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Opinión 22-02-2021 07:27

¿Qué es la democracia ? Por Juan Goti Ordeñana Catedrático emérito de la Universidad de Valladolid

Hoy día a nuestros políticos les embelesa el sentido etimológico de la palabra democracia, «poder del pueblo», para atacar a diestra y siniestra, pero sin saber su contenido, pues lo usan como arma arrojadiza, y fuera de contexto.

 

Hoy día a nuestros políticos les embelesa el sentido etimológico de la palabra democracia, «poder del pueblo», para atacar a diestra y siniestra, pero sin saber su contenido, pues lo usan como arma arrojadiza, y fuera de contexto. En verdad se les puede aplicar aquel proverbio español clásico y muy significativo: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Pues los que tanto hablan de democracia, se atribuyen el sentido etimológico de democracia, pero no la realidad de su contenido, pues defienden ideologías totalmente opuesta al valor de la democracia. Cuando a uno de izquierdas le oyes decir democracia, ten seguro, que quiere decir dictadura.

La palabra democracia aparece en la cultura griega, cuando Aristóteles hizo una descripción de los tipos de gobierno, que se daban en los Estados de su tiempo. No obstante, no lo utilizó como hoy se debe entender en el vocabulario político, pues cuando habla de gobiernos democráticos se refiere sólo a los ciudadanos nobles, y ésta era una porción limitada de los moradores de la república, pues no comprendía ni a la gran cantidad de personas que tenían la condición de esclavos (douloi), ni de forasteros (metecos), que vivían en aquellas repúblicas. La doctrina política moderna se ha apropiado de la palabra, pero no del contenido de la democracia, de modo que no se puede aplicar, sin más especificación, en la actualidad. El contenido, que tiene este término, le fue dado por la doctrina cristiana, que aportó a la política el concepto de igualad de todas las personas, base de la política racional, y sin la cual caeríamos en oligarquías, absolutismos o tiranías.

El concepto de democracia fue rellenado por lo teólogos de la escuela de la Universidad de Salamanca en el siglo XVI. Y fue Vitoria, cuando refiriéndose a los indios recién descubierto afirmó: «¿No son hombres? Luego tienen todos y los mismos derechos que los europeos». Y a continuación haciendo una reflexión jurídica sobre los estados afirmó que la soberanía residía en «todo el pueblo», y que éste podía confiar el poder a unos dirigentes para que gobernaran para el bien común de toda la población. A esto se añadió que, si a los que se había confiado presidir y dirigir el Estado no cumplían con su oficio de laborar por «el bien del pueblo», podían ser apartado por la mayoría. No usaron la palabra democracia, pero determinaron el contenido de lo que es la democracia, porque este término es igual a ejercicio de la «soberanía por el pueblo». Al entrar esta idea en la política nació el concepto de Estado y por ello fue España el primer Estado.

Luego fue la Revolución Francesa la que se apropió de esta idea, copiando la doctrina de la Escuela de Salamanca, y uniendo a esa idea la palabra democracia que leyeron en Aristóteles, y lo promocionaron como algo propio. Así que democracia es igual a «soberanía del pueblo», el cual confía la gobernación a una persona para que actúe

como dirigente de la comunidad, al objeto de lograr «el bien común». A lo que añadieron que el ejercicio del poder, que ya venía dividido en tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, desde hacía siglos, actuaran como contrapesos, para que hubiera un equilibrio en el ejercicio del poder, previendo la necesidad de una cierta compensación, para que no se concentrara en unas solas manos y se cayera en la tiranía.

Al encontrarnos, en estos momentos, con un gobierno progresista advertimos que, en gran medida, ha abandonado la política de la «soberanía del pueblo», del patriotismo, la dignidad del trabajo, y en su lugar ofrecen un discurso que propugna por el ascenso y reforzamiento del ejecutivo con poder absoluto. Así que la sociedad debe preguntarse: ¿Es éste, un gobierno democrático? A la vista de los hechos, por mucho que repitan ser demócratas y acusar a la oposición de antidemócratas, es evidente que no lo son. Por mucho que afirmen representar al pueblo, no le representan. La inmensa mayoría de los ciudadanos españoles no está de acuerdo con la orientación que han tomado los actuales dirigentes, y están convencidos que no se dirigen al bien de la población, sino a intereses bastardos y muy peligrosos de los políticos.

Como decíamos, en la Revolución Francesa afirmaron, siguiendo la doctrina de la Escuela de Salamanca, la «soberanía del pueblo», y a eso llamaron democracia. Pero fueron más adelante, e introdujeron como forma de gobernación los partidos, con lo que añadieron un elemento intermedio, que ha servido para degenerar la administración del Estado, al poner la política en manos de los partidos arrancándolo del pueblo. Una artimaña para sacar del pueblo la elección directa del Gobirtno. Partidos que condicionan la intervención del pueblo en la designación de los dirigentes e imponen unas condiciones, de modo que los ciudadanos sólo pueden votar unas ideologías, no a las personas que laboren por el bien común del pueblo. Con lo que se ha caído en una partidocracia, lejos de la «soberanía del pueblo», que queda falsificada.

En el caso de España, es evidente que si se hubiera presentado en la campaña electoral el equipo de Gobierno que se vino a formar después de las últimas elecciones, es incuestionable que no hubiera sido votado. No hay más que ver el ánimo de los ciudadanos al conocer tan extravagante Gobierno. El presidente se considera ganador con un número muy limitado de votos, por lo que no tuvo la aceptación de la mayoría de la población, y luego la formación del gobierno fue un cambalache de puestos, entre partidos que habían sido relegados, y que nunca hubiera recibido el voto de la mayoría. Ha llegado a ser, como decía en cierta ocasión el portavoz del partido nacionalista vasco en el Parlamento, Aitor Estaban, una porrusalda, esto es: un guiso que teóricamente se hace a base de puerros, pero al que, en realidad, cada uno le añade lo que le viene en gana. Así resultó un gobierno que no tiene la mayoría, y luego, con una minoría, el presidente se ha echado en manos de toda clase de partidos de desperdicios. Así es nuestro Gobierno, una amalgama de desechos, de basura, que no responde a la

voluntad de la mayoría, a la «soberanía del pueblo». A lo que hay que añadir que toman unas direcciones que la sociedad española rechaza.

En realidad, éste es un desgobierno, en el que, al no ser elegido directamente por el pueblo sino por las Cámaras, se ha saltado la voluntad del pueblo y buscado un arreglo de intereses, que no miran «al bien común». Por lo que, lógicamente, no se puede calificar de democrático, por la manera como se ha formado este Gobierno: un presidente minoritario, congregando partidos de desperdicios, sin representar la «soberanía del pueblo». Y, por tanto, cuando a sus miembros se les llena la boca llamándose demócrata, se trata de una dictadura, y es el mayor insulto a la democracia.

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