosa. “Moza tan fermosa, non vi en la frontera…” rimaban sus “Serranillas”. Cualquier hembra servía para apagar los arrebatos de la batalla o las avideces del ocio que, siendo distintos en su encarnadura, debieran exhibir parecidos síntomas y necesitar parejos mimos paliativos. Desde damas cortesanas a obsequiosas campesinas u hogareñas dejaban su impronta entre sábanas de fino encaje o modestos heniles. De estos encuentros nacieron hidalgos célebres o eclesiásticos deleitables. Más tarde, los Austria –atemperados en parte por sus principios morales- siguieron cultivando hábitos casquivanos pero mitigando euforias de siglos anteriores. Era la España del oscurantismo religioso y de las guerras contra el infiel protestante o turco. Sin embargo, los Borbones franceses de la época dejaron muy alto el pendón, nunca mejor dicho. Luis XIV batió todos los registros.
El siglo XVIII instauró la monarquía Borbónica en España. Los primeros reyes fueron, atendiendo al aspecto que nos ocupa, una mala copia de sus antecedentes franceses. Pero llegó el siglo XIX y las reinas, María Luisa, María Cristina e Isabel, rompieron hábitos ancestrales y dieron un revolcón al sexo estrella hasta ese momento. Ahora floreaban ellas, principiaban el dominio del antojo mujeril. La primera, presuntamente, tuvo amores con Godoy -un guardia de corps- al que concedió títulos (Príncipe de la Paz, entre otros), honores y riquezas sin fin por boca o mano de su marido el rey Carlos IV. La segunda, viuda ya, se enamoró de Agustín Fernando Muñoz, sargento de la guardia real, con quien casó, tuvo ocho hijos y dio títulos como duque de Riánsares, nombre del río que pasa por su pueblo natal, Tarancón. Isabel coleccionó innumerables amantes desde temprana edad. Existen dibujos subidos de tono respecto a sus conocidas efusiones sexuales. Todos consiguieron honras y prerrogativas de tan real lujuriosa. Semejante pago por los servicios prestados se da exclusivamente en las mencionadas reinas, cónyuges o regentes. En esto, también España es diferente.
El siglo XX, cuna del fascismo, nazismo y totalitarismo, atesoró dictaduras más tiránicas, aun sangrientas, que los anteriores regímenes absolutistas. Sus líderes, Mussolini, Hitler, Lenin y Stalin tuvieron amantes. Lenin y Stalin las recolectaban cual trofeos, dada su particular visión del poder absoluto. Supongo que las emociones, tanto de ellas como de ellos, estarían reducidas a anhelos sado-masoquistas que a reales desvaríos propiciados por mutua seducción. Creo incompatibles sentimientos afectivos con personalidades raptadas por la ambición ciega y el poder desmedido. La abundante cantidad de cadáveres adosados a sus espaldas, constatan tal sentir. De ahí que el sexo signifique una forma original de dominio, de supremacía placentera, gozosa, severa. Así surge el tópico macho alfa. Aparece, pues, en la izquierda totalitaria esa contradicción de loar a la mujer como sujeto de derechos iguales y luego cosificarla, sojuzgarla, cual objeto de propiedad, a veces (peor todavía) de trueque dorado.
Los tiempos modernos, el siglo XXI, el despertar de extraños horizontes políticos en una Europa plácida, sin lastres bélicos ni irredentas reivindicaciones sociales, ha dejado insólitos comportamientos. A decir verdad, tienen connotaciones con los sistemas personalistas -más o menos tiránicos- aunque dotados de peculiares características propias. Ahora, con las democracias, la participación política es abierta, posibilita el empleo público a cualquier hijo de vecino, sea o no apto para tal ocupación. No obstante, en este hábitat político, surgen también grupos que desvanecen su naturaleza totalitaria con nuevos y aparentes gestos. Son camaleones de siglos atrás, por ventura superados, que se niegan a un final definitivo fundiéndose con la innovación. Dejan el hedor característico de su omnipresencia adjudicando importantes dignidades a sus parejas o exparejas. Es decir, gestan un nuevo eslogan: “La líbido al poder”, tan utópico como aquellos otros del mayo francés. Recuerdo con extasiado fervor aquella quimérica vicepresidencia para Irene Montero siendo presidente Pablo Iglesias. ¿Otean cierta analogía con las reinas del siglo XIX? De nuevo otro vuelco genital. Posibilidad virtual arriesgada, pero vuelco.
Pido disculpas a mis ocasionales lectores por esta muestra de frivolidad con la que está cayendo. Mi propósito es banalizar un tema que, bien mirado, actualiza modos constantes del poder a lo largo de la historia. Parece claro que afectaban solo a monarcas absolutistas o tiranos totalitarios de cualquier adscripción doctrinal. Hoy, los demócratas conceden regalías a amigos. Por el contrario, los talantes dictadores siguen atesorando honores para sus conquistas amorosas. Surge la pregunta que da título a una película de Gómez Pereira: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo”? Así estamos.
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