Democracia es un nombre de fantasía
Ignoro qué grado de purismo democrático tienen en Inglaterra, Dinamarca o Suecia, por citar algunos países de nuestro próximo entorno. Sospecho que excelente, aunque pueda mejorarse. Aseguro, no obstante, que aquí, en España, democracia es un nombre de fantasía.
Me viene al pelo para el epígrafe una novela de Almudena Grandes, cuyo título: “Malena es un nombre de tango” diverge sobre manera del marco retratado. Tanto que un huevo y una castaña despliegan mayor afinidad. Bajo esa presentación figurativa, la autora desmenuza sentimientos, frustraciones, complejos; en suma, vivencias sociales traídas a colación por una familia burguesa que busca respuesta existencial. Al igual, cualquier individuo debiera advertir, si se lo propone, el paralelismo entre titular y mensaje a extraer del presente artículo. Deseo mostrar las enormes diferencias que, a veces, existen alrededor del vocablo democracia visto en su estricto significado. Como anticipo, expongo ya el inmenso interés que exhiben partidos y próceres en contaminar el término imponiendo, con la inestimable colaboración de los medios, acepciones fuera de toda ortodoxia semántica. Inquiramos nosotros por qué esta voz ha sido traicionada tanto a través de la historia.
Tal es la avidez de desvirtuar el lenguaje que días atrás, José García Molina, diputado de Podemos por Castilla-La Mancha, presentó una Proposición de Ley sobre Memoria Democrática para “garantizar” el derecho a conocer la “verdad” de los hechos históricos de la región. ¿Cabe mayor necedad etimológica? ¿Permite presentar un recurso contra la manipulación y el absurdo? Pese a ser profesor universitario, ¿de dónde ha salido tanto aventurero ignaro, farsante? Tal vez no sea extraña semejante andanada teniendo en cuenta que Podemos necesita, como el aire que respira, aparecer virginalmente demócrata. De aquí todo su desmedido afán en loar con artificio cualquier acto o momento público, a lo mejor mediático. El resto, con mayor pedigrí democrático pero igualmente exiguo de otras virtudes socio-políticas, retuercen símbolos y significados antes de enseñar la patita por algún resquicio al efecto. Llevamos siglos consintiendo fraudes, trueques, en los mensajes. La realidad no se vela, se oculta plenamente con locuciones que calan en la conciencia colectiva aniquilando u obstruyendo cualquier posibilidad clarificadora.
Sé que todos los países del llamado primer mundo tienen democracias con diferentes grados de aceptación. No obstante, si nos miramos en el espejo europeo habremos de constatar, con cierto abatimiento, que nuestro sistema de libertades es uno de los más imperfectos. Debido, quizás, a nuestra idiosincrasia, al individualismo disgregador, aparece magnificado este carácter insolidario que nos define. Asimismo, Machado puso de manifiesto la ruptura entre las dos Españas que habrían de helar el corazón al español. Semejante dualidad histórica viene bien a determinados políticos que, para arrancar un puñado de votos, renuevan de forma irresponsable y trágica el enfrentamiento. Ha venido ocurriendo en los siglos postreros e incluso brilla en estos tiempos de miseria total. Vivimos, impelidos por una genética monstruosa, a caballo entre el abatimiento inútil y una terrible espiral de violencia sanguinaria. Lo marcan tercos procesos fatalistas, solo arrinconados cuando seamos capaces de abandonar tan estúpido lastre. Reconozco que nuestro primitivismo hace tal revisión poco probable.
Dicen que España es un país democrático. Los hechos niegan esa versión tan elogiada como rentable. ¡Cuántos viven de ella! Democracia significa gobierno del pueblo. Es evidente, y cualquier ciudadano de a pie puede constatarlo, que aquí no gobierna el pueblo -en sentido estricto- ni mucho menos, como implica por necesidad el vocablo. Por tanto estamos frente a un formulismo al que se le aplica un giro equivocado consciente o inconscientemente. Si me apremian, aseguraré que el yerro es provocado, estafador. Las democracias, más o menos reales, visten uniforme; es decir, igualdad. Empiezan porque los partidos, tasados como imprescindibles, deben observar una gestión del mismo calibre. ¿Alguno de ustedes es capaz de pronunciarse sobre la democratización auténtica (otra cosa son las apariencias y el reclamo) de cualquier sigla que pulule en esta poética y seca piel de toro? Continuaríamos con la independencia absoluta de los tres poderes constitutivos, la igualdad ante la ley, ausencia de privilegios políticos, etcétera, etcétera. Rotunda quimera.
Puesto que el poder lo ostenta el pueblo, los partidos -instrumento preciso- debieran someter toda su acción al beneficio ciudadano por imperio legítimo. Pecar de ingenuos a estas alturas no solo desvela simpleza supina sino probable embriaguez dogmática. Llevamos nueve meses (un embarazo psicológico, en este caso) de vivencias personales. El bienestar ciudadano les importa poco menos que una higa. El gobierno en funciones, que no funcionario, es la prueba de que a esta caterva no le importa ni siquiera el ritual democrático. ¿Cuánto les importa la esencia? Nada. Si alguna vez desplegaron buenas tentativas, fueron desalojadas, abatidas al instante, por perturbadoras ambiciones y espurios intereses. Lo dice el proverbio: “Por dinero baile el perro…”. Nadie extraiga doble lectura del mismo, se apartaría de mi talante. Pese a lo expuesto, digo como Cassen aquel cómico que tituló alguno de sus gags o terminaba relatos desternillantes con la famosa coletilla “es broma”.
Ignoro qué grado de purismo democrático tienen en Inglaterra, Dinamarca o Suecia, por citar algunos países de nuestro próximo entorno. Sospecho que excelente, aunque pueda mejorarse. Aseguro, no obstante, que aquí, en España, democracia es un nombre de fantasía.
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