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Opinión 14-05-2019 11:00

Los mitos de la política, por Juan Goti Ordeñana

 

Nuestra forma de pensar está condicionada por la sabiduría griega. Por esta herencia el arte y la política de los pueblos de nuestra cultura se pueden estudiar bajo dos mitos, que marcan los comportamientos de las personas y de los pueblos: el mito apolíneo y el mito dionisíaco. El primero dominado por la razón tiende hacia la belleza acompañado de una aspiración al ideal de la naturaleza; el segundo dominado por el sentimiento y embriagado de idealismos marcha en busca de un progreso por el progreso, sin valorar a la naturaleza humana, como estamos viendo en las desviaciones de abortistas, homosexuales y el moderno feminismo, que van unidos y conducen a la perturbación moral e incluso mental.

Por tanto, en contraposición a cuantos se afanan por derivar las artes y la política de un único principio como fuente necesaria de la vida, encontramos divididas las artes y la política, por razón de la evolución histórica, en dos direcciones, simbolizadas en dos divinidades griegas: Apolo y Dioniso. Los cuales aparecen como representantes de dos mundos, que se diferencian esencialmente en su ser y en sus respectivos fines, y marcan las tendencias en que se divide la sociedad en sus orientaciones artísticas y políticas, que en el fondo responden a las formas de convivencia de la sociedad.

El primer mito apolíneo, dominado por la razón, nos pone ante los ojos el mundo del equilibrio y la belleza, que se nos aparece como la imagen divinizada del principio de individuación, con la afirmación de la tendencia hacia de libertad, y un interés por realizar los eternos fines de la naturaleza. Al tiempo que no oculta la existencia de un mundo de sufrimiento para el individuo, que le estimula a la creación del espíritu liberalizador, y para que absorto con esta visión permanezca en calma y pleno de seguridad en la frágil navecilla azacaneada por los embates de los vaivenes de este mundo.

Frente a esta idea de orden, encontramos la oposición, que surge del embeleso de las atractivas ideologías nacidas de la sensibilidad de los encantadores y seductores fervores y efluvios dionisíacos. Ideologías con las que ha estallado todo tipo de manifestaciones, escraches y persecuciones con desgarradores gritos, y la creación e interpretación de la sociedad según unos parámetros contrarios al desarrollo de la naturaleza. El individuo con toda su ponderación cae en el olvido de sí mismo, e impelido por fuerzas enajenantes y embaucadoras del sentimentalismo va perdiendo en su embriaguez la realidad de la sociedad en que vive. Lo desmesurado se acepta y se impone como verdad. Así donde penetra el espíritu dionisíaco, se acusa una desviación en la educación, y abandonando el concepto del individuo, se impone el de ser masa inculta.

Apolo se eleva como el genio del principio de individuación, único que puede suscitar la felicidad liberadora en una apariencia de libertad. Mientras que el grito de la alegría mística de Dioniso, rompe el yugo de la individuación y abre el camino hacía las causas generatrices de la masificación del pueblo, dominando el fondo más secreto del ser humano. Este contraste separa, por un abismo, la individualidad de la política en cuanto apolíneo y la masificación en cuanto dionisíaco, lo cual no ha sido expuesto con suficiente claridad.

Sin embargo, vistas las tendencias que se suceden en la marcha de la política reciente, estos mitos están presentes en las tendencias calificadas de derechas y de izquierdas, aunque en su expresión no respondan plenamente a la realidad, por la inclinación a ocultar las líneas de una y otra tendencia, y tratar de afirmarse del centro, pero se advierten, si procedemos a examinar sus raíces. Pues una cosa son los hechos, y otra la cobardía con que tratan de solapar las ideologías.

En la actuación de unos y otros, del dominio del espíritu apolíneo en unas ocasiones y dionisíaco en otras, aunque se contraponen, se llegan a compaginar mutuamente a pesar de los enfrentamientos, porque se necesitan. Sus pretensiones se dirigen a dominar el alma del pueblo con manifestaciones sucesivas y con creaciones siempre nuevas. Pero los resultados son contrarios: en un caso se tiende al mantenimiento del orden dominado por la razón, mientras que la embriaguez dionisíaca, dominado por el sentimiento y el desorden, desbordan el equilibrio que debe tener la dirección de la sociedad.

Los hechos van confirmando la distinta alineación de ambas tendencias. Con combates titánicos para superar las crisis económicas, fueron naciendo épocas gloriosas que tendieron a hacer una administración racional, pero este esplendor fue devorándose a continuación por el torrente dionisíaco de despilfarro, desorganizando las líneas de la ortodoxia económica.

Pero los errores de la orientación dionisíaca, sólo se han tendido a arreglar en materia económica, no en las desviaciones ideológicas que han conseguido meter con una legislación antinatural como la feminista, o con una barbaridad e imposible de entender al dar por no existente la historia real del pueblo. Los efectos de esta orientación han sido desastrosos para la convivencia social, han llevado a la destrucción de la familia; a la inseguridad de las personas; a la educación sexualista de la infancia desorientando el desarrollo de las tendencias del niño sin ningún sentido y contra la voluntad de la mayoría de los padres que ven conculcado su derecho reconocido en la Constitución; a la persecución del hombre, llegando a afirmar su tendencia criminal en sus genes, etc. etc.

Considerando que la persona es razón y sentimiento, ya en la Grecia clásica el gran maestro Sócrates nos enseñó la necesidad de tener en cuenta en toda educación y comportamiento la ética, no creada a nuestro capricho sino según las normas de la naturaleza humana. Su enseñanza ha tenido un gran recorrido durante siglos, pero es claro que por la orientación dionisíaca que han tomado los partidos de izquierda se está perdiendo esta ética de la cultura occidental.

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