`Pinto, pinto, gorgorito`
No es que especule, ni mucho menos, que elegir en política pueda considerarse un acto trivial, infantiloide. Por el contrario, debería enmarcarse dentro de una ejecutoria inocente, libre de tentáculos con intenciones transgresoras; al menos, mugrientas.
Ya que se acomoda al reino del descuido, ¿por qué -sin que sirva de precedente, o sí- no adecuar el rito a la templanza? Dicen, aunque tenga mis recelos, que los sistemas democráticos exigen necesariamente partidos políticos. Asimismo, su gestión debiera ser exquisita y liberal. Nada más lejos; son herméticos, opacos, refugio de trincones cuando no de auténticos tiranos. Por eso, parafraseando alguna expresión de tiempos mejores, “elevemos a categoría de norma lo que es un clamor de la calle”, exijámosles transparencia.
Como sabe casi todo el mundo, el epígrafe invoca la fórmula simplona y tradicional que se utilizaba para echar a suertes quién, verbigracia, capitaneaba un juego. El tema de fondo es mucho más serio porque afectará al partido que todavía tiene entidad respecto a la gobernanza del país y probable restauración de usos y costumbres; en definitiva, de innovar, fortalecer, la democracia. Imagino que -aparte intereses espurios, perversos- los contendientes finalistas para presidir el PP, saben que un error en la concepción y trámite puede acarrear el ocaso casi definitivo. Ambos conocen cuánto desencanto ha creado huir, abandonar, esa ideología que le es propia cayendo en la trampa de una transversalidad exclusiva de quien carece de cuerpo doctrinal en el marco capitalista.
Según parece, durante la ya efectuada primera vuelta del proceso hubo alguna acción de escasa, para ser suave, ecuanimidad. Intuyo que el poder es atractivo, pero su consecución ha de fluir por cauces íntegros, ajenos a cualquier juego sucio. Puede admitirse, y perdonar incluso, que cierto competidor haya utilizado métodos poco limpios o cargados de astucia torticera. España y los españoles no merecemos tampoco ese tipo de corrupción que tanto daño hace a grupos ingenuos e irreflexivos. Tal vez conviniera hacer un esfuerzo supremo y encabezar una pugna seria contra señuelos y populismos. Es hora de que alguna sigla divulgue las maquinaciones, falacias, gestos y oquedades, incrustados en ciertos templos doctrinales. Así se seguirá luchando contra una podredumbre sibilina, imprecisa, pero de efectos terribles.
Advierto que los medios de comunicación, hoy vendidos al poder, en manos tan impuras como sus antecesoras, se muestran afectos a Soraya. Si la caterva -heterogénea, lasciva, gastronómica- que ostenta el gobierno de forma pseudemocrática, se pronuncia por Sáenz de Santamaría, implica sin remedio que la verdadera oposición, el rival inquietante, peligroso, es Pablo Casado. Francamente, desde mi punto de vista, los dos presentan escasos servicios computables de su etapa anterior como responsables aventajados del PP. Una, por la acción más que deplorable en su negociado estatal y autonómico. El otro, a consecuencia de un silencio prolongado y comprometedor. Motivos para callar, tal vez para no subir el tono, les sobran. Si acaso, Pablo luce menos impurezas al inexistir como ejecutivo y ser parte, aun importante, de este partido cesarista.
Tengo que reconocer, y no me duelen prendas sino al contrario, que la ex vicepresidenta no es santa de mi devoción. Sospecho que tampoco de muchos afiliados y simpatizantes del PP. Su gestión como ministra presenta cuantiosos déficits laudatorios. Sin embargo, donde la romana señaló por arrobas (estructura rural muy conocida) ocurrió al presidir el gobierno catalán. No fue capaz de “limpiar” los mandos adscritos al “procés” para obtener una policía autónoma fiel a la autoridad debida. Por otro lado, la TV catalana -de lleno sectaria e inclinada a las tesis independentistas- venteó noticias y reportajes a su antojo y libre albedrío. Es decir, la delegación desarrollada en esos menesteres, además de catastrófica, puede considerarse perjura, casi antiespañola. Existen suficiente yerros e impericias para reputar su etapa gubernamental de, al menos, bastante chapucera. Esos antecedentes la inhabilitan para ser presidente del partido y, probable, del ejecutivo.
Pablo Casado tampoco concita mi entusiasmo. Escéptico, abstencionista, quizás no sea yo el avalista idóneo para construir un análisis centrado, útil. Pese a todo, necesito por instinto desligar talante subjetivo e impulso censor. Siempre lo he procurado y tengo la esperanza de haberlo conseguido; al menos, en conciencia. Puede, no obstante, que semejante coyuntura acumule un plus de legitimidad para emitir sin trabas lo que pienso a propósito de la disyuntiva con que se van a enfrentar los distintos compromisarios. Hace algunos meses ya elaboré un artículo en el que Margarita Robles y Soraya Sáenz de Santamaría eran cotejadas, ambas, como dos marisabidillas. Excuso qué valoración me merecen desde el punto de vista político. ¿Necesitan más pistas?
Reitero, Casado no despierta en mí gran fascinación. Con todo, ese arrojo para restituir seriedad, rigor e ideología, al partido que abjuró de ellas ha tiempo me parece un buen inicio. Suma su gallarda juventud y liberalidad para hincar el diente a tantos problemas institucionales, de Estado, sociales y económicos, que ahora mismo atenazan el progreso ansiado. Quiero creer en él, mientras el pueblo lo necesita con urgencia. Estoy convencido de que solo su ánimo y frescura, paralela a la de otros líderes llamados a protagonizar los próximos tiempos, puede cooperar a conseguir el sistema impoluto que todos echamos de menos. Sí, más allá de fallos y algún que otro lapso poco comedido, sensato, deseo que Pablo Casado presida el PP. Estoy convencido de que encarna la única solución para regenerar un partido que ha perdido demasiado crédito por culpa de todos. Le ha pasado factura el injustificado complejo de partido franquista, facha. No me explico cómo se ha dejado comer el terreno por siglas de presunta trayectoria sangrienta. Quisicosas.
Pido, desde aquí, una elección limpia, cauta, contraria a apetitos vulgares, inicuos. Los señores compromisarios, no pueden decidir a lo loco el futuro de tantos españoles. Háganlo con la pulcritud del “pinto, pinto, gorgorito” aunque personalmente prefiera “a quien le toque lurillo, lurate” de mis años infantes. Suya será la servidumbre y nuestro el requerimiento.
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