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Opinión 07-12-2020 12:00

La España del Chiribitil y de los mitos, por Manuel Olmeda Carrasco

El individuo erigía mitos contra la desesperanza. Luego, se imponía la realidad recreando desasosiegos y frustraciones. Los mitos, en definitiva, solo reprimen la verdad

 

El epígrafe destila musicalidad, sugestiva estética, mientras auspicia, como paradoja, emociones que prefieren la fantasía para desterrar, sin mostrar encono, una realidad con notables probabilidades de ser siniestra. En efecto, chiribitil significa, desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Es sinónimo de trastero (esa pieza que se vende acicalada con nombre propio en los garajes) cuyo destino es amontonar objetos inútiles, inservibles. Solo algún romántico, especie desaparecida, se atrevió a ver en algún rincón oscuro, abandonada y cubierta de polvo, un harpa. ¿Seremos capaces, también nosotros, sin alicientes románticos, idealistas, remover el rincón oscuro de nuestra historia reciente, inmediata, para vislumbrar un mañana más grato, menos yermo —cachivache de trastero— para sustituirlo por algo sugeridor e ilusionante? Difícil lo veo.

Que el mundo es un discurrir permanente e incierto, queda constatado por la firma y rúbrica del escepticismo más rebelde. Sin embargo, el acontecer individual —muro que los existencialistas fueron incapaces de franquear— se sustenta con ingredientes espirituales, aun materiales, vinculados a los tiempos. Mitos y ficciones son inmanentes, refugios humanos para vencer inseguridades camufladas entre sombras. Dicho marco, obligó a instaurar mitos sacros o épicos que protegieran vida y propiedades. Era su yo íntimo, medroso, convulso, trasmutado en dioses, titanes invencibles y oráculos. El individuo erigía mitos contra la desesperanza. Luego, se imponía la realidad recreando desasosiegos y frustraciones. Los mitos, en definitiva, solo reprimen la verdad.

Política y religión han sido doctrinas paralelas en cualquier aspecto vital, incluyendo dogma y violencia. Séneca decía: “La religión es algo verdadero para pobres, falso para sabios y útil para dirigentes”. Si sustituimos religión por “política” tendríamos una frase inteligente, ajustada, incuestionable. Hoy los mitos tienen un germen externo, de arrabal, llevando al sujeto temores e inquietudes sin par. Antes eran protectores de convicción, ahora —ni fu, ni fa— son entibiados (héroes legendarios, futbolistas, toreros, artistas) o aciagos (políticos). Clásicos y entibiados conforman una mitología inmortal, sobrehumana. Zeus y Artemisa, verbigracia, cohabitan con Agustina de Aragón y Manolete, aunque tengan desigual relevancia.

Al decir de Séneca, la España espiritualmente pobre hace mitos a los políticos menos solventes, asimismo más demagogos, populistas. Perdona aventurerismo, hojarasca, felonía; quizás falta de escrúpulos, de honradez. Al tiempo, consiente determinadas ruedas de molino. Se saben mitos, conocen nuestras debilidades y excretan sobre la buena fe o, peor aún, sobre la estupidez pertinaz. Colocar a los políticos en hornacinas éticas es el mayor error que pueden cometer las sociedades actuales, más si nos referimos a un país —España, sin citar ningún otro— que viene perfilando rápida y holgadamente ortodoxias totalitarias. Es evidente que mi reseña se ciñe a Europa Comunitaria. El resto, pese al espíritu globalizador, no sirve de guía dada su escasa contribución empírica.

Claude Lévi-Strauss perfecciona a Séneca cuando afirma decisivo: “Nada se parece al pensamiento mítico que la ideología política”. Ignoro por qué muchos ciudadanos señalan, en ocasiones de forma visceral, diferencias abismales entre distintas siglas, cuando —desde un cierto nivel de jerarquía, por acción u omisión— solo difieren en la mayor o menor habilidad para burlar la justicia. Pareciera hipérbole si mantengo que no hay políticos más o menos honrados, tal vez sinvergüenzas absolutos, porque todos están hechos con idéntico material. Al efecto Albert Camus expresaba: “La política y la suerte de los hombres están hechas por hombres sin ideal y sin grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”. Amén.

Desde luego, los políticos patrios carecen de grandeza (además de otras cualidades exigibles) como lo demuestra su quehacer cotidiano. Existen en ellos tres vicios que debieran castigarse con rigor y ejemplaridad. Obviando el orden de trascendencia, uno trae cola: su ambición inmoderada les apremia a estar por encima de España y de los españoles. Patraña, oquedad e ignominia —entre otras taras silenciadas— escoltan a los prebostes con ecos de oscurantismo cuasi autocrático. Completa su encarnadura una gestión manirrota, abusiva, de los bienes públicos agravada por nepotismo evidente y presunto latrocinio generalizado. La falta de sentido común y desubicación los castiga con actuaciones búmeran. Obran y hablan como si fuéramos lerdos de calle, para finalmente tener que asumir, sin reconocimiento previo, lo mismo que aquel célebre personaje de la Televisión “y el tonto soy yo”.

Aparte minucias que dejan al descubierto lamentables indigencias en la casta política, hay ejemplos de mentecatez táctica y estratégica. El mismo día en que se aprueban unos Presupuestos insolidarios y ruinosos, Vox apuñala a PP; es decir, conforman trincheras enfrentadas. Menos mal que Iglesias, Bildu y ERC, preparan el hundimiento estratégico de PNV y JxCat; o sea, quieren arrojar a la derecha burguesa, soberanista, vasca y catalana para conseguir un gobierno Frankenstein “progresista puro”. Absorber y soplar al mismo tiempo es imposible. El trío muestra una inteligencia muy deficiente: necesita mejorar. Preveo tiempos neuróticos, furtivos, inestables; tiempos de desasosiego, de alarma; por qué no, de pavor.

Repartir papeles, protagonismo, o enfatizar personajes no pule el artículo ni añade ningún aderezo indispensable. Extraigo, pese a lo dicho, una colección de “chorradas” dichas con el tono y autoridad con que cualquier Papa, imagino, hablaría ex cátedra. Así, Iglesias pomposo, como si tuviera trescientos cincuenta diputados bajo su tiranía, se atrevió a decir: “España será una república antes o después”. Claro, nada es eterno ni irreversible. ¡Qué mente tan prodigiosa! Tiempo atrás ya afirmé (y no es inevitable) que, aunque dicho personaje fuera condenado por algún delito —hoy presunto— no dimitiría de vicepresidente, ni de líder podemita. Su inventiva le llevaría a excusas surtidas, indigestas, incluyendo buscar culpables pintorescos dentro y fuera del propio escenario.

Pero si hay algo extemporáneo, farisaico e insólito, es la admonición hecha por Sánchez a Iglesias: “En el gobierno hay que trabajar con humildad”. Le hubiera faltado añadir “toma nota de mí”. Pone su particular broche (no menciono el metal porque también pudiera ser falso) con la frase final, una vez aprobados los Presupuestos: “España avanza a un futuro de progreso”. Con Podemos, Bildu, ERC y siglas mínimas (elegidas por la ley electoral) de comparsas, con individuos mitómanos y contra media España, como mínimo, vamos abocados al chiribitil económico e histórico. Más allá de embelecos, hazmerreir internacional y fraudes, ese es el auténtico porvenir que nos espera.

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