Noticias de Cantabria
24-09-2012 13:32

La soledad dentro de la multitud

La pobreza nos conduce a la soledad, al hecho siempre de sentirse solo, de forma voluntaria o involuntariamente: según los diferentes casos y circunstancias.

El hombre/ mujer pueden ir todos los días al trabajo(¡Trabajo y dónde…!), ir a reuniones, fiestas, congresos, fiestas, circular de un lado al otro por las calles sin comunicarse realmente con los demás seres humanos( incluyo a los perros: los mejores amigos del hombre); éste es el gran problema de nuestra actual sociedad del siglo XXI-con sus luces y sus sombras-: la soledad dentro de la multitud, como si se tratase…de un opio que nos envuelve.

En cualquier caso, malo es reducir la política a un enfrentamiento entre pobres y ricos, suprimiendo esa clase media tan necesaria en todas las naciones, que se precien de ser democracias: es como extender una mano a la esperanza hecha vida, insisto, que nos prometen las democracias liberales: éstas últimas han de ser superiores a las monarquías, las aristocracias, las teocracias, los totalitarismos comunistas( hoy casi muertos…) o a cualquier ideologías de las que pululan por esos mundos de Dios. “(…)

Os doy este signo: cada pueblo habla su lengua del bien y del mal, que el vecino no comprende. Ha inventado su propio lenguaje de costumbres y derechos. Pero el Estado dice mentiras en todas las lenguas del bien y del mal; y en cualquier cosa que os diga, miente, y cuanto posee, lo ha robado”, Nietzsche, Así habló Zaratrusta.

Nos falta comunicación abierta y sana entre nuestros corazones–hoy piedras muertas que producen soledad–, que de hecho emanan cantidades ingentes  de seres humanos que viven solos, o, de otro modo, en compañía de perritos de compañía. Nos sentimos solos y distantes, voluntaria o involuntariamente, pero solos...al fin y a la postre. Muchas veces nos  encontramos solos a pesar de estar rodeados de personas a nuestro alrededor, y así, sin duda, se bloquea nuestra vida afectiva y de relación.

Nos falta amor..., que es entrega y muchas veces sufrimiento al mismo tiempo. Somos seres vivos mientras pernoctamos en este valle de lágrimas, y por esto, sencillamente, hemos de motivar nuestra libido–deseo sexual propio de cada uno de nosotros–, para que dos seres humanos se amen, se quieran, se deseen...

Y tanto es así que mi corazón–que emana amor por los cuatro costados–, me dijo: “La vi solo unos instantes, sola, sobre la quieta nieve emanando dulzura, quietud, belleza...eternidad. Desnuda estaba decúbito prono, pero enseñando nada en su desnudo cuerpo. Escuche voces, divinas palabras...Su cuerpo emanaba olor puro rosas, no concupiscencia; allí donde los ojos admiraban sin clavar dardos venenosos, allí donde pensamientos se sumaban en el olvido, allí donde el hombre contemplaba en ella a su Dios Creador”.

Se pregunta uno, muchas veces, qué espera el mundo de nosotros. Y mi corazón al pronto me responde: humanidad, más humanidad con nuestros semejantes. Y es que el mundo en que vivimos se nos está viniendo abajo, económica y moralmente hablando. Nos falta esa necesaria humanidad de respeto y cariño para con los demás. Nos falta espiritualidad en nuestros corazones–y no me importa, o no nos debe importar que cada cual practique “la religión” que le enseñaron sus progenitores, pues todos tenemos el mismo Dios: el Dios de todas las religiones.


Generamos sentimientos y emociones negativas, que nos conducen a la creación de seres solitarios, muchos seres solitarios que pululan por esos  mundos de Dios. Si me siento triste, si me siento abandonado, si siento angustia en mi corazón–mano abierta a la vida es el último, y triste pero noble es reconocerlo–, me transforma en un hombre solitario parcial y/o temporal hablando. Entonces surge la historia–triste, verdadera, inventada, quizá fue un sueño... de “Las_mil_y_una_noches”,… y qué se yo–, que describo a continuación.


...Era tarde y tenía mucha prisa. Poca gente circulaba por la calle; sólo un hombre sentado sobre las escaleras de un portal, quien me dijo: “¡Eh!, escuche...”. Paré mis pasos, preguntándole: “¿Le ocurre algo?”. Cruzamos nuestras miradas, mientras sostenía en sus dedos un cigarrillo apagado, diciéndome: “¿Me da fuego?”. Yo no fumo, le contesté.

¿Quién sería aquel personaje? Vestía ropas cansadas por el tiempo, sin afeitar, y tendría sobre setenta y siete años. Volviendo sobre lo andado, le dije: “Tome, tome...cien pesetas”. No pido limosna y nunca la he pedido, me contestó. Para enmendar mi anterior error, continué diciéndole: “¿Quiere tomar un vino?”. Al instante, respondió: “Poco bebo y cuando lo hago me lo pago yo”.


Por mi cabeza circulaban mil y una preguntas, y le interpelé: “¿Qué desea entonces?”. Al momento, contestó: “¡Hablar!, hace más de un siglo que no hablo con nadie”. Le sonsaqué si contaba con familia y contestó que tenía tres hijos y cuatro nietos. “Más vale no hablar...; y, con la vejez, pierde uno hasta los buenos amigos”, concluyó diciendo.


He leído poco y me han contado algunas cosas sobre los ancianos. Allí se encontraba una de esas criaturas solitarias, un semejante que sólo solicitaba “hablar”...y una cerilla que no se la pude dar. Verdaderamente era alguien que estaba mendigando humanidad; bueno..., sí era realmente un ser que estaba solo.


Me arrepentí después de no haber estado más tiempo con él-ahora que está de moda no arrepentirse de nada1 (ni los políticos cuando mienten o se equivocan, ni los economistas cuando yerran en sus pronósticos...)-, con su soledad y sus miedos, su aislamiento..., que será el que uno tendrá a pocos años vista, si la sociedad en la que estamos inmersos no cambia sus costumbres deshumanizadas.

Cuando viejos comienzan nuestras grandes limitaciones físicas e intelectuales y entonces el afecto, la comprensión, el cariño...suplen unas y otras. El último recorrido de mi corta o larga vida la veo más llevadera dentro de la convivencia familiar y no aislada en tristes residencias que, aunque bien atendidas y limpias, son paredes muertas de mi propia soledad. Hay un antiguo proverbio chino que dice: “De jóvenes somos hombres, de viejos, niños”. Pues bien, ¡cuidemos a los niños!

Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se olvidan de forman personas- jóvenes-, que son los verdaderos motores para construir un mundo mejor que el nuestros. La historia así nos lo enseña, y Rubén Daríoo también en su maravillosa Canción de primavera: “¡Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver! (...)”.

Hemos de salir de este profundo y triste rió que recorre nuestras venas llamado soledad: cuando se decaen nuestras fuerzas internas del sentimiento, es fácil caer en una depresión afectiva–que hiere nuestros sentimientos–, y, que, posiblemente nos llevará a un estado de ánimo muy común en nuestra sociedad actual: la depresión. Ésta es la tan temida y común enfermedad del sigloXXI, que puede degenerar inexorablemente en el suicidio: enemigo público número de nuestra actual juventud. Nacer  es una alegría y morir es una tristeza..., mas sabio, prudente y bueno es vivir el día a día: recordando alegrías y olvidando tristezas.

 


 

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