De personas y de Sistemas políticos por Manuel Olmeda
Según la acepción primera del DRAE, denominamos sistema al “conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí”. Régimen (en su variante desfavorable) responde a forma de gobierno opresora a cargo de un individuo o grupo que detenta el poder.
Según la acepción primera del DRAE, denominamos sistema al “conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí”. Régimen (en su variante desfavorable) responde a forma de gobierno opresora a cargo de un individuo o grupo que detenta el poder.
Para conseguir este último es imprescindible quebrar, romper, los lazos que homogenizan y dan consistencia al primero. Disociar los núcleos sustantivos que cimientan la sociedad se convierte en empresa previa para —una vez desaparecida toda argamasa, cualquier respuesta rotunda e indeleble— sustituir orden y justicia por tinieblas y atropello. España, ahora mismo, se encuentra en una encrucijada crítica, inquietante. Al mismo tiempo que mentiras corruptoras, tóxicas, nos acosa la pandemia lesiva, el apuro económico y un gobierno bicéfalo, asimismo cuadrúpedo. Como escribieran en el mayo francés: “No le pongas parches, la estructura está podrida”.
Advierto frenética pugna entre republicanos pomposos, postizos (probablemente linchamiento extemporáneo, inútil por el momento, de la institución monárquica), para acariciar dividendos más allá de la cómoda e infundada existencia parlamentaria. Pretenden darnos el timo del tocomocho: Establecer un régimen a cambio del sistema. De esta caterva, ¿quiénes tenían un trabajo privado o público previo? Aclaro. Los califico de republicanos pomposos, postizos, porque es imposible apodarse republicano sin ser previamente demócrata. ¿Lo son Podemos, ERC o Bildu? Deduzco que no, ya que comunismo y democracia son incompatibles mostrando también nulas convicciones democráticas quienes incumplen la ley obstinada y descaradamente. Resulta llamativo el extraordinario número de individuos que ofician aquel viejo proverbio: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Debe constituir un proceder necesario en la farsa.
Las ideologías comparten refugio dogmático con matices y variantes que escapan, en algunos casos, a lo preciso y coherente. La izquierda, verbigracia, se salta el uso discreto del lenguaje para convertirlo en auto de fe. A su vez, reniega de la dialéctica que proclama y sustenta el materialismo marxista. Hasta ahora, siempre ha pretendido armonizar discurso y argucias, sofismas, a sus objetivos retorciendo la lógica, o el sentido común, según conviniere. No discuto que otras corrientes de pensamiento, cuya finalidad sea alcanzar el poder, estén inmersas igualmente en laberínticas maniobras linderas a la simulación. Sin embargo, no hay paridad porque —al igual que en la corrupción— el poder que desea ser absoluto se descarría absolutamente. Nadie, salvo la izquierda, habla y actúa con tanta superchería, coerción e indelicadeza para luego no hacer nada.
Podemos ha iniciado una campaña montaraz contra la monarquía con el presunto plácet esquivo de Sánchez. La defensa de algo o alguien implica enfrentamiento diligente, agrio, no intervenciones tan exquisitas como enigmáticas y artificiosas. Comunistas totalitarios (nazis) e independentistas intransigentes, siembran una semilla engañosa: Juan Carlos I ha dañado la corona de forma irreversible, dicen, identificando persona e institución. Exigen, a su vez, que Felipe VI abjure de su padre. De una forma u otra, quiera o no, el rey tiene que dejar paso a la república. Sánchez, por su parte, pide “reformar” la monarquía para “adaptarla” al siglo XXI. Si tuviéramos que reclamar la desaparición de todo lo perjudicial para el país, para sus ciudadanos, primero desaparecerían los partidos políticos; en mayor medida, quienes proyectan destruir España y la democracia.
Sánchez, Iglesias e independentistas mienten, estilo y actitud habitual en todos ellos. Parecen desconocer que república y monarquía parlamentaria viene a ser lo mismo salvo algún matiz y ese papel equilibrador, permanente, a favor de la corona. Los sistemas, todo ser/ente, es objetivamente bueno o malo, aunque su esencia se vea circunstancialmente malograda por la acción sombría del hombre. República y espanto van íntimamente ligados en España. No obstante, Figueras y Salmerón (entre otros) fueron figuras meritorias en la Primera mientras Alcalá Zamora o Julián Besteiro prestigiaron la Segunda. La monarquía, si excluimos la actual, ha tenido un lastre absolutista obvio y, por tanto, nos faltan referencias rigurosas para realizar un análisis justo. Carlos III y Fernando VII son ejemplos antitéticos, extremos, de gobernanza real.
Nada ni nadie puede ser considerado absolutamente bueno o malo fuera del maniqueísmo, tan en boga, cristalizado por la izquierda política y mediática. ¿Tan perversa es la monarquía parlamentaria que Sánchez quiere reformar? ¿Tras décadas de juancarlismo, solo el emérito cometió acciones que resultaron onerosas moral y financieramente para el país? Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez, ¿no? Creo que la corona necesita transparencia, pero mucho más —decoro incluido— esta democracia ad hoc.
Se presupone que don Juan Carlos ha atesorado de forma irregular una fortuna importante. ¿Sabremos algún día cuánto se ha derrochado a causa de nepotismo, ineptitud, o presunta “distracción”, por todos los políticos sin excepción evidente? En este caso los millones de euros no se cuentan por cientos sino por cientos de miles. No hay ningún virtuoso entre los que lanzan piedras. Ya lo insinuó Puyol: “Si se siega una rama del árbol caen las demás”. Bien sabía de qué hablaba. Conclusión, mutismo general.
Advierto con cierta amargura lo acertado de Isaac Asimov cuando dijo: “El aspecto más triste de la vida en ese momento es que la ciencia reúne el conocimiento más rápidamente que la sociedad reúne la sabiduría”. Nuestro gobierno —con una oposición dispersa, servicial, domesticada— planea, ajeno a objeciones colectivas (quizás también al choque con diversos círculos definidos), desvanecer los contornos nítidos de aquellas instituciones que cimientan el sistema democrático. Compensar favores bordeando probables prevaricaciones, emerger divergencias seculares, excluir a media España inculpando al excluido, abusar del poder inmoderadamente demoliendo su equilibrio, lleva al cesarismo trasnochado, medieval. En aquellas épocas cualquier emperador europeo tutelaba varios reinos; aquí y ahora, un reino mantiene a dos emperadores. ¿Somos o no diferentes? A lo peor, ejercemos de idiotas.
De “boquilla”, mucha democracia, solidaridad, ética, justicia, honradez y un sinfín de palabrería hueca, sugerente y corruptora. Luego se impone meter en la cárcel por confundir escrache con “hostigamiento”, colocar a los nuestros, llamar miembros de las cloacas franquistas —hay que ver el juego que da Franco— a policías que investigan presuntos horizontes judiciales de Iglesias, etc, etc. No exagero si digo que hago intentos profundos para aclarar cuantas acciones y renuncias hacen las figuras centrales del gobierno: presidente y vice, amén de doña Carmen. Me quedo con la retórica esotérica de Sánchez (otro que tal), ejemplo de fantasmagoría al uso. “El sistema de pensiones es clave en la bóveda del sistema de bienestar”. ¿Son o no básicos, incluso necios, las personas en los sistemas? Sí, pero solo alteran lo accidental, la coyuntura transitoria, nunca su esencia
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