Noticias de Cantabria
10-03-2014 10:44

Y es que el motor que mueve la sangre por mis venas

Y es que el motor que mueve la sangre por mis venas, el corazón, me habla siempre en silencio, y me dice, muchas veces, que todos somos unos mendigos... en busca del amor, en busca del amor de nuestro semejantes. Hoy han hablado tres necesitados, mañana... Pero, es cierto y verdadero que, sin lugar a dudas, los indigentes también aman, los pobres también desean ser padres, los mendicantes también son honestos…, y seres humanos como nosotros…

Y es que el motor que mueve la sangre por mis venas, el corazón, me habla siempre en silencio, y me dice, muchas veces, que todos somos unos mendigos... en busca del amor, en busca del amor de nuestro semejantes. Hoy han hablado tres  necesitados, mañana... Pero, es cierto y verdadero que, sin lugar a dudas, los indigentes también aman, los pobres también desean ser padres, los mendicantes también son honestos…, y seres humanos como nosotros…

Amanece como de costumbre, y trato de escribir la historia de un hombre. 

Era tarde y tenía mucha prisa. Poca gente circulaba por la calle; sólo un hombre sentado sobre las escaleras de un portal, quien me dijo: "¡Eh!, escuche...". Paré mis pasos, preguntándole: "¿Le ocurre algo?". Cruzamos nuestras miradas, mientras sostenía en sus dedos un cigarrillo apagado, diciéndome: "¿Me da fuego?". Yo no fumo, le contesté.  

¿Quién sería aquel personaje? Vestía ropas cansadas por el tiempo, sin afeitar, y tendría sobre setenta y siete años. Volviendo sobre lo andado, le dije: "Tome, tome... cien pesetas". "No pido limosna y nunca la he pedido", me contestó. Para enmendar mi anterior error, continué diciéndole: "¿Quiere tomar un vino?". Al instante, respondió: "Poco bebo y cuando lo hago me lo pago yo".  

Por mi cabeza circulaban mil y una preguntas, y le interpelé: "¿Qué desea entonces?". Al momento, contestó: "¡Hablar!, hace más de un siglo que no hablo con nadie". Le sonsaqué si contaba con familia y contestó que tenía tres hijos y cuatro nietos. "Más vale no hablar...; y, con la vejez, pierde uno hasta los buenos amigos", concluyó diciendo.  

He leído poco y me han contado algunas cosas sobre los ancianos. Allí se encontraba una de esas criaturas solitarias, un semejante que sólo solicitaba "hablar"... y una cerilla que no le pude dar. Verdaderamente era alguien que estaba mendigando humanidad; bueno..., sí era realmente un ser que estaba solo.  

Me arrepentí después de no haber estado más tiempo con él -ahora que está de moda  no arrepentirse de nada (ni los políticos cuando mienten o se equivocan, ni los economistas cuando yerran en sus pronósticos...)-, con su soledad y sus miedos, su aislamiento..., que será el que uno tendrá a pocos años vista, si la sociedad en la que estamos inmersos no cambia sus costumbres deshumanizadas.  

Cuando viejos comienzan nuestras grandes limitaciones físicas e intelectuales y entonces el afecto, la comprensión, el cariño... suplen unas y otras. El último recorrido de mi corta o larga vida la veo más llevadera dentro de la convivencia familiar y no aislada en tristes residencias que, aunque bien atendidas y limpias, son paredes muertas de mi propia soledad. Hay un antiguo proverbio chino que dice: "De jóvenes somos hombres, de viejos, niños". Pues bien, ¡cuidemos a los niños!  

Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se olvidan de forman personas -jóvenes-, que son los verdaderos motores para construir un mundo mejor que el nuestro. La historia así nos lo enseña, y Rubén Darío también en su maravillosa Canción de Primavera: "Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! (...)".  

Pues ha llegado el tiempo de comprender que la mujer está dotada de memoria, entendimiento y voluntad, y corazón para sentir y amar al mundo entero: aman lo bueno y lo malo también, con ese motor que impulsa la sangre llamado corazón. Y es que cuando besan las mujeres...embelesan, y nos cautivan nuestros sentidos, y todo lo hacen sus manos: ¡Qué hablan de amor cuando cogen!, de besos son todo halagos. Y cuando besan sus labios...yo digo: ¡Fueron sus manos! Manos femeninas, belleza de mujer.

En las empresas, públicas y privadas, se hallan ya muchas mujeres desempeñando labores propias de hombres, pero sin perder un ápice su identidad femenina. He de reconocer que las últimas no son remuneradas en la misma moneda con que se paga a los hombres, pero en las primeras han alcanzado el grado “súum cuique”(a cada cual lo suyo). Muchas veces, y por desgracia, sufren el consabido acoso sexual por parte de sus jefes y compañeros, teniendo que abandonar sus puestos de trabajo antes que someterse a satisfacer deseos sexuales–contra su voluntad–de desaprensivos y aprovechados. Denunciad esas conductas para salvaguardar vuestra libertad sexual.

Quien ama y respeta a una mujer está amando y respetando al mundo entero. No olvidemos que, si nosotros estamos pernoctando en este valle de lágrimas, se lo debemos a ellas. Detrás de un hombre hecho siempre se encuentra una mujer hecha. “La mujer quiere ser amada sin razón, sin motivo; no porque sea hermosa o buena o bien educada o graciosa o espiritual, sino porque es” (Amiel, diario íntimo II).

 

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