Creer o no creer.
Ahora que estamos en plena Semana Santa me van a permitir hacer una reflexión sobre una de las cosas que más me llama la atención: la intolerancia que demuestran contra la Iglesia Católica quienes dicen defender un Estado laico o los que simplemente se declaran ateos.
Ahora que estamos en plena Semana Santa me van a permitir hacer una reflexión sobre una de las cosas que más me llama la atención: la intolerancia que demuestran contra la Iglesia Católica quienes dicen defender un Estado laico o los que simplemente se declaran ateos.
Vaya por delante que soy una firme defensora de que las cosas de Dios son de Dios y las de los hombres de los hombres, de manera que tiene que haber una línea divisoria clara entre Iglesia y Estado. Y si, cuando escribo Iglesia me refiero a la Iglesia Católica porque es la que tiene que ver con nuestra cultura y tradición.
La Constitución consagra la "aconfesionalidad" del Estado y hasta hace unos años todos parecíamos sentirnos cómodos con que fuera así. Seguramente porque en los primeros años de la democracia la Iglesia Católica Española supo adaptarse, aunque le costara, a los cambios que se estaban llevando a cabo. El problema es que en los últimos años el Cardenal Rouco optó por la confrontación gruesa con los gobiernos socialistas. Amén de sus discursos nunca han sido un compendio de diplomacia sino todo lo contrario.
La "última" del cardenal Rouco han sido sus referencias a la Guerra Civil estableciendo un paralelismo con la situación de la España de hoy. O sea un despropósito.
De manera que todos aquellos que creen que España debe de ser un Estado laico y que hay que desterrar a la Iglesia Católica a un rincón han venido encontrando argumentos gracias a las torpezas y a la políticas beligerantes del cardenal Rouco.
Por cierto, que la Iglesia Católica Española debería de empezar a ponerse en hora con el Papa Francisco. Pero no es de eso de lo que quiero reflexionar sino de la intolerancia de algunos defensores del laicismo cuya beligerancia ha ido a la par que la de los sectores más reaccionarios de la Iglesia.
Por ejemplo, me sorprende que haya quienes gastan recursos y energías en querer suprimir la presencia de la Legión en la procesión más emblemática de Málaga. Quienes defienden esta propuesta me parecen lisa y llanamente un puñado de gente intolerante que quiere acabar de un plumazo con una tradición firmemente arraigada entre los malagueños. Además, me pregunto ¿a quién perjudica que la Legión lleve un `Paso` de Semana Santa?.
De la misma manera que tengo que contener un ataque de irritación porque todos los años en Madrid un grupo que se denomina de ateos, deciden que quieren salir en Semana Santa haciendo su propia procesión pero dedicada al ateísmo, que en su caso para denostar las creencias de quienes son católicos.
En mi opinión este grupo más que de ateos es de fanáticos, porque si son ateos ¿qué más les da que haya ciudadanos que como son creyentes salgan en procesión? ¿qué ganan intentando fastidiarles?.
Tanta intolerancia me sobrecoge. En mi opinión tiene que haber un respeto en doble dirección, entre quienes son ateos y quienes son creyentes. Ni los unos ni los otros tienen derecho a intentar imponerse a los demás. El que es ateo es evidente que no tiene porque irse de procesión.
Pero es que además hay asuntos que transcienden al hecho religioso y que tiene que ver con nuestra cultura. Somos hijos de Grecia y Roma, del judaísmo y del cristianismo, y Europa no se puede entender sin estas raíces. Por eso me parece terrible el que quieran extirparlas porque si lo logran no entenderemos ni de donde venimos, ni quienes somos ni porque somos como somos. No se puede suprimir una cultura de dos mil años.
Por eso defiendo las procesiones de Semana Santa o la Navidad, que también es una de las batallas recurrentes de los laicos empeñados en suprimirla.
Otra embestida es la de quienes quieren que la Mezquita de Córdoba deje de ser catedral. Habría que decirles que en todas las culturas los templos se han ido construyendo sobre los anteriores, sobre templos paganos la mayoría. Ahora, pretender que la Mezquita deje de ser la catedral de Córdoba me parece un dislate y simple demagogia. O quienes pretenden que los funerales de Estado sean laicos. Realmente serán otra cosa pero no un funeral, y tampoco entiendo ese deseo de suprimir algo que tiene que ver con nuestra cultura. En cualquier caso, habría que preguntar a la familia del fallecido como quiere que sea ese acto de último homenaje y no imponer un protocolo laico a personas que son católicas o que profesan cualquier otra religión.
Eso sí, no me cansaré de repetir que es necesaria la separación entre Iglesia y Estado, y que por tanto la Iglesia puede y debe opinar sobre lo que quiera pero una cosa es opinar y otra cosa es organizar manifestaciones contra gobiernos democráticos. Por ahí si que no. De manera que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y eso sí, hagamos el esfuerzo de respetarnos los unos a los otros. Confieso que los fanáticos de uno y otro lado me dan miedo.
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