Noticias de Cantabria
Opinión 17-08-2020 06:30

Buñuelos de viento, reparto y moción, por Manuel Olmeda

Muchas veces me he preguntado qué hemos hecho los españoles, qué delitos sociales arrastramos, para merecer gobernantes como Zapatero, Sánchez y, en menor medida, Rajoy.

 

    Sería absurdo inquirir a estas alturas quién no ha oído hablar de los buñuelos de viento, así como preguntar qué tienen de especial. Nos estamos refiriendo a un dulce sabroso, específico de ciertas festividades, que aumenta su volumen primigenio de modo espectacular. Por ello, la coletilla viento totaliza gran parte del propio continente, siendo al final sustancia distinguida, casi esencia. Aire, puro aire, gas. Las sociedades están llenas de buñuelos, individuos cuya estructura ética e intelectual viene rebosante de viento, humo, nada. Tres sinónimos sociales que entronizan metáforas capaces de dibujar, tal vez caricaturizar sea más ajustado, a personajillos que protagonizan —bajo máscaras postizas— papeles, al menos inquietantes cuando no siniestros.

 

     Quien guste de lucubraciones y análisis sabe, desde octubre de dos mil dieciséis, que Pedro Sánchez, además de mentiroso compulsivo, es un auténtico buñuelo de viento. Eso sí, muestra pocos escrúpulos y ninguna disposición hacia el bienestar de los españoles. Las crónicas que recogían los avatares de la época, contaban el tesón utilizado para seducir a los afiliados del PSOE (por cierto, luego relegados al olvido inicuo), rehacerse con la secretaría general y montar un cortejo fiel, adepto e inexpugnable. Fíjense mis ambles lectores, qué desvelos siente por el país y sus moradores cuando en pleno rebrote de la pandemia y apabullados por una situación económica cada vez más desoladora, se va de vacaciones a la Mareta, residencia real regalo de Hussein de Jordania a Juan Carlos I, que tiene guasa con la que le está cayendo al emérito.   

 

    Groucho Marx cuenta este diálogo entre dos caballeros: “—Señor, esta señora es mi esposa. ¡Debería usted avergonzarse! —Si esta señora es su esposa, ¡usted es el que debiera avergonzarse!”. Viene al pelo para hacer un paralelismo perfecto entre España, que tiene por esposa a Pedro Sánchez, y otra nación europea o no. Verdad incuestionable cuyo trasfondo desenfadado no le quita fundamento ni realismo. Tener que llegar al chascarrillo para perfilar nuestra situación como ciudadanos de un país históricamente envidiado, me produce vergüenza ajena. No ya por la señora que nos subroga, que también, sino por el papel advertido, hipotético, de “consentidor” (antaño, cabrón) que se entrevé en el diálogo y debemos cargar como españoles. Los independentistas no se sienten constreñidos. ¿Nos callamos? ¿Somos o no somos? He ahí el dilema.

 

    La Conferencia de Presidentes en San Millán de la Cogolla, donde se establecerían las líneas del reparto autonómico procedente de la Comisión Europea, fue un monumento a la propaganda gubernamental, una burla provocadora e impune a los ciudadanos y al rey, primero de ellos. Previo a la reunión, Sánchez prometió a Urkullu, ante su negativa a ir, una compensación extraordinaria por contar con su presencia cara a ¿enaltecer? el boato. Torra era asimismo innecesario, tóxico, perjudicial. Atentos. El Consejo de Política Fiscal y Financiera había aprobado un déficit autonómico, para el año en curso, del cero punto dos por ciento. A Urkullu, presidente del gobierno vasco (PNV, seis diputados), por acudir a la cita le permite un déficit del dos punto seis por ciento (varios miles de millones extra) ¿Tienen algo que decir los diputados socialistas de Andalucía, Extremadura o Castilla la Mancha?. Al parecer, lo mismo que los diputados del PP, en estas Comunidades, cuando gobernaba Rajoy y daba a vascos y catalanes lo que no está en los escritos.

 

     Consolidado el escenario, vienen las frases rimbombantes, barrocas, hueras, para gloria del personajillo y miseria del país. “Se creará una comisión interministerial para liderar el fondo de recuperación con una unidad de seguimiento en el gabinete de la presidencia a fin de promover la colaboración público-privada a través de un grupo de alto nivel”. ¿Otra comisión de expertos, sin expertos? Algo parecido a un charco de ranas, sin charco ni ranas. “Finalizada la etapa de resistencia al coronavirus se inicia la fase de reactivación económica”. “Dentro de unos años, cuando se acabe con la pandemia, los pilares del crecimiento que disfruten los trabajadores del futuro serán mucho más sólidos”. Pone punto y seguido al cúmulo de estupideces con otra estupidez: “Para el reparto habrá cuatro prioridades: Transición digital, transición ecológica, igualdad de género y cohesión social”. Es un ejemplo tipo, pero omito muchas más.

 

     Es imposible repartir lo que no se tiene y a Sánchez todavía le queda camino para convencer a Europa, si llega a convencerla, pese a sus dotes muy disminuidas en aquellas latitudes. Cuando llegue el momento, hasta sus correligionarios sospechan que olvidará todo principio solidario y el reparto arbitrario, descabellado, beneficiará a quienes lo mantienen en La Moncloa. No es ninguna novedad el ostracismo que impone a quien desautoriza sus pretensiones u objeta sus habituales disparates. El prólogo de San Millán deja al descubierto talante e intenciones. Desde el primer segundo, ha dejado bien claro que de España le importan solo los palacios, jets y helicópteros; es decir la parte tangible del Patrimonio Nacional, incluyendo los servidores que la complementan.

 

      Muchas veces me he preguntado qué hemos hecho los españoles, qué delitos sociales arrastramos, para merecer gobernantes como Zapatero, Sánchez y, en menor medida, Rajoy. La falta de contestación me asombra más que si encontrara alguna con algo de sentido común. Y no la encuentro porque es una obviedad paradójica (lo obvio constituye un estadio curioso de la cognición, una especie de tierra de nadie, pues huye del requerimiento y, por ende, esconde la respuesta). Lo “obvio” no siempre es obvio. Curiosamente, sin conformar solo materia, nuestra entraña queda sometida a las leyes de Newton y genera con aquellas “vísceras” de quienes aspiran a gobernarnos una atracción recíproca, temeraria e indestructible. Acaso sea consumación incontrolada del fatalismo atávico, trascendente. En todo caso, termina siendo algo insólito lo de este país.

 

      Si todo esto fuera nimio, viene Vox y anuncia Moción de Censura contra Sánchez al inicio del nuevo curso parlamentario. Me parece una forma inteligente de decir algo nuevo, esperanzador. No por el resultado, conocido de antemano, sino por las apreturas estomacales que puede producir en estómagos encogidos, llámense PP o Ciudadanos. A más, a más (como dirían los catalanes), puede alcanzar también el vientre del gobierno social-comunista, aunque no lo descomponga. Precisamos, ante el desconcierto presente, que cada cual descubra sus revestimientos externos e internos; es decir, enseñar sus costuras. Aparte aspectos de compleja cuantificación y suerte, el único pero que yo pondría a este aviso inesperado es la premura de su ejecución. Señalaría al equipo rector de Vox lo que dijo la zorra: “Están verdes”. El momento adecuado, maduro, vendría cuando se pongan las “cosas” imposibles. ¿Noviembre? ¿Diciembre? Por ahí, por ahí.

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