De lo universal a lo fragmentario, por Manuel Olmeda Carrasco
Lejos de vericuetos filosóficos entre universalismo abstracto y concreto, entre aspecto declarativo y redención personal, el papa Francisco ha resquebrajado la sustancia eclesial. En efecto, un indicador fundamental de la eclesiología es precisamente su carácter universal. Joan Planellas, párroco independentista de Jafre, ha sido nombrado arzobispo de Tarragona. Parece deducirse de este singular nombramiento el celo papal por legitimar (blanquear en el léxico posmoderno) las ansias independentistas de una parte del catolicismo español. No obstante, tal sanción implica una profunda raja, un abismo, abierto en la universalidad ancestral de la Iglesia. Estoy convencido, o casi, de que -por desconocimiento- el papa ha suscitado un resquicio cuyas consecuencias están todavía por dilucidar. No cabe duda, eso sí, de su adverso proceder.
Por adherencia consuetudinaria, el universalismo es la vocación de cualquier ideología dogmática. Digo vocación y no característica porque esta sería realidad inexistente, ya que su objetivo tiende a conseguir idénticos “talentos” para todos los individuos y eso es ontológicamente imposible más allá de su formulación. Principios o estereotipos dogmáticos solo conseguiremos distinguirlos en doctrinas religiosas, como hemos expuesto, y en idearios políticos, más o menos juiciosos. Pese al universalismo proclamado por Marx (proletarios del mundo, uníos), hoy el ámbito del trabajo -clase media- vive con extrañeza, con decepción, el soporte que el independentismo excluyente, insolidario, antiuniversalista, recibe del comunismo “activo, ejemplar, progresista”. Ningún partido que, de forma tácita o expresa, quiebre las entelequias marxistas (según Aristóteles la entelequia completa y perfecciona toda actividad) puede considerar su ejecutoria afín a la esencia del sistema.
La izquierda extrema española también, y por ello, ha perdido el referente. Esa transversalidad que tanto ensalza para difuminar (en ocasiones) un pasado más que nebuloso, le obliga a dar bandazos y a transgredir fundamentos que debieran ser inamovibles. El mayor problema es que ha vivido siempre de espaldas a la realidad. Por este motivo, ahora pretende descubrir caminos menos ortodoxos, pero que conduzcan a otro lugar común: recuperar una superioridad moral tan pomposa como cínica. No necesitábamos ninguna constatación porque la Historia se muestra terca en destapar esa superchería. Sin embargo, tenemos diferentes escenarios donde es imposible disimular cuanta miseria, tiranía y corrupción, encierran las diferentes siglas que sintetizan el neocomunismo. Etiquetaje político, tal vez recurso vejatorio, ignominioso, constituye la huella que arrastra toda divergencia. Universalismo ambiguo, volátil y tribalismo competitivo conforman el eje político subsiguiente a la Revolución Francesa.
Si concedemos al llamado siglo de las luces la gestación, el trazo inequívoco, de cualquier doctrina política, convendremos sin factible discrepancia que hoy es el siglo de las sombras y, por tanto, de una insolvencia política desgarradora. Desconozco si sería absurdo, o simple pérdida de tiempo, analizar la evolución doctrinal desde las dos últimas centurias derrochando, quizás pareciéndolo, arrebatadas querencias. Temo que esa relatividad ocupa, sorpresiva, ha invadido y mancillado el mundo inmaterial legando una sociedad en crisis permanente. Esta mañana, escuchando la radio, he oído una frase certera, sumaria, referida al ascenso de determinados políticos. Decía: “Que Colau sea alcaldesa de Barcelona, y pueda repetir en el cargo, muestra lo reñido de la sociedad con la excelencia”.
Pese a lo escrito sobre Iglesia e izquierda, en su amplio contenido, la derecha -mucho menos dogmática- observa parecidos indicadores potenciando una fragmentación usurera, onerosa. Vemos, con alarmante inquietud, cómo los partidos adscritos a la derecha mantienen no solo una escisión perdedora, sino la particular rivalidad entre ellos para ver quien protagoniza el papel opositor. Semejante marco agrega, confirma, legítimas apreciaciones de que espurios pruritos personales venden el bienestar colectivo por un plato de lentejas. Los experimentos sociales, esa tentación de controlar dinámicas grupales con objetivos políticos, unas veces dan alegrías y otras, sinsabores cuando no respuestas catastróficas. Rajoy, un registrador metido a científico, enraizó a Podemos para debilitar al PSOE. Al tiempo, este permitió el alumbramiento de Ciudadanos y Vox. No hay mayor necio que quien tira cantos a su tejado.
La derecha, aun fragmentada, es menos estúpida que la izquierda en términos generales, pero el hándicap lo supera ganándole en maldad. Medios y prohombres del PSOE repiten con tono sombrío la deriva derechista de PP y Ciudadanos cuando pretenden pactar con Vox. Ignoro qué razón lleva a Casado a no explicitar él y todos sus conmilitones, de forma reiterativa, por qué el PSOE puede pactar con Podemos, partido de extrema izquierda, sin que aquel resulte afectado por dicho extremismo y PP y Ciudadanos, si pactan con Vox, constituyan partidos afines a la extrema derecha cuando solo serían socios de un partido alejado de cualquier connotación extremista o terrible para la sociedad. Vox, ni es nazismo ni fascismo agresor, conforma una ultraderecha constitucional -por muchos voceros que afirmen lo contrario- a la vez que exponen tesis que algunos “espabilados” se han encargado de distorsionar, aunque haya muchos ciudadanos que las aprueben.
Repito, el tactismo de aumentar la oferta ideológica para desgastar al rival -junto al latrocinio inmoderado- ha permitido el total desmantelamiento del bipartidismo. Ciudadanos, Podemos y Vox, son su consecuencia y ahora, rota la universalidad y mecidos por la fragmentación, pechan apesadumbrados, indecisos, hasta incrédulos, con una situación novedosa, sin asistencias empíricas. Cualquier yerro significaría no ya la perdida privativa del poder sino un finiquito concursal para todo el partido. Indaguen, si no, los problemas que empiezan a surgir en Andalucía por un quítame allá esas etiquetas. De igual manera, el esforzado presidente en funciones no sabe si fenecer por inanición o indispuesto a causa del brebaje adobado en el laboratorio podemita.
Apresurarse, cantar victoria antes de dominar orquesta y coro, trae consecuencias inesperadas, desesperantes. Mitad fanático, mitad receloso por engaños pretéritos, Iglesias puede desequilibrar un statu quo determinado si no obtiene lo que quiere, porque a él, igual que a Sánchez, España y los españoles le importan medio comino. Malo si lo acompaña, tal vez peor si no lo hace. El dogma (religioso y político) ha desgarrado el universalismo y su fragmentación conlleva un peaje todavía sin calcular. Veremos
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