Charlatanes, saltimbanquis y danzarines
A veces -siempre con deleite- se acumulan en mi mente lejanos, viejos, recuerdos de infancia. Alrededor de los siete años, inicio los primeros y casi últimos relacionados con unos visitantes esporádicos: los charlatanes. Colocaban en la plaza sus inverosímiles vehículos que (al abrir portones traseros) enseñaban ordenado un mundo multicolor, llamativo, insólito. Solían proceder de Murcia.
Cuando ello ocurría, el aire se llenaba de misteriosos reencuentros fascinantes. Un hálito de sabrosas crónicas refrescaba el aislamiento cotidiano. Al instante, en segundos, una muchedumbre de mujeres, hombres y niños, rodeaba curiosa las renqueantes camionetas. Ellas, esperaban encontrar alguna ganga apetecible a fuer de innecesaria; ellos, algún chisme de “buena fuente” y nosotros nos conformábamos con admirar la escena. Todavía hoy me parece una ficción, algo irreal, ficticio.
Dominado por extrañas sensaciones, veía con arrobo el manejo seductor que ejercían. Era normal ver a niños boquiabiertos, encandilados, por el espectáculo curioso, sugestivo. No tanto a mujeres, sobre todo a hombres, rendidos a la falsa verborrea, que también. Sin embargo, eran pobres todos: timadores y timados. Ignoro qué rédito dejaban siete prendas, quizás más, (básicamente textiles) acompañadas del tópico peine para calvos que completaban aquellos lotes-chollo cuya propiedad era adquirida no por diez, ni por nueve, ni por ocho…, por cinco pesetas. Medio pueblo se llenaba de mantas “despertadoras”, que en veraz y triste realismo expresaba mi padre. Constituía la doble inutilidad de lo innecesario. Hoy, el Black Friday cibernético puede considerarse hijo tecnológico, moderno pero putativo, del arcaico charlatán viajero en sus objetivos.
Sí, pero el embaucador, el insidioso, no muere. Como el ave Fénix, resurge de sus cenizas sin solución de continuidad. A aquellos ejemplares de la ruta que malvivían dejándose voz y descanso por plazas ávidas, los han sustituido una caterva de inanes mequetrefes con parecidos ardides. Ahora, renacidos farsantes vertebran los partidos políticos. En especial, quienes se decantan por el populismo metódico. Maximiliano Korstanje asegura que son totalitarios, antidemócratas. Cada vez más millones de compatriotas, y yo mismo, tienen la convicción plena de su acertado análisis. Podemos, si no el único, conforma el mayor exponente. Airean maldades de otros (callan las propias, que excusan hasta con fiereza), pero no aportan ninguna solución. Son auténticos vendehúmos al compás orquestado de eslóganes oportunos, penetrantes. Eme punto Rajoy, forma parte de su última cosecha. Estamos de acuerdo, pero … ¿hay algún proyecto real que potencie el bienestar del español? ¿Alguna aclaración doctrinal, al menos? ¿Alguna propuesta sin gestos estériles? Nada. Aquellos charlatanes, mucho más sobrios, proporcionaban soluciones coyunturales; estos, solo aportan costosos peajes. Salvo mi antigua admiración por los estafadores y la actual inquietud por los estafados, descubro pocos cambios. Tal vez, una exenta tosquedad indisimulada ahora.
Nos hemos despertado con políticos saltimbanquis. Desacreditadas las ideologías, estos chalanes (España es su bestiario) reniegan de doctrina para fomentar terminologías ad hoc. Ya no existe la izquierda, tampoco la derecha transformada en ultra, fascista (al decir de las presuntas izquierdas); ahora nos movemos entre los de arriba y los de abajo. Quizás, haciendo filigranas, describan leves movimientos sin determinar ubicación precisa. Un guirigay corrupto, usurero, prostituye vocablos de vigorosa aceptación conscientemente desprestigiados. Lo tremendo, lo irascible, es que estos ladinos ignorantes, estos nuevos trileros del ágora, los corrompieron con nefasta terquedad. La democracia queda convertida así en sutil diccionario antojadizo, en vitola ridícula e insustancial.
Siempre que arriban momentos cruciales, derecha, socialdemocracia e izquierda, resultan lastres, rémoras electorales. Queda, no obstante, un partido que se atreve a caminar con el estigma de liberal, aunque la izquierda plena califique de ultraderechista. Ciudadanos rompe las encuestas y de ahí que se haya convertido en el rival a batir. “Ladran, luego cabalgamos”. Cuando los saltimbanquis tasan el espacio sin red, cuando empiezan a oler victorias pírricas (derrotas revestidas), aparecen pulsos devastadores, rivalidades infinitas, y llegan las quiebras. Mientras se cabalga a lomos de privilegios, canonjías, viaductos, etc. desencuentros, disparidades y contrastes subsisten diluidos en el statu quo. Desparecida la tutela, afloran imparables sentimientos cautivos, hibernados, durmientes.
Transversalidad, supone una novedosa piedra filosofal sometida a numerosos agentes erosivos. Formaliza el queso gruyere que alimenta a la izquierda débil, inconsistente, agujereada. PP y PSOE pulsan recuerdos, fabrican sospechas fundadas, reclaman actos de fe. Ciudadanos, entre tanta mediocridad, camina firme, sin saltos circenses, a ocupar lugares de privilegio en la escena política española. Son los únicos “limpios”, con proyecto nacional, dentro de un pernicioso catalanismo insuperado. Porque, quiérase o no, más allá de su no independentismo, respaldan, justifican, la singularidad catalana. Actitud que les resta votos, junto a Podemos y PSOE. Cataluña y resto de España, hoy por hoy, son incompatibles. Quien gane una, pierde otra. Tan triste como real. Los equilibrismos hacen perder las dos.
Terpsícore, diosa de la danza, acapara la escena política. Sabemos que algunos prebostes, Iceta verbigracia, han exhibido públicamente aptitudes sobresalientes. Fuera de éxtasis, otros mantienen con discreción sus habilidades. Incluso practican, autodidactas, el complejo ejercicio de acompasar pasos y ritmo. En ocasiones, lentos o vertiginosos, danzan lateralmente con aplomo, cadencia y simetría. Algunas veces, hacia adelante o hacia atrás, conviniendo divertidos saltos que hechizan al espectador docto. Sin quererlo, desorientan al profano imbuido de cierto estatismo austero, pragmático. Sospecho que esa coreografía, tipo yenka, no agrada a gran parte del respetable. Tal vez resulte estético, pero deja estupefacto a quien disgusta el exceso; más aún, ribeteado de exquisiteces. Al ciudadano gusta la normalidad, el paso seguro, firme, sin excentricidades, estridencias, ni fantasías.
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