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Opinión 09-06-2020 07:00

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Oratoria e incomunicación, por Juan Goti Ordeñana

Es innumerable la cantidad de veces que el Gobierno ha salido, durante estos meses, por los medios de publicidad, para hablar de la situación sanitaria por la que estamos pasando, y hacer olvidar la ruina económica a la que caminamos vertiginosamente. Ahora bien, ¿esto supone una comunicación al pueblo de cómo está marchando el tratamiento de la pandemia, que estamos sufriendo con tantas limitaciones de los derechos fundamentales?

 

 

Para un observador con un cierto espíritu crítico, no. Se está jugado con los subterfugios de la dialéctica, no para informar sino para causar miedo y ocultar su responsabilidad, con lo que han dispuesto de manos libres para legislar por dictado temas que exigían un estudio y discusión en el Parlamento.

 

Se ha acostumbrado el Gobierno que tenemos, a lucirse con una retórica hueca, vacía. Pero lo que importa en una oratoria política no es cómo se dice, sino qué es lo que se comunica. Ciertamente nuestro Gobierno, está acostumbrado a hacer, con gran aparato y disponiendo de gran amplitud de medios, unos aparatosos y ampulosos discursos, pero muy deficientes respecto al contenido de la comunicación y el valor que tiene desde el punto de vista sociológico.

 

En primer lugar, al examinar la oratoria de los políticos, hay que plantear el problema factico sobre la verdad o no-verdad de lo que dicen, y preguntar si en realidad tienen intención sinceramente de informar, o, más bien, de deformar el contenido de la realidad de lo que se debería notificar al pueblo. Pues el lenguaje sirve tanto para comunicar mensajes, como para lo contrario, es decir, oscurecer a los destinatarios los hechos y encubrir los inconfesables y nefandos objetivos de su política.

 

Para el oyente de las peroratas de los miembros del Gobierno, es claro que lo que dicen, son mensajes destinados a que no les entiendan los ciudadanos, por cuanto lo que expresan no significa nada: son meras generalidades para justificar su incapacidad y darse autobombo, cuando no para degradar a la oposición, como sucede en muchas soflamas y con la soterrada acusación que lanzan por sus medios de publicidad.

 

Estamos ante políticos que, en una situación difícil y para no enfrentarse a ella, apelan en sus discursos a lugares comunes, y a recursos vagos que no significan nada, o recurren a datos que no responden a la realidad, y que el oyente no los puede tener presente en su mente en el momento, ni va a disponer de medios para contrastarlos, por lo que resultan engañados. El lenguaje no es sólo el principal medio de comunicación, sino que es, también, el modo más eficaz para falsear todo comunicado, ocultando la verdad. Por tanto, la oratoria puede ser un mecanismo de incomunicación.

 

Así pues, el lenguaje puede ser un medio de incomunicación para grandes sectores de los posibles receptores, por la naturaleza de aquello que se comunica, por cuanto juegan los ídola, de lo que hablaba Francis Bacon: prejuicios de tribu, de la caverna, de foro o mercado y de teatro. En cuanto se trata de prejuicios y errores que la persona padece al interpretar la naturaleza, y de las que se ha de librar para una comprensión auténtica, y de los que el político utiliza con habilidad para que su palabra sea entendida en una orientación determinada, y no lo comprenda la persona sencilla que le escucha.

 

Son conscientes de ello nuestros políticos por lo que usan un lenguaje incomunicante para grandes sectores de sus posibles oyentes. Distancia que se pone con el tipo de idioma utilizado, que se conoce como jerga. En verdad lo emplean aquellos políticos que tratan de superar una situación, utilizando un lenguaje con un nivel de vocabulario propio de ciertos grupos de personas. El lenguaje, en general, no es inteligible igualmente por todas las personas. Cada grupo tiene su propia forma de expresarse, por lo que nos encontramos con jergas especiales, propias de los oficios, que sirven para comunicarse entre sí dentro de un determinado círculo, y que resulta incomprensible para los extraños. Además, hay contenidos lingüísticos cuya inteligencia requiere un aprendizaje, no del vocabulario sino de las ideas y realidades que se tratan de expresar. La comunicación científica, por ejemplo, dispone en sus diversos aspectos de vocabularios que exigen un previo aprendizaje para que sean comprendidos. Y en el quehacer de los políticos hay formas de expresarse en los que demuestran gran habilidad para confundir a los que reciben el mensaje.

 

La problemática de comunicación presenta alguna otra complicación. Cada mensaje, expresado con determinado lenguaje, está inserto siempre en una serie unitaria y total de comportamiento. Ello supone una inserción en cierto contexto de presupuestos previos. Y se requiere el conocimiento de estos presupuestos para hacer comprensible el lenguaje de lo que se habla. Y el que escucha, tiene que hacer una interpretación, que a su vez incluye un elemento volitivo, porque va unido a la aceptación de lo que ha entendido al hacer su interpretación.

 

Mas, por otra parte, dado que cada persona está situada en cierto circulo, por lo que su conciencia se encuentra condicionada por el modo de pensar e interpretar los hechos que tiene el grupo al que pertenece, juega gran papel la volición, por lo que tiene una forma propia de comprender y aceptar las exposiciones que se hacen, a la vez que los prejuicios del colectivo favorecen para poder atacar a la oposición impunemente.

 

El juego de la oratoria política tiene su complicación, y nuestros dirigentes saben utilizar el lenguaje apropiado para aquellos grupos que les a van a escuchar. Saben que una exposición lógica de los hechos no les favorable por lo que adoban con eslóganes que conmueven el sentir a sus correligionarios. En esta ocasión han ejercido una oratoria para ocultar su responsabilidad de lo que están haciendo y acusar a la oposición por una falta de colaboración. Un típico caso de incomunicación

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