LA DEMOCRACIA FORMAL ES UNA FILFA Por Juan Goti Ordeñana Catedrático de la Universidad de Valladolid
Tenemos unos gobernantes, que constantemente repiten: que es el Gobierno de la democracia, y que si son separados del poder se hunde la democracia. Pues bien, en los momentos actuales nos están demostrando, cuán lejos están de lo que es una democracia.
Tenemos unos gobernantes, que constantemente repiten: que es el Gobierno de la democracia, y que si son separados del poder se hunde la democracia. Pues bien, en los momentos actuales nos están demostrando, cuán lejos están de lo que es una democracia. Se han necesitado cuatro meses para formar Gobierno, y no han mostrado ningún interés por el pueblo, sino por comprar sus cargos. Para ello, se hace lo que hace falta: se divide el Estado; se regalan unas amnistías a la medida de unos delincuentes; se entrega, si es preciso, dinero del erario público para comprar siete votos; y para colmo se compromete con la promesa de un referendo para fragmentar España, con el fin de llegar a la independencia de algunas regiones privilegiadas y xenófobas.
Si los comprometidos en esta venta de favores, son los que traen la democracia a España, lo primero que debemos hacer es preguntarnos: ¿Cómo es la democracia, con que nos brindan? Visto el comportamiento de este Gobierno, no es ésta la idea, que en filosofía y en política se tiene de lo que es esa institución. ¿Y por qué se ha metido en la sociedad la palabra de democracia, como la idea clave de la convivencia en los Estados modernos? Si no responde al poder del pueblo.
Los gobiernos siempre han disimulado su poder, achacando responder al bien del pueblo. Los romanos, con un significado similar, hablaron de república (res pública=la cosa del pueblo). Fue un término que durante siglos utilizaron las monarquías para expresar que su labor era por el interés del pueblo. A pesar de ello, tenemos la creencia de que los antiguos reyes tenían un poder algo excesivo. Pero, sinceramente, tenían más interés por el pueblo que los actuales gobernantes, como muestra el juramente de algunos reyes españoles, que, aunque no conocían el término, la ejercitaban, y mostraban mucho más sentido de democracia que los juramentos o promesas de los actuales, que se afirman representantes del pueblo. Veamos el juramente que se les hacía hacer a los reyes de Aragón:
«Nos que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Príncipe, Rey y Señor entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no».
Éste sí que parece un juramento democrático, y no los que hemos visto vomitar a nuestros parlamentarios, al tomar posesión de sus escaños, que algunos ni siquiera reconocen la Constitución, y se les da por válido. ¡Y son éstos lo que se consideran demócratas!
El gobierno que tenemos, ¿responde a la representación del pueblo? Y si no son una delegación del pueblo, ¿por qué se autodenomina democrático? Pues es verdad, que se vota cada cuatro años, pero los candidatos propuestos no son conocidos de la gente. Se les presenta en listas cerradas, sin que sean conocidos, pero hay que votarlos, porque un exceso de publicidad aturulla hasta creerse con una obligación, y si no vota tiene el mismo efecto, pues es uno entre millones. Tu voto no tiene ningún interés, pues a los que ha dado el voto no van a luchar por él, y una vez recibido el voto, como ignotos, se creen con libertad, para dar el voto a quien le ha metido en la lista, sin responder a quienes le ha votado. Los votados, en realidad no saben a qué población representan. Ni es un asunto que les importe.
Este planteamiento me lleva a hablar de abuso, pues el condicionar los votos por las promesas hechas, sin que se tenga obligación de cumplirlas, en realidad, es un abuso que juega con la ingenuidad o poca formación de las personas que emiten el voto. Lógicamente, hablar de abuso es un hecho, que se da en la mayoría de los casos. Y temo que, al plantear este debate respecto a la legitimidad de las elecciones moleste a muchos, pero, es verdad, que la publicidad de los partidos, condiciona las voluntades de la gente sencilla, y que, luego, en la legislatura, al no cumplirse con lo anunciado, se le defrauda, por lo que se sienten engañados. Pues, es costumbre en estos Gobiernos, que una vez investidos, se sienten con poderes para hacer lo que les viene en gana, sin consideración a lo prometido, ni al pueblo.
Este planteamiento, desde el punto de vista del abuso, es motivo de crítica, ya que se refiere a seres humanos y, en primer lugar, resulta problemático, pues parece que se le asimila a mercancías. Los anuncios los equiparan y utilizan el mismo método de publicidad. Luego por abusar, con la influencia de la publicidad, parece que se está enunciando algo vago y extremadamente amplio, pero es muy efectivo. Asimismo, se puede poner en tela de juicio las prácticas comunes del montaje de la publicidad para dar a conocer las cosas, y la organización que han de tener los partidos para su desarrollo.
Sin duda, que se puede hablar de abuso siempre que nos encontremos con un uso anormal. Cuando los medios, que se utilizan, condicionan la mente de las personas, que por no ser duchos en política tienen una mala información de la situación, y la excesiva publicidad les condiciona y lleva a confundir. Asimismo, al hacer publicidad hay que tener en cuenta que la persona es portadora de derechos, y entre estos se encuentra el derecho de autodeterminación en el ámbito de su vida, y una publicidad engañosa lleva a condicionar su sentir. En cuestión de abuso no es que algo se utilice en contra de la norma, sino que se hace creer, con una publicidad abrasiva, la forma de pensar, limitando la libertad. Esta publicidad llega a despreciar la autodeterminación de la persona, y aún a violar los límites de su intimidad.
Las presiones, que se promueven, sobre la población, con la publicidad en la sociedad actual, suponen una violación grave de la forma de ser, pensar y sentir de la persona, y, por tanto, de su intimidad. Entrar en la vida interior de otra persona es una violación.
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