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Opinión 14-12-2020 09:05

¿A dónde van con la educación? Por Juan Goti Ordeñana

Según la historia de la enseñanza y la exigencia de la sociedad, la nueva ley de la LOMLOE, es todo lo contrario a educar en democracia. Y si a esto unimos el historial de la ministra Celaá, la incoherencia marca niveles de falta de sentido común y compresión de la realidad

 

No me es fácil decir, desde un principio, en qué va a consistir este artículo. ¿Será de pura crítica? No, al menos sin más. Pues mirará tanto el futuro como al pasado. Más al pasado, porque recordará cómo han ido formándose los estudios en la tradición. Nunca, hasta ahora, la educación fue destructora de la persona, siempre trató de que se avanzara en la formación de la personalidad, pero según la visión de los enseñantes, que son los que funcionan en los colegios, esta nueva ley de LOMLOE, o como vulgarmente se llama «ley Celaá», camina a la destrucción de la inteligencia de los alumnos.


En la formación de la persona hay dos aspectos que hay que promover: la educación y la instrucción en las diversas ciencias que preparan a la persona para el papel que tiene que jugar en la sociedad, cuando llegue a la madurez. Estos dos aspectos se distinguían bien en otro tiempo. Cuando el Estado fundó este Ministerio, en 1900, se denominó Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, dejando la educación como función de los padres.  Como esto era de otros tiempos, alguien me llamará anticuado, pero cuando los niños eran educados por los padres tenían un talante, que distinguía a los hijos de cada familia, esto es, tenían una educación con carácter. Luego venía la instrucción que era el cúmulo de conocimientos para el desarrollo del oficio que la persona tenía que jugar en la sociedad. Cuando la función de los padres y del Estado se desarrollaban en armonía cada uno en su campo, la persona solía tener un equilibrio psicosocial. Ahora con este acaparamiento de ambas funciones por los Gobiernos, se produce en la persona un desequilibrio sicológico, afectando a la sociedad, de modo cada vez más alarmante.


El primer punto de donde parte este desajuste para la persona ha sido la destrucción de la familia, que se advierte de forma muy visible en los hijos de las familias separadas, pero también afecta a las otras familias. Aun en el caso de que no exista esa separación, desde los primeros años, a los niños se les aparta de sus padres y recluye en jardines de infancia, donde, aunque no haya mala voluntad, a los niños se le proporciona dos líneas de afectos, con lo que se limita o desvía de amor de la unidad familiar, y a muchos afecta de modo que los hijos pierdan el respeto y consideración de los padres. ¿Cuántos niños chantajean a los padres? ¿Cuántos casos hay de los que maltratan a sus padres? Es el primer resultado de esa ruptura de las familias. El desequilibrio psicológico de muchos jóvenes se advierte a medida que van entrando en la juventud. Ésta, en realidad, es la masa adecuada para que se le pueda dar una ley como ésta de la LOMLOE, que pretende crear jóvenes sin formación humana, y constituyendo un campo propicio para vivir de cualquier ideología, porque no saben medir los fines de la persona.


La enseñanza universitaria comenzó en la Edad Media, pero la enseñanza general de los niños se inició en la segunda mitad del siglo XVI, después que los teólogos profesores de la Escuela de Salamanca afirmaran que la soberanía estaba en el pueblo. Parece que con esta idea se despertó el interés de que este pueblo tuviera una formación, y pudiera ser consciente de la función que tenía en la sociedad. En este tiempo se inició una enseñanza en los lugares donde se instaló la nueva compañía de jesuitas, que desde un principio programó la enseñanza en dos niveles: una general y gratuita para todos niños que quisieran asistir, y otra más elevada que denominaron Colegios Menores, donde se daba una buena formación humanística, como reconoce Renè Descartes, quien alaba la enseñanza jesuítica, aunque dice que él va a seguir su propia orientación en la investigación, pero envió a su hijo a formarse en la enseñanza jesuítica por su gran calidad. En estos Colegios Menores recibió, también, su formación humanista Condorcet, que luego programó la enseñanza en la Revolución francesa, y lo hizo siguiendo el método de estudios jesuíticos, dividiendo igualmente la enseñanza en dos niveles: primaria y estudios de humanidades, método que luego se ha seguido en toda Europa.


Ahora bien, la Revolución Francesa comprometida con el despotismo, no se propuso formar al pueblo mediante una lógica evolución, sino imbuyéndole la ideología que había asumido. En realidad, siguió el esquema de ideas de la escuela española de Salamanca: «libertad, igualdad y fraternidad», pero ocultó el origen y lo enseñó como invención suya. El único cambio fue quitar a Dios y prohibir la religión tradicional, con lo que suprimían la razón de ser de los principios que habían asumido. De modo que los revolucionarios predicaron una moral nueva, para ser despojado el pueblo de su fundamento religioso que venía siendo vivido, y presentaron «una ética desnuda, laica, completamente secularizada» (Aranguren). De aquí parte el enfrentamiento entre la tradición y la creación de una sociedad laica.


El objetivo de la Revolución Francesa no fue educar al pueblo, sino imbuirle la ideología que ellos habían construido, pensando que la reforma de la sociedad consistía en crear suficientes aulas desde donde educar a sus súbditos lo que entendían por democracia. Pero una sociedad no se transforma desde arriba, y los objetivos propuestos no son fáciles de alcanzar, pues todo aprendizaje necesita de un ejercicio, y crear una sociedad democrática es una cuestión de praxis de democracia, pero esto no se logra si se está fuera de lo que es la naturaleza humana. Proponer una educación en valores cívicos para la ciudadanía, como instrumento de dominación, y negando a los padres su función en relación a la educación de los hijos, en realidad, es todo lo opuesto a la democracia, es más bien un sistema de opresión.


Desde que empezó la Edad Contemporánea, iniciado con la ideología laicista de la Revolución Francesa, ha sido una constante pugna del Estado para arrancar a los hijos de la educación de los padres, e imponer una ideología estatalista, lo cual es un error según la doctrina clásica, pues la soberanía es del pueblo no del Gobierno, quien debe limitar su función a administrar la convivencia para alcanzar el bien común, no para imponer ideologías y crear unos gobernantes déspotas de privilegiados.


Según la historia de la enseñanza y la exigencia de la sociedad, la nueva ley de la LOMLOE, es todo lo contrario a educar en democracia. Y si a esto unimos el historial de la ministra Celaá, la incoherencia marca niveles de falta de sentido común y compresión de la realidad.


Son muchos los que ponen en duda que la ministra Celaá, con su formación y actividad, haya podido redactar una ley como esta, y más cuando otrora hablaba así: «Asumiendo que, si bien el euskera es la lengua específica del País Vasco, lengua propia es también el castellano, porque, ¿cómo no considerar lengua propia la lengua materna del 80% de los vascos?». Si se expresaba así en un artículo de opinión en el Correo de Bilbao en 2005, siendo diputada autonómica por el PSOE, y abogaba que en el estatuto de Gernika se reconociera el español como lengua propia de Euskadi, esta ley se le ha impuesto por algunos grupos del Gobierno. Por ello no ha sabido contestar a las objeciones que se le han presentado. Pero como ministra se ha dicho: bien vale un Ministerio la firma de una ley, aunque sea disparatada.

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