Noticias de Cantabria
27-12-2007 11:38

Sarkozy pasea su amor entre faraones

Además del lógico interés para la prensa rosa, el romance entre Nicolás Sarkozy y Carla Bruni, que en estos días pasean su amor Nilo arriba, Nilo abajo, está llamado a revolucionar el marketing político de los próximos años.

Hasta ahora, se suponía que los electores premiaban la estabilidad emocional de sus dirigentes, al punto que una crisis matrimonial no sólo era fuente de infelicidad sino también un lastre en las encuestas. En este nuevo esquema se utiliza profusamente la vida privada para hacer política y se busca el fervor de los ciudadanos, que no saben si han elegido a Napoleón o a Casanova, pero que aprecian la sinceridad del gobernante para proclamar su amor a los cuatro vientos.

Es cierto que el caso de Sarkozy no es extrapolable, porque es difícil encontrar a alguien que trate de desactivar una huelga de transportes anunciando oficialmente la separación de su esposa (Cecilia) o que se lance cual caballero volante a liberar enfermeras o azafatas, ya sean búlgaras o españolas. El diario Le Monde, que a principios de este mes se dedicó a contar las apariciones televisivas del presidente en las seis grandes cadenas francesas para confirmar que estaba hasta en la sopa, ha bautizado sus modos de Sarko-show, una producción del Eliseo en el que se borra la frontera entre vida pública y privada para alimentar en forma de culebrón las pasiones de la plebe.

En España esa frontera ha sido poco menos que infranqueable, y salvo incursiones aisladas en la vida ajena, como ha ocurrido recientemente con la separación de la infanta Elena, el pacto tácito de discreción entre la Prensa y los políticos se ha mantenido como norma general. La historia juzgará si los presidentes de la democracia han merecido el cargo, pero, a tenor de las hemerotecas, han sido esposos ejemplares. Si alguno de ellos ha tenido devaneos extramaritales o si sus relaciones han sufrido baches, rumores aparte, nunca han sido objeto de atención mediática.

Respecto a la intimidad de nuestros políticos, sexual o no, siempre hubo maledicencia, aunque habitualmente se consideró terreno no transitable. De algunos conciliábulos surgió, por ejemplo, la especie de que Felipe González era un adicto a los corticoides, lo que explicaba, según se decía, su aspecto embotado y la hinchazón de su rostro; se extendió la falsa certeza de que José Borrell era homosexual y hasta se le buscó un novio torero, circunstancia de la que el propio político se burlaría en un consejo de ministros; se argumentó otra supuesta homosexualidad, la de Mariano Rajoy, tomando como fuente de autoridad al propio Manuel Fraga y su recomendación de que se casara rápidamente si quería llegar a algo en política; y más recientemente, se atribuyó a Pasqual Maragall una denodada pasión por el morapio, una habladuría que, a diferencia de las anteriores, sí fue usada públicamente para desprestigiarle.

Finalmente, los creadores de chismes no dudaron en asignar una aventura extramatrimonial a José María Aznar con Cayetana Guillén Cuervo, bulo cuya dimensión obligó a la actriz a un desmentido rotundo, por no hablar de la pretendida e inminente separación de Aznar y Ana Botella, que el matrimonio ha negado bruscamente además de considerarla infamante.

El fenómeno ha sido distinto en Estados Unidos o en Gran Bretaña, donde se considera que la vida privada de un responsable público puede determinar su comportamiento en el ejercicio del cargo, por lo que ha de ser conocida e investigada. Pasados los tiempos en los que se preservaba la imagen de Roosvelt, al que nunca se retrató en silla de ruedas, o se callaba sobre los amoríos de Kennedy, ya no es la Prensa sino los propios adversarios políticos los que desgastan al rival aireando sus pasiones, como bien debe de saber Bill Clinton.

El estilo Sarkozy ha venido a complicar las cosas. ¿Y si lo que interesa es demostrar al votante que el político es un playboy? ¿Pueden ganarse unas elecciones desde la cama? Arduo camino para los estrategas.

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