Otra falsedad Por Manuel Olmeda Carrasco
Falsedad significa falta de verdad o autenticidad, tanto voluntaria cuanto involuntariamente. La cuestión radica en conceptuar verdad y precisar, de una vez por todas, si existe desde un punto de vista ontológico.
Falsedad significa falta de verdad o autenticidad, tanto voluntaria cuanto involuntariamente. La cuestión radica en conceptuar verdad y precisar, de una vez por todas, si existe desde un punto de vista ontológico.
Desde luego, no es nada fácil resumir los diferentes criterios que aportan sobre el tema distintas corrientes filosóficas. Cualquier lego, asistido por su sentido común, admite que verdad es una percepción subjetiva, conceptualista. Esta doctrina preconiza que verdad no existe más allá de la abstracción individual. Si nos atenemos a nuestra experiencia, sería ajustado suponer que rechaza, insisto desde un contexto transferido al profano, otra conclusión contraria a la señalada. A veces, el conocimiento empírico invalida toda conjetura que implique no ya la comprensión sino un esfuerzo supuestamente vano, superfluo.
El hombre, desde sus primeras elucubraciones, ha intentado encontrar respuestas a los sondeos que el orbe, en diversas perspectivas, le brinda. Así surgieron generaciones preocupadas por estudiar los aspectos mecánico, humano y divino del mundo. Es probable que inicialmente olvidaran —tal vez arrinconaran— detallar la verdad de su propio ser. Individuos tenaces, avezados observadores, sabios, dedicaron su vida a descubrir interrogantes naturales: razón de distintos meteoros, sucesión día/noche, sustancia y accidente. Después surge la teodicea cimentada en minuciosas tentativas para deducir qué autenticidad tiene Dios. Al final, se incorpora el existencialismo que prioriza toda existencia del hombre, sus angustias vitales, sobre la esencia del mismo. Ello con el objetivo de desenmascarar dilemas que desazonen al individuo.
Decía Paul Valéry: “Lo que ha sido creído por todos siempre y en todas partes, tiene todas las posibilidades de ser falso”. Cierto, porque la falsedad solo es una verdad extemporánea, coyuntural, que Cronos termina por destapar. Lo que hoy consideramos innegable, mañana se juzga falso, erróneo. Tanta fe desplegaba la teoría geocéntrica que siglos después se confirmó válido el heliocentrismo; es decir, la Tierra (planeta) tardó ese tiempo en ceder protagonismo al Sol (estrella). Hasta la Santa Inquisición consideró a Galileo casi quinientos años presunto hereje. Las “verdades” católicas y los fundamentos científicos han ido siempre a la greña, de forma parecida a como ocurre con muchas “verdades” políticas e impaciencias sociales. Recordemos las “verdades” de Pablo Manuel Iglesias en la oposición y la continua falsedad que exhibe desde el gobierno.
“Cada pueblo tiene su gobierno”, frase atribuida a Joseph de Maistre, pudiera tener especial certidumbre en el siglo XIX y efectos, más o menos verosímiles, hasta hace unos días. Grandes ocasiones o pequeñas catástrofes ayudan a confirmar, o no, qué es verdad y qué falsedad. Iniciados los ochenta del siglo pasado, empecé a tener la mosca tras mi oreja. El intento de golpe de Estado hizo preguntarme precisos interrogantes, al menos, respecto a los previos. Vinieron, a posteriori, tres legislatura y media en las que hubo de todo como en botica. Desde luego, los fastos del ochenta y dos (Exposición de Sevilla y Olimpiadas) sirvieron, aparte, para llenar bolsillos flacos, ociosos, voraces. El sepelio que propiciara Guerra a Montesquieu supuso la gestación del proceso que condujo al engendro democrático que hoy padecemos. Ningún gobierno posterior quiso realizar un tránsito corrector.
Ha tenido que llegar Filomena, borrasca desproporcionada, abusiva, para constatar definitivamente que Maistre no acertó en sus apreciaciones relativas al gobierno y su extracción social. Hemos visto hasta la saciedad cómo el ejecutivo no ha estado a la altura de las circunstancias. Ocultar el gigantesco servicio efectuado por personal adscrito al ministerio del interior y ejército sería una afrenta injusta, deshonesta. No obstante, parece que la UME intervino al veinte por ciento de sus efectivos en opinión de alguno de sus miembros. Es decir, la ayuda pudo adecuarse en mayor medida a lo extraordinario de la situación. Hay noticias, además, de que vehículos policiales carecían de cadenas, aparte otras deficiencias subrayadas dentro de la ayuda pública estatal, autonómica y local. Todo ello referido principalmente a Madrid, ciudad castigada de forma rigurosa, insólita, inhabitual. Probablemente dicho escenario se extendiera al resto del país.
Decía Sartre que solo la acción lleva a la verdad; por tanto, la falsedad viene escoltada por la holganza. Nuestro gobierno está surtido de este último estigma como han demostrado, entre otros, Iglesias y Ábalos. Aquel —huyendo del oficio, entregado únicamente a cierta retórica litigante, bravucona— pretende presuntamente rendir, domesticar, el CGPJ para perfilar una justicia “flexible” ante su futuro penal que despliega el horizonte inmediato. Ábalos, sin renunciar al reclamo y la embestida (con perdón), deja bloqueados miles de camiones, turismos, trenes y aeropuerto. Ya sé que no es Thor, pero tampoco Hércules redivivo. Podemos juzgarlo como un arribista que ha confirmado escasas aptitudes en su gran alternativa con Filomena. Madrid ha sufrido muchas escaseces por los atascos. Eso sí, esa terrorífica variante inglesa del Covid-19, al estar Madrid aereoconfinado, debe haberse tomado unas pequeñas vacaciones.
Corría octubre de mil novecientos sesenta y cuatro cuando me destinaron a San Juan de Torruella, ciudad pegada a los arrabales de Manresa o viceversa. Mis patrones, catalanes de pura cepa, todas las semanas escuchaban “Ustedes son formidables” que presentaba Alberto Oliveras y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Fue la primera vez que tuve conciencia clara de cuánta solidaridad atesoraba el pueblo español y su procedencia específica. Presentador, música y sociedad conseguían frutos muy meritorios sin ayudas institucionales. Estos días, ya mayor, he vuelto a constatar lo mismo. No ha sido el gobierno, interesado en propaganda y fotos; tampoco las Fuerzas de Orden Público, ni la UME, Protección Civil, Cruz Roja, Sanitarios, etc., fueron sus hombres y mujeres que se han dejado la piel en calles y carreteras. Era admirable verlos con pico y pala o andando decenas de kilómetros para llegar a los hospitales. Toda una lección.
Completando ese hermoso cuadro, se vieron gestas imborrables de personas anónimas que pusieron, verbigracia, sus cuatro por cuatro, sin cobrar nada, para trasladar a personas con dificultades de movilidad por nieve y hielo. Eso, en las ciudades donde apenas se conoce nadie. Quienes vislumbren el medio rural, saben que los pueblos han dado, cien por cien, una lección de solidaridad e hidalguía. Yo, que soy de pueblo y conozco a sus gentes, sé el carácter especial, mutuo, unánime, de quien vive en ellos cuando las circunstancias lo exigen. Maistre, al menos en España, (con aquella reflexión: “Cada pueblo tiene su gobierno” dicha tal vez de forma un tanto irreflexiva) expresó una falsedad. La distancia entre el pueblo español y su gobierno es sideral, ahora, siempre y demasiadas ocasiones porque el político rompe con sus raíces éticas; la sociedad, jamás.
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