Noticias de Cantabria
Opinión 24-08-2020 06:30

Los que no saben leer, por Manuel Olmeda

Cuando yo empecé a leer, sobre mil novecientos cuarenta y nueve, utilizábamos La Cartilla fonética (antecedente al método Doman). Después íbamos aprendiendo construcciones lingüísticas sencillas, similares, para, poco a poco, ir conociendo sílabas más complejas: directas, inversas, mixtas, entre otras. Luego, con paciencia y sacrificio, las juntábamos hasta componer palabras tras algún tiempo de lectura silábica.

 

Hoy, la confusión se apodera del entorno e incluso de los propios individuos enredando en mayor medida de lo que sería deseable. Dicho marco produce informes sin pies ni cabeza como el socorrido de que ahora tenemos la sociedad más preparada de todos los tiempos. No solo conforma un cliché “progre” con el objetivo de adocenar una sociedad que se acerca firme al colapso intelectual. Por el contrario, lo he oído a gentes sin tics ni proceder sospechosos de aproximarse si quiera a la tiranía mediática, moderna o “ilustrada”. Hasta alguno que otro dedicado al ejercicio docente, ha caído también en esa insensatez inercial, imanada, absorbido por el fragor de una propaganda a la que se da ferviente asenso. Descuido, irreflexión, acicate doctrinal, sintetizan las variadas y presuntas posibilidades de tanta palabrería insustancial, maliciosa.

Cuando yo empecé a leer, sobre mil novecientos cuarenta y nueve, utilizábamos La Cartilla fonética (antecedente al método Doman). Después íbamos aprendiendo construcciones lingüísticas sencillas, similares, para, poco a poco, ir conociendo sílabas más complejas: directas, inversas, mixtas, entre otras. Luego, con paciencia y sacrificio, las juntábamos hasta componer palabras tras algún tiempo de lectura silábica. A quien “juntaba palabras” en aquellos tiempos decían que sabía leer y ahora al que sabe leer le llaman “junta palabras”. Tal contrafuero identifica un mismo hecho con generalizada preeminencia funcional a lo remoto.

Estoy convencido de que la carga gnoseológica referida al período actual es mayoritariamente nula. Sin contar la anécdota, un amigo profesor de matemáticas en la UPV (Universidad Politécnica de Valencia), comprobó que muchos alumnos de tercer curso de ingeniería superior no comprendían el enunciado de los problemas. Aunque parezca exageración, cuando me contaba el caso no había rastro de artificio o jocosidad; comentábamos experiencias docentes relativas, cada uno, a nuestro ámbito específico.

Por desgracia, políticos —titulados o ignaros— exhiben una gran falta de comprensión lectora a todos los niveles. Destaca la inconsistencia hermenéutica que demuestran sin excepción. Son incapaces de cualquier lectura sociométrica, es decir de analizar correctamente el parecer que los ciudadanos expresan e introducen en las urnas cada convocatoria electoral. A aquellos se unen, sin comedimiento ni extrañeza, los medios audiovisuales, sus comunicadores más sectarios y analistas menos ponderados. El ejemplo palmario se produjo tras el 10-N donde todos asintieron (ajenos a cualquier vacilación) que el fracaso de Ciudadanos se debió a la negativa de Rivera a pactar con Sánchez. Si hubiese sido esa la razón, el PSOE hubiera atesorado casi todos los cuarenta y siete diputados perdidos por Ciudadanos.

Sin embargo —en noviembre— el PSOE pierde tres diputados, PP gana veintitrés y VOX sube treinta y cuatro. Con estos datos incuestionables, lo lógico sería admitir que Ciudadanos se estrelló por mostrar un alto grado de displicencia, desafecto, hacia el PP y sobre todo a Vox. Recordemos aquello de “negociar no, tomar un café sí” en Murcia o “haremos un pacto con PP y espero que luego Vox no bloquee el acuerdo”, Aguado dixit. Ese temor a “mezclarse” con la extrema derecha, según etiquetas ampliamente aventadas, mientras PSOE y Podemos (extremísima izquierda) compartían componendas postelectorales sin pusilanimidades, ni recatos, llevó a la práctica desaparición de Ciudadanos. Siguen ignorando la política de enfrentamiento iniciada por Zapatero y llevada a su cénit por Sánchez. La derecha acumula, aparte cerrilismo en lectura política, demasiados complejos. A la postre, todo esto forja el sustento de esta izquierda patria, histriónica, aviesa, cara y ruinosa.

La pandemia y el consiguiente desbarajuste laboral que le acompaña no inciden, estimo, a la hora de intensificar rechazos ni agresividad en los bloques creados. “Hay que tensar más la sociedad” (recuérdese aquellas confidencias electorales entre Iñaki Gabilondo y Zapatero). Sí creo, no obstante, que la sociedad —a nivel individual— se ha volcado en adoptar posturas intemperantes, combativas, ante la experiencia de que sumisa, paciente, constituye un combinado indefenso al que todos desatienden. Con esta dinámica psicológica, plantear una estrategia moderada me parece error imperdonable cuya factura debe pagar el PP de forma inmediata. Cayetana Álvarez de Toledo era imprescindible (lo será en cualquier sigla) porque hablaba al gobierno con la precisión, descaro e impiedad con que lo hubieran hecho tantos españoles silenciados. No era la portavoz del partido, no; lo era de todos los españoles hartos, indignados. Muchos millones.

Corren tiempos que no están para ponerles paños calientes o, como dirían en mi pueblo, no está el horno para bollos. Casado constata que no sabe leer. Se ha mostrado débil (otro Rajoy en ciernes) ante las presiones de Núñez Feijóo, un barón sin calibre nacional y a quien debiera exigirle menos remedos, desdenes, o indicarle la puerta de salida. A Moreno Bonilla —otro obtuso fruto del azar, nulo— el segundo de a bordo, ofrecerle parecido acomodo. García Egea, la otra pata del contubernio atemperado, enseña importantes facultades y pudiera estar realizando una jugada a tres bandas. ¡Cuidado! Diría que pretende sacar rédito personal al tortazo que se pegará el PP en las próximas elecciones por culpa de su propia insustancialidad. Casado me ha decepcionado pese a que soy abstencionista, como bien saben mis amables lectores.

Cuca Gamarra y José Luis Martínez-Almeida, merecen mi crédito; menos García Albiol, aunque ninguno, por pitos o flautas, tiene aureola para destacar en el partido. Ni siquiera Martínez-Almeida. Curiosamente, el cambio de funciones y personas ha satisfecho solo a PSOE y a Vox. Seguro que todos ustedes conocen porqué. El primero, aun si España se despeña, concederá a Sánchez unos años en La Moncloa con apoyo de un PP cadavérico. Europa ha amparado esa única posibilidad. El segundo conseguiría “sorpasar” al PP y quedarse como oposición oficial hasta obtener mayoría absoluta por hartazgo y quiebra nacional. Los embelecos obtienen respuesta hasta que aparece el hambre. Todavía hoy, “extrema derecha” acopia compradores; mañana, engendrará hastío irascible.

España tiene dos siglas malignas visibles: PSOE y Podemos. A su vez, ellos son enemigos irreconciliables pero el avatar les ha hecho compañeros de viaje. A PP, Ciudadanos y Vox les viene impuesta la estrategia de bloques y ninguno debiera cambiar programas que sobrepasen los legítimos matices que cada uno perfile en el ámbito de su electorado común. Casado, inicia una limpieza o catarsis innecesaria invadiendo el ámbito de Ciudadanos mientras abandona un sector activo, concienciado, de su espacio diestro. Desastroso ahínco. Los tres o ninguno, pues comparten salvoconducto, concesión.

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