Golfadas y menosprecios del lenguaje
. Acentuar golfadas de otro, obviando lacras propias, además de perjudicial a medio plazo, hace estéril cualquier probabilidad de remedio eficaz y consecuente enmienda. Dentro de las múltiples facetas en que se fragmentan, estas golfadas políticas van desde el tres por ciento al trueque (tú me das algo a cambio de obra pública, verbigracia); desde el aforamiento al nepotismo; desde el enjuague a la impunidad...
Nadie, a estas alturas, nos descubre que estemos rodeados de bellacos y sinvergüenzas. Falta el tómbolo por donde pudiera escapar alguna sigla que alimenta su falta de ética social ubicándose en el polo opuesto de aquellas a las que despedaza sin piedad. Intentan con celo -tal vez saña- desequilibrar no solo el statu quo, sino el sistema democrático iniciado al ocaso de los setenta del siglo XX. Acentuar golfadas de otro, obviando lacras propias, además de perjudicial a medio plazo, hace estéril cualquier probabilidad de remedio eficaz y consecuente enmienda. Dentro de las múltiples facetas en que se fragmentan, estas golfadas políticas van desde el tres por ciento al trueque (tú me das algo a cambio de obra pública, verbigracia); desde el aforamiento al nepotismo; desde el enjuague a la impunidad. Cierto, pero incriminar no constata ni mucho menos virtudes del difamador. Casi siempre se pretende desviar la atención, desvanecer sospechas, enmascarar una personalidad aterradora. En definitiva, menospreciar el lenguaje que debe ser herramienta de comunicación, de concierto, y no de escaramuza o pugna.
Itero que las golfadas presentan diferentes caras. Prensa y sociedad, aquí me incluyo, completan el conjunto golfo. “Quien esté libre de culpa, tire la primera piedra” expone la sentencia cristiana. Yo me atrevo porque -aun preso de reproche- más allá del plano o compromiso moral, tengo el derecho cívico, democrático, de juzgar a quien constituye la médula, según aquel viejo dicho de que sin partidos no hay democracia. Por mi parte, ya me demando (probablemente debiera hacerlo con mayor convicción) cumplir mis obligaciones ciudadanas para revestirme de exigencia al político y, cómo no, al cuarto poder. La prensa, con su maniqueísmo indómito, protagoniza una golfada lacerante si bien el fruto parece dulce, inofensivo, sabroso. Como ciertos explosivos, lleva espoleta de retardo y sus efectos tardíos se pierden entre conciencias relajadas.
Los partidos de advenimiento rezagado (Ciudadanos y Podemos), aquellos que están al abrigo porque extrañan el poder, condenan sin medida la corrupción de PP y PSOE, del liberalismo presunto y de la socialdemocracia esquiva. No entierran -o lo pretenden- dos siglas, qué va, incineran las doctrinas que han llevado al mundo el estado de bienestar. Estos, no obstante, deben corregir a fondo esa trayectoria lamentable que les lleva al alejamiento ciudadano, cuando no a una meritoria desaparición por sus hechos falsos, disolutos, fétidos. Aquellos, sobre todo Podemos, anuncian -cual profetas sin causa-la llegada redentora del nuevo salvador. Adivinan (proclaman) problemas y vicios reales, auténticos, pero fantasean, engañan, cuando se postulan como solución. Ni la Historia ni el momento actual contemplan un país marxista donde se haya conseguido bienestar amén de libertades individuales. Me asombra hasta qué punto llega o alcanza la necedad personal y colectiva.
Curiosamente, el único país comunista que ha logrado una economía digna, por tanto cierto grado de bienestar (pese a la falta de libertades), es China. También allí -no menos cierto- se da una explotación laboral sin precedentes. Pagan el incómodo, terrible, peaje del menoscabo semántico; quiérase o no, aquello es una dictadura. Con excesiva frecuencia, utilizamos un lenguaje impropio, desnaturalizado, para que pueda servir “tanto a un roto como a un descosido”. Son vocablos cambiables cuyo objetivo es acomodarlos al interés del momento. En ocasiones, su uso reiterado genera una realidad virtual, opuesta a la auténtica. Suelen utilizarlos quienes pordiosean categoría, pelaje, exhibiendo insolvencia ideológica, penuria doctrinal cuando no orfandad plena. Confirmo que quien reniega del sistema democrático se empecina en manosearlo utilizando dicho vocablo atributo rutinario. Así, existen formas, gestos, argumentos, motivos, doctrinas, desvelos, actitudes, y un sinfín más, “democráticos”. Tanta porfía constituye el perfil probado de cualquier dictadorzuelo de tres al cuarto. ¿Nombres? Reflexionen y aparecerán legión sin apenas esfuerzo. Residuos tiránicos tienen muchos, prácticamente todos, pero solo unos cuantos muestran entraña innegable.
El lenguaje es carne de manipulación también entre periodistas y tertulianos. Pruritos, mercedes, dogmas, constituyen biombos que camuflan oscuras razones. He visto comunicadores de diferentes orientaciones defender lo uno y los contrario con pasmoso cinismo. La lógica se enfrenta maniatada al pelotón de fusilamiento formado por el dogma irracional. Esta izquierda -desnortada dentro del marco capitalista- huye de la dialéctica y por tanto de su columna vertebral, hace tiempo loada y hoy remisa. Todo político falso, liberticida, esconde una máscara totalitaria bajo el vocablo “gente”: democrático, engañoso, sugestivo.
La palma, emblemática en Semana Santa, se la lleva Isaura Navarro. Esta señora, diputada de las cortes valencianas, aglutina una golfada y un menoscabo lingüístico. Denuncia al arzobispo de Valencia por un presunto delito de malversación de caudales públicos, otro de falsedad y cesión de trabajadores porque veintidós profesores, contratados para dar clase, realizaron labores no docentes dentro del arzobispado. Menudo melón ha abierto la señora Navarro. ¿Qué ocurriría si la sociedad emprendiese parecido proceder con las decenas de miles de enchufados asesores, gerentes, directivos (o meros trabajadores, es un decir) de instituciones y empresas públicas -claramente deficitarias- cuya práctica resiste a la perfección el calificativo de ruinosa? ¿Qué decir del sistema autonómico que no es precisamente la racionalidad administrativa de un Estado elefanciaco? ¿A quién responsabilizamos? Sin duda, a ese colectivo al que pertenece doña Rosaura y que tan alegremente ha puesto en el disparadero de las iras públicas. Mientras no se contrapongan argumentos convincentes, le sobran razones pero le falta calma, humildad, autocrítica. Las golfadas económicas son graves, delictivas, sin duda. Pero, ¿qué opinan ustedes del marxista -sea político o comunicador- que llama facha o fascista a quien no piensa como él? ¿Eso de: “Le dice la sartén al cazo…? Analicen el alcance de su malignidad democrática, del odio que encierra y el desgarro que lleva implícito en la convivencia. Sin menospreciar el lenguaje, cara y cruz forman parte de la misma realidad; fascismo y antifascismo también.
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