Noticias de Cantabria
Opinión 12-03-2019 12:23

Burbuja electoral, por Manuel Olmeda Carrasco

Desde el punto de vista económico, y por extensión político, la burbuja implica un fuerte incremento en el precio de un activo que genera espectaculares subidas futuras no exentas de riesgo. Cumplida la convocatoria anticipada de elecciones, se ha iniciado una campaña electoral irregular, larga, insólita, tramposa.

 

 

 Unos y otros se dirigen dardos, ignoro si envenenados, con objetivos desacreditadores porque es más rentable divulgar maldades del rival que exponer programas aburridos y de dudoso cumplimiento. Sin duda alguna, se ha abierto una veda que -en el fondo- jamás estuvo totalmente cerrada. Han convertido las legislaturas en estúpidas campañas electorales, abandonando los intereses ciudadanos, a la vez que activan todos sus desvelos gubernamentales solo esos quince días reglamentarios. Llevamos unos cuantos lustros de desnaturalización democrática sin que la sociedad ofrezca muestras de encontrar respuestas y poner final a dicha situación. 

Las campañas electorales son hoy carreras de fondo.

Por este motivo surgió el vocablo “dopado” para acusar a otros de juego sucio respecto a igualdad de oportunidades. Si no recuerdo mal, fue Podemos quien acusó a Rajoy de financiación ilegal, en dos mil quince, acusándolo de aumentar su “energía” financiera de modo totalmente licencioso, corrupto. Sin embargo, cualquier abismo abierto, no estrictamente financiero, entre partidos pudiera entenderse como impulso ilegal y denunciable ante la Junta Electoral. Es evidente que esa desigualdad encierra una quiebra democrática y los practicantes exhiben cierto desprecio al sistema liberal. No me extraña que partidos de izquierda, más o menos radical, llevados por su esencia totalitaria, utilicen con avidez esta práctica consecuencia de su inclinación genética. Resulta, asimismo, extraño que la derecha, más o menos centrada, de claro perfil democrático, siga -temeraria- parecida trayectoria.

Sánchez, campeón del camelo, de la estafa, aprovecha todos los resquicios que le permite el poder, incluso mordisqueando la legalidad. Dice Chomsky: “La propaganda es a una democracia lo que la coerción a un Estado totalitario”. Semejante cita contrasta cuál es la raigambre democrática de partidos que fían su esencia al mero nominalismo, pero cuyos dichos y actitudes descubren, aunque quieran excusarlo, una entraña dictatorial. Nuestro presidente, frío a dicho manifiesto, hace leña propagandística sin importarle menoscabo democrático alguno, tal vez porque le quede grande (también fingido) dicho soporte. Asido a dos barajas, Sánchez, perpetra juegos de magia escoltados por un semblante sobrio. Consuma variedad de tejemanejes con rictus intenso, seductor, falsario. Las autoglosadas lealtades en la oposición no pasaron de tenues gestos cómplices abiertos a una salida “digna”. ¿Recuerdan el apoyo dado al inoperante ciento cincuenta y cinco? Era el adalid del sí pero no, a falta del no y no.

Terry Smith ha desarrollado “la teoría del mayor tonto y formación de burbujas”. Es un postulado económico, pero tiene validez política. Consiste en invertir en negocios o acciones ruinosas pensando que los puede vender luego a otros más tontos. Pensemos de pasada, como ejemplo plástico, en la bola de nieve que, guiada por manos codiciosas, quizás sacrílegas, alcanza dimensiones colosales hasta que alguien la destruye. Pedro, que bien pudiera ser el del cuento, ha hecho de la política un globo permanente. Invirtió, según las crónicas, tiempo y dinero con su viejo Peugeot iniciando una burbuja que vendió satisfactoriamente a los afiliados socialistas. Pasados unos meses siguió invirtiendo capital con aquel famoso “no es no”. La burbuja iba creciendo, entre desastres electorales, hasta que la compraron Podemos, independentistas, PNV y Bildu. Al final, Pedro consiguió tontos útiles a los que endosó aquel negocio infecto recogiendo él un rédito prominente, imprevisto, casi milagroso.

Hoy, Sánchez, encumbrado por necios que le compraron “a precio de ganga” aquel agiotaje catastrófico, cambia el viejo Peugeot por el Falcon y su patrimonio personal por financiación pública. Vivifica -ya sin peligro económico, inmune e impune- una tercera burbuja que pretende “colocar” al tonto perenne llamado a veces ciudadano, a veces gente. Se calcula que los “viernes electorales” costarán al erario la friolera de dos mil millones de euros. España y el PSOE darían por bueno tal derroche si la ciudadanía abre los ojos y lo manda a su casa, de donde no debiera haber salido nunca. Durante el mes y medio que falta para la jornada electoral, tiene previsto desmenuzar diferentes decretos-ley y ruedas de prensa panegíricas, petulantes que le permitan crear una burbuja, falsa como todas, para hinchar su exiguo capital político. Si lo consigue (personalmente no lo creo) dispondrá de cuatro años para destrozar un país y una sigla ilustre con la venia de sus militantes.

Una noticia nace cuando los medios se acuerdan de ventarla; mientras, queda en espera difuminada por un silencio sepulcral. El político, la propaganda, se fundamenta en ellos inevitablemente. Resulta curioso que haya reseñas medulares cuya realidad queda relegada a las tinieblas informativas y otras triviales -o ya conocidas- hiperalimentadas por una prensa canallesca, fanática. Esta mañana, sin ir más lejos, se hablaba de un reportaje sobre las varias humillaciones sufridas por mujeres migrantes en la fresa de Huelva. Los extractos me parecen llamativos, relevantes, y el hecho de obligada denuncia por la ignominia social que desprende. No obstante, el autor era el mismo que fue a Venezuela a loar a Maduro; asimismo, a encubrir su despótico gobierno. Ya lo dijo un comunicador reputado: “El propósito de los medios masivos no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante”. Tal deontología triunfa en la mayoría de las redacciones, un imperio tan putrefacto como el político.

No terminaré aquí mis lucubraciones sobre la larga e inmunda campaña electoral que nos espera porque, como sostuvo Bertand Russell: “Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”. Espero que quien tenga todavía fe en estos aventureros sepa dirigir su sufragio hacia el viaducto correcto, aunque vete a saber qué destino final han de darle. En todo caso, no se dejen convencer por los cánticos de sirena que desprende cualquier burbuja electoral.

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