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Opinión 25-03-2024 07:39

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LA PARÁBOLA DEL FLAUTISTA DE HAMELIN Por Juan Goti Ordeñana Catedrático jubilado de la Universidad de Valladolid

Lo verdaderamente preocupante en estos tiempos y que requiere, en verdad, nuestra atención, es la mentalidad que se ha introducido en la juventud de no tener hijos, pues supone una firme renuncia a la procreación, y cada vez se extiende más en las nuevas generaciones.

Hay un hecho histórico que nos tiene que llevar a reflexionar: la bajada de nacimientos, y con ello la falta del relevo generacional que se augura. Hecho que parece marcar el fin de la cultura que se ha desarrollado en Occidente, y que, por falta de atención, la sociedad actual parece despreciar, y fomentar como política progresista: la felicidad a toda costa, que afecta no sólo a España sino a todo Occidente. Lo cual es trascendental por que lleva consigo la renuncia a tener hijos, con lo que la sociedad queda estancada y caminando a su desaparición.

El hecho de que los pueblos van quedando sin hijos, nos lleva a rememorar aquel cuento que nos narraban en nuestra niñez de los Hermanos Grimm, y que recodamos muy vivamente. Un joven flautista se presentó en el pueblo de Hamelin con una deleitosa música, y primeramente libra al pueblo con su música de una plaga de ratones. Los vecinos no le agradecen, sino que, por el contrario, le desafían a una prueba, entonces el joven flautista molesto empezó a tocar una nueva melodía más encantadora, con la que hizo desaparecer a los niños del pueblo. El susto y la reacción de la población fue inmediata, y con el reconocimiento al joven flautista volvieron los niños. En realidad, es una anécdota, que no lleva a pensar en los momentos actuales, cuando se ha introducido la política de una deleitosa idea de una vida feliz, y como resultado desechar todo lo que suponga dolor o limitación de esa felicidad, en consecuencia, como los hijos, por las cargas que pueden suponer son molestos, se les aparta en esa felicidad de la vida.

No obstante, la caída de nacimiento, plantea a nuestra época el «problema de los problemas, esto es, la cuestión de la supervivencia que amenaza a la sociedad moderna. Se fue rebajando el número de hijos allá por la segunda mitad del siglo XX, inclinándose a tener uno o dos, pero con el advenimiento del siglo XXI ha surgido la intención de no tener ninguno, pues supone mucho gasto y limita la idea de felicidad que se ha asumido por la juventud: ¡No te preocupes, se feliz!¡No tienes trabajo, no te preocupes, se feliz! ¡Tienes hambre, no te preocupes, se feliz! A pesar de esta inconcebible ideología de la felicidad a toda costa, este lema ha penetrado en la mente de una juventud sin esperanza, y lo que importa es la felicidad egoísta del momento.

Lo verdaderamente preocupante en estos tiempos y que requiere, en verdad, nuestra atención, es la mentalidad que se ha introducido en la juventud de no tener hijos, pues supone una firme renuncia a la procreación, y cada vez se extiende más en las nuevas generaciones. Como en la parábola de del flautista de Hamelín, esta idea se ha apoderado de la juventud con la melodía encantadora: gozar plenamente del momento, supeditar todo al goce de una felicidad sin límites.

En la segunda mitad del siglo pasado el número medio de hijos bajó a contarse al 2.8 por familia, aunque todavía siguió habiendo muchas familias con tres o más. A finales de siglo se contentaban con tener uno, con lo que el núcleo familiar se completaba con el matrimonio y un hijo. El último paso que se está dando, en este siglo, cuando la exigencia de felicidad triunfa es a no constituir una familia. Para ello se ha renunciado al matrimonio, para no tener un deber basado en un compromiso jurídico. Ahora las relaciones son de pareja, sin ningún compromiso, sin ninguna estabilidad, para gozar hasta lo máximo. Se ha de tratar de conseguir idilios amorosos con el propósito que sean relaciones efímeras, por poco tiempo.

La política progresista del pleno goce que está triunfando, induce a la destrucción de la familia, pero al romper esta institución milenaria llegan los problemas de neurosis de las personas, porque es un estado contraproducente para la naturaleza humana. Se quiere crear, de este modo, un mundo de personas solitarias, sin bases donde apoyarse, fácilmente manejable por los políticos, pero destructivo de la persona, lo que va a constituir un «anti humanismo», por ser contrario al ser de la persona. Por tanto, el desechar la natalidad no va a constituir un progreso sino la destrucción, no sólo de la cultura de Occidente, sino también de la misma persona humana.

La sociedad no quiere pensar en su futuro, pero la orientación que toma la juventud de hoy es muy perturbadora. La culpa no es sólo de ellos, hay un silencio alarmante que les apoya, y que inexplicablemente está fuera de las preocupaciones de la vida política. Es un hecho que afecta hondamente a la sociedad, pues lleva al empobrecimiento de los pueblos. Esto supone, además, que la civilización ha entrado en una situación de declive, y amenaza a la misma supervivencia de la humanidad, pues si se sigue por este camino, pronto se llegará a un empobrecimiento, y a la larga a su destrucción. Publicitariamente se habla del cataclismo por el calentamiento global, pero la amenaza de la destrucción de la humanidad, viene más por la falta de hijos que por el cambio climático, que es un embuste interesado, y motivo de amenazas de los políticos. Como decía Arnold J. Toynbee las culturas no mueren por asesinato sino por suicidio, y esta negativa a tener hijos, camina al suicidio de nuestra cultura. Y, una advertencia, frente a esta actitud de Occidente, la cultura gitana y musulmana fomentan la procreación de los hijos y cada día tienen mayor vitalidad.

Cuál puede ser el fin de este problema tan transcendental, exige una reflexión de la sociedad, y volver a normalizar las relaciones familiares con nacimientos, para evitar el suicidio de nuestra cultura.

FOTO LEIRE MARTIN

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