09-09-2011 13:30
Eficacia de los medicamentos genéricos
Durante los años de estudio en la Facultad de Medicina, y a partir de la asignatura Farmacología, solamente se habla, en referencia a los medicamentos, de principios activos, llamados actualmente genéricos, y no es hasta que, en pleno ejercicio profesional, se toma conciencia de que tal principio activo corresponde a tal patente. Al menos así era hace más de cuatro décadas.
El pasado año fueron aprobados por la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS) más de mil medicamentos para su comercialización, lo que significa doble cantidad que hace dos lustros, con un aumento excesivo de medicamentos genéricos (72%) en detrimento ostensible del suministro de fármacos de patente y/o innovadores.
Desde hace largo tiempo es el propio Estado de Bienestar Social quien trata de concienciar a la población de la bonanza de los medicamentos genéricos con la voz política de que hay que utilizarlos para ahorrar en la colosal factura sanitaria, sin olvidar que existen algunos medicamentos de patente que facturan por debajo del precio de los medicamentos genéricos, incluso hay casos en que el mismo laboratorio tiene el producto de patente y su genérico al mismo precio. Un contrasentido comercial comprensible.
La idea en sí es buena, apuntaría que buenísima, incluso magnífica, si no fuera porque todos los medicamentos genéricos tienen muy bajo coste, su ahorro es insignificante y se fabrican en múltiples laboratorios, aportando cada uno la fórmula magistral idiosincrásica con la mínima sal de sustancia y con excipientes de lo más variopintos, como mucho parecido, a fin de obtener beneficios adecuados al uso y margen de comercio legal. Por tanto, por mucho que se remache, ningún medicamento genérico es igual a otro al ser fabricados por diferentes laboratorios.
Con la experiencia de los años pasados es fácilmente comprobable la sorprendente diferencia sustantiva que existe entre un medicamento genérico y un medicamento de patente pues, tanto uno como otro, no tienen, ni pueden tener, la misma fórmula química ni la misma bioequivalencia, en referencia a la concentración y a la velocidad con la que el principio activo del fármaco llega al órgano/sistema afectado. Por tanto, cuando se lee que un medicamento tiene un 20% de variabilidad en la bioequivalencia indica que hay un 20% de variabilidad en la absorción del fármaco, un 20% de posibilidades de que se retrase su efectividad. Es más, dos equivalentes farmacéuticos no son bioequivalentes, mientras no se demuestre lo contrario. En distintos lotes de un producto de la misma marca puede haber una variabilidad en la cantidad de fármaco de hasta un 5%, o que desde que se fabrica hasta que caduca, la cantidad de principio activo en un medicamento puede bajar hasta un 10%. Todo ello se traduce en su retraso en la curación de cualquier patología. Tanto es así que, verbi gratia, si se empleara, y de hecho se hace, en casos puntuales, se emplea, el doble de la dosis genérica, casi produciría el mismo efecto que la dosis habitual del medicamento de patente.
Circula por ahí un póster que dice, más o menos: “Reciclar medicamentos es una costumbre sana”. De ahí que medicamentos usados y caducados, recogidos en farmacias, sean expedidos ¿adónde?, ¿acaso al tercer mundo?
Nadie duda de que los laboratorios hagan el consabido esfuerzo para que tanto la fórmula química como la bioequivalencia del medicamento genérico sean iguales al medicamento de patente, resultando difícil de creer que, desde el punto de vista comercial, donde entran en juego una serie de intereses, vender algo por debajo de su valor, algo devaluado, puede resultar tan eficaz como algo que está amparado por una investigación de patente. Por mucho que se recalque diciendo que es igual, como mucho, en el mejor de los casos, será parecido. Ambos se parecen, pero no son iguales, porque para ser igual ya está el medicamento de patente. Está comprobado que, con la administración del medicamento genérico, tanto la baja laboral como el proceso patológico se alarga en el tiempo, e incluso, en algunos casos, puede hacer peligrar la vida, mientras que con el medicamento de patente el tiempo de curación está en el límite de lo investigado como normal. Entonces, no sería tan disparatado afirmar que los medicamentos genéricos son a Sanidad lo que las marcas blancas a un supermercado, teniendo en cuenta que no todas las marcas blancas, ni todos los supermercados, son iguales. Con el todo es igual, y con el todo vale, se resume una apatía social en la que no interesa saber si es sí o si es no.
Por otra parte, en la última década, varios laboratorios punteros han decidido desinvertir en nuestro país porque sistemática y anualmente el gobierno de turno rebaja los precios de los medicamentos, tanto que los márgenes comerciales de los farmacéuticos está disminuyendo, no en progresión aritmética o geométrica, sino exponencialmente, lo cual perjudica ahora, y a la larga, a la buena marcha que tenía nuestra Sanidad.
El profesional médico, consciente como prescriptor que es, ante cualquier patología que se le pueda ir de las manos, tal que un proceso patológico alérgico, cardiológico, dermatológico, endocrinológico, gastrointestinal, ginecológico, hematológico, infeccioso, neumológico, neurológico, psiquiátrico, reumatológico, traumatológico, urológico, vascular, etc., tiene ante sí una muy ardua y grave tarea, como es la de ajustar adecuadamente la dosis de medicación de patente en el tratamiento, muy difícil de alcanzar, mal que pese, con una medicación genérica.
Teniendo en cuenta que la gestión y financiación de los recursos sanitarios es extremadamente desigual en todas y cada una de las comunidades autonómicas españolas, jamás debería depender de los partidos políticos, estando por encima de ellos, y estos jamás deberían hacer promesas en confrontaciones electorales. Sin embargo, cada comunidad, en particular, hace valer sus medidas discriminatorias, la mayor parte de las veces, consciente o inconscientemente, impidiendo, privando, restringiendo, interfiriendo la capacidad y libertad prescriptora médica, utilizando barreras tecnológicas perversas, excluyendo medicamentos del sistema de prescripción informática mediante una normativa de dudosa legalidad, quebrando el espacio de la relación médico-paciente, recortando los derechos de los pacientes en el acceso a medicamentos de patente en igualdad de condiciones respecto a los ciudadanos de otras comunidades, lo que supondría una vulneración de la ley.
Y como muestra está este botón: el gasto farmacéutico en medicamentos genéricos de la Comunidad Andaluza suma el 32,8 %, mientras que en Cataluña es el 28,5 %.
Y cada día que pasa es más difícil de entender esta obsesión, casi enfermiza, por publicitar esta alza del consumismo genérico, a fin de ahorrar en la factura farmacéutica anual, cuya puesta en marcha choca ante las normas deontológicas de la buena praxis médica, ya que alcanza su frontera, aparte de no garantizar, como fin, la seguridad del paciente a la vez de ponerle en peligro, con lo que, como siempre, y a la larga, toda esta parafernalia, no resulta nada, pero que nada, barata.
Tampoco hemos de olvidar, supongamos, que el medicamento genérico del Laboratorio Fulanito prescripto por el médico al llegar a la botica puede cambiarse, y de hecho se cambia, por el medicamento genérico del Laboratorio Menganito, pensando siempre en los márgenes comerciales, pudiendo ocurrir, y de hecho ocurre que, cuando el tratamiento es de larga duración, al mes siguiente o en sucesivos meses, el medicamento genérico ya es del Laboratorio Perantanito para terminar siendo del Laboratorio Zutanito, en un recorrido de auténtico calvario esquizoide. Porque, un suponer, ¿a cuál de los múltiples medicamentos genéricos de tal o cual antibiótico, de tal o cual antiinflamatorio, de tal o cual ansiolítico, etc. de esta larga cadena se le responsabilizaría, y a qué profesional (médico o boticario), ante una posible alergia no deseada?
Existen serias dudas sobre si los medicamentos genéricos aportan un ahorro real al cómputo final de gasto sanitario, pero lo que sí es cierto es que el ahorro pretendido y conseguido, poco o mucho, se desvía para favorezca la inversión en otras áreas sanitarias, porque si estos medicamentos se despachan, y se fomenta su consumo, el doble que los medicamentos de patente, por ser más baratos, al no acarrear gastos de investigación, las cuentas no cuadrarán sino que se hará hincapié en el tanto por ciento de venta superior al año anterior, pero nada más.
Ahorrar, hay que ahorrar, y está en la mente de todo médico prescriptor, pero no a costa del prójimo doliente negándole y/o cambiándole (¿desasistencia sanitaria?) algo que solicita, como un derecho propio, para atajar la evolución de su mal/patología, con ayuda/connivencia de profesionales a los que en su Facultad de Medicina les enseñaron a ayudar al prójimo, luchando contra el dolor y sí a costa de economistas/contables que sepan colocar en los libros adecuada y asentadamente las cifras en las correspondientes columnas del “debe y haber”.
Ante todo lo anteriormente expuesto, cabe preguntarse si esta medida es o no clasista: los medicamentos genéricos en receta del Sistema Nacional de Salud (S.N.S.), mientras que los medicamentos de patente en receta particular (quien se lo pueda permitir). Y, por último, ¿es posible que con esta medida, y alguna otra más, que veremos posiblemente, entremos en un principio de retroceso hacia la Medicina que se ejercía a finales de los años cuarenta hasta los sesenta del siglo pasado cuando comenzaba la andadura del Seguro Obligatorio de Enfermedad (S.O.E.) con su famoso petitorio?
Y en cuanto al ahorro de los materiales que se emplean en cirugía… Pero esa es otra historia de la que hablaremos otro día.
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